LA PUBLICIDAD COMO DISCURSO SOCIAL |
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La publicidad corre por las venas. Decir que la publicidad está en todas la esferas de nuestra vida ya parece redundante. Después de varias décadas, el fenómeno publicitario ha tomado su propia vida y ha penetrado en nuestro mundo natural, eso lo entendemos todos. Es un lugar común decir que estamos bombardeados de publicidad desde
que nos levantamos hasta que nos acostamos. El discurso publicitario no
sólo es una forma de comunicación para promover un producto, sino
también puede ser un discurso para ganar apoyo político o cambiar la
opinión pública, para que
el público se vuelva activo en cuestiones que afectan a la sociedad en
general. Los
canales por los que ‘penetra’ la publicidad son infinitos y no se
limitan a los medios de comunicación de masas: queremos leer un correo
electrónico de un amigo y allí viene incorporado un mensaje
publicitario, compramos un medicamento y nos ganamos
un volante que promociona otro producto. La galopante evolución
de la tecnología de la comunicación y la consecuente democratización
de la información hacen que las esferas y los canales en los que la
publicidad toma vida sean cada vez más numerosos e inesperados. Lo
que en algún momento fue objeto de rechazo, ahora es de interés común.
Ya no tenemos que cambiar de canal de televisión en el espacio de los
comerciales, leemos revistas y disfrutamos el ingenio de sus
patrocinantes. Todos estamos de alguna manera familiarizados con algunas
campañas publicitarias, siempre seguimos las guerras que emprenden las
grandes marcas, nos identificamos con algunas y damos nuestras
opiniones. Percibimos y buscamos todo el tiempo ser seducidos por esa
otra dimensión, por el discurso que juega con todas nuestras
capacidades racionales y afectivas y al que ya
hemos concedido el status de artístico y estético. Cada vez nos
volvemos más críticos y exigentes. Además, ¿Qué estudioso de la
significación, del lenguaje, del funcionamiento de la mente humana y
del la vida social no se ha sentido tentado a querer
entender cómo es que todo esto tiene lugar?, ¿cuál es la
naturaleza de ese espíritu que se materializa en los cuerpos más disímiles
y que a veces nos sorprende cuando pensábamos que más nada podía
hacerlo? La publicidad ella misma se ha convertido
a su vez en un objeto de consumo, no sólo para el prototipo de
consumidor sediento de los medios de comunicación, sino también para
los estudiosos de las áreas humanas y sociales, la publicidad es
‘consumible’ como objeto cultural y evidencia de nuestra configuración
actual. La
publicidad es comunicación con un mensaje intencionalmente
‘trucado’, ‘cambiado’, ‘afectado’,
‘sustituido’. La naturaleza de ese gran simulacro, de esta
‘mentira construida’ nos fascina y nos hacemos cómplices de sus
formas. Si bien actualmente existe un predominio de la imagen sobre la
palabra y se ha desarrollado una gramática y una retórica de las
figuras visuales, la argumentación verbal sigue teniendo un gran peso.
Estos dos sistemas de significación, el visual y el verbal, se conjugan
en la evolución estética y retórica, en la generación del discurso
que mejor expresa y comunica los sistemas axiológicos del hombre de fin
de siglo. Veamos a vuelo de pájaro cómo se manifiestan algunas formas
de argumentación en la publicidad a lo largo de este siglo: En
los medios de comunicación de masas de principio de siglo, la naciente
publicidad se valía de la demostración de las cualidades reales del
producto, exponía sus virtudes objetivas, hablaba sobre la utilidad del
producto (la ropa es para estar caliente, un auto transporta sin dañarse)
y estaba siempre sujeta a la racionalidad argumentativa además de que
se limitaba a ofrecer el cumplimiento de las promesas básicas
(alimento, vestido, techo, etc.). Por otro lado, la otra línea de
argumentación, no informativa sino afirmativa, era o bien demasiado
simple :‘tenemos zapatos de todas las tallas”, o bien exagerada
:‘este medicamento lo cura todo’. (Roat 1997). La
Primera Guerra Mundial dejó sus efectos en la naturaleza de la
industria mundial y americana: se volvió más mecanizada (más máquinas,
menos hombres) y esto significaba más deudas para pagar las costosas
maquinarias en plazos cortos de tiempo , es decir, la necesidad de
vender toda la mercancía producida. Ya no se podía alterar la producción
reduciendo el número de personal o el número de productos para no
exceder la demanda. Es así como se encontró una táctica para pagar la
mecanización y para solucionar la superproducción: en vez de alterar
la producción de las fábricas, se decidió alterar las necesidades de
los consumidores (idem). Esta época experimentó la influencia
de importantes publicaciones que ayudaron a definirla; por
ejemplo, los experimentos de los reflejos condicionados de Ivan Pavlov,
otros estudios de las motivaciones humanas hechos por psicoanalistas, Psicología
de Grupo y Análisis del Ego, por Freud en 1922, particularmente
importante en el estudio de líderes, propagandistas y seguidores, y
también las publicaciones de Walter Lippmann Opinión
Pública (1922) y El Fantasma
Público (1925). El politólogo americano Harold Lasswell publicó
en 1927 el libro Propaganda
Technique in the Wold War, un análisis y descripción de las campañas
propangandísticas masivas conducidas por los grandes beligerantes. La
dimensión económica también se benefició con estos aportes. Después
de la Segunda Guerra Mundial en los años 50 de los Estados Unidos, la
superproducción industrial trajo como consecuencia una aún mayor
necesidad de estimular el consumo. Los publicistas dejan de trabajar free
lance, nacen las agencias de publicidad y las nuevas profesiones.
Con gran ayuda de la publicidad, el sueño americano iguala el bienestar y
la felicidad a la compra y así se inicia una revolución: la era del consumo. El gran poder adquisitivo de toda la población, la
democratización de la información y las variadas alternativas de
compra, fueron, entre otros aspectos, desarrollando el surgimiento de
una nueva individualidad que veremos mejor más adelante. La
importancia de la publicidad en el proceso de consumo hizo que los
nuevos profesionales dedicados al negocio de vender se interesaran por
conocer y manejar la mente humana. Después de la Segunda Guerra Mundial
y del período Nazi, ya no quedaba duda de la posibilidad de manipular
grandes masas, pues en este período comenzaron, se extendieron y se
aplicaron los diseños controlados de experimentos y operaciones
intelectuales, y esto originó una gran producción científica y no
científica. En estos momentos hubo un apogeo en la publicidad por
estudios francamente psicológicos y del uso de algunas técnicas psiquiátricas
(¡hasta hipnosis!) para descubrir los miedos, temores, deseos,
prejuicios y otros sentimientos del hombre. Aprovechando estos
resultados, las campañas publicitarias se apoyaban más en los
conflictos interiores y las ansiedades escondidas del hombre que en las
cualidades del producto. Sin embargo, son los valores eufóricos del
estilo de vida occidental en el que imperaba el americano, los que se
reflejan en la publicidad y en los medios de comunicación en general.
Se representa una sociedad idealizada, democrática, liberal,
pluralista, positiva, ordenada y con grandes valores universales:
respeto, justicia, familia, amor, religión, sentido común. El paraíso
del consumidor de la publicidad se alimenta de ciertos temas que se
vuelven lugares comunes: la familia perfecta, el individuo
profesionalmente exitoso, etc. Todo lo demás, lo disfórico, lo oscuro,
lo negativo, queda oculto, detrás de las cámaras. Es
así como el acto pragmático buscado por la publicidad - la compra -
además de un acto económico, también se vuelve una búsqueda de
pertenecer a ese ideal, una liberación o una creación de tensiones,
acompañada de una cantidad de proyecciones, regresiones, conductas y
emociones subconscientes (Baylon y Mignot 1994). En el triunfante medio publicitario las investigaciones se especializan y subdividen– esto se mantiene hasta hoy día– y la audiencia cada vez más heterogénea se estudia por separado (su naturaleza, necesidades, reacciones, etc.). De esta manera se logra que todo un equipo trabaje en la empresa de la retórica publicitaria para hacerle llegar a cada grupo un discurso con los topoi adecuados, con lo que aparentemente desea y necesita que le ofrezcan, en el momento, lugar y canal adecuado. ¡Todo un gran presupuesto trabajando en encontrar el kairós¡ Este
enorme crecimiento, añadiendo la popularización de nuevos
medios de comunicación, como por ejemplo el crecimiento
espectacular de la televisión, hizo que el trabajo se hiciera en
conjunto y cada vez más exigente: políticos, economistas,
historiadores, psicólogos, creativos, todos unidos con el fin de hacer
más eficaz la comunicación y así aumentar el consumo. Otra
de las grandes consecuencias para este discurso que tomaba cada vez más
vida propia, es la necesidad de cada casa comercial de crear una imagen
de marca. Las casas comerciales van tomando personalidad propia,
definen su peculiaridad y definen el carácter propio
de sus productos, Este fenómeno se extiende a imágenes
corporativas, instituciones, servicios y
candidatos políticos. Se trata de comunicar una personalidad
de marca adoptando un estilo singular que
humanice, que ofrezca
una psicología propia y un look
personalizado. No se trata de convencer con razones lógicas y
verdaderas, ni de revolver nuestras bajas pasiones y temores,
sino de seducir con la humanización de un producto que tiene un
estilo y una personalidad propios con el cual nos podamos sentir
identificados. Ejemplos clásicos de esta estrategia que todavía
perdura y sigue siendo eficaz son
los hombres fuertes de Marlboro,
la belleza fría y clásica tipo Catherine Deneuve de Chanel
No. 5, y otros que muchas veces se delatan con el nombre del
producto mismo, como ciertos automóviles (Celebrity,
LeBaron. Gran Marqués, Rey, etc.). Lipovetsky
reflexiona sobre este método de personalización de la marca y apoyando
las ideas de Séguéla y lo que este último llama star-system,
afirma que este tipo de comunicación tiene la misma estructura que la
moda “ cada vez más bajo la férula de lo espectacular, de la
personalización de las apariencias y de la seducción pura”
(1990:212). Los publicistas siempre han tenido muy claro que las
estrellas de cine y del espectáculo, así como otras personalidades públicas,
con todas las sombras de valor que traen incorporadas, son también
argumentos de autoridad y seguramente de los mejores. Muchas
imágenes de marca han fijado a través del tiempo estereotipos,
patrones, imágenes mentales estandarizadas comunes a los miembros de
grupos, es decir, de las audiencias de quienes se espera una
identificación o, según el caso,
una necesidad de diferenciación. El éxito de la imagen de marca
radica básicamente en que en el nivel cognoscitivo estas imágenes son
muy efectivas, pues suelen ser simples, llamativas (p.e. estéticamente
bellas o chocantes), fácilmente reconocibles y perdurables en la
memoria. Socialmente pueden representar una opinión demasiado
simplificada y una actitud
de prejuicio hacia ciertos grupos como por ejemplo las mujeres, las
minorías étnicas, la vejez, etc. Lo cierto es que en este paradigma
muchas de estas formas fijas pueden volverse iconos de ciertas formas de
vida que se presentan como deseables, envidiables y consumibles, además
pueden ser utilizadas intercambiadas, declinadas, en nuevas
construcciones de significado publicitario. Blanco
y Bueno (1986) explican, desde el punto de vista semionarrativo, este
fenómeno legado de los años 50, a través de lo que llaman la
estructura metonímica del discurso publicitario y la semántica de los
vasos comunicantes. Mediante
el análisis de un afiche de la marca de cigarrillos Marlboro,
describen las figuras, las configuraciones discursivas y los roles temáticos
denotados y connotados en él. Los sujetos, los vaqueros, están unidos
con objetos de valor como distinción, audacia, experiencia, dominio,
descanso. De la misma manera están unidos al objeto de valor cigarrillo
y es así que el valor del cigarrillo se incorpora a
los otros valores presentes que le confieren a las figuras el estatus
representado: “En esto radica la estructura metonímica del mensaje
publicitario; la operación fundamental de la producción del sentido
consiste en yuxtaponer narrativamente dos valores: uno, prestigiado por
la sociedad de consumo y poseído por los actores de relato; otro,
ofrecido expresamente por el mensaje publicitario y colocado al mismo
nivel de prestigio y deseo del primero. Esta yuxtaposición metonímica
hace circular el valor del primero al segundo de los objetos presentados
por el mensaje. Puede tratarse de elegancia, a la que se yuxtapone una
prenda de vestir; de frescura, libertad y aire libre, a los que se
yuxtaponen cigarrillos, gaseosas o refrescos; puede tratarse de belleza
y erotismo, a los que yuxtaponen jabones, cremas, lociones, perfumes,
etc. La operación metonímica establece una especie de vasos
comunicantes entre los objetos yuxtapuestos; de esta suerte, el
cigarrillo es elevado a la categoría de distinción que se atribuye en
nuestra sociedad al status
representado por los actores del relato.” (p.226). Vemos,
entonces, que cada marca va creando su propio concepto de personalización
que, dicho sea de paso, le da valor agregado al producto o servicio. La
alta competencia y la superdiversificación de la sociedad van logrando
que las estrategias publicitarias sean cada vez más novedosas, que haya
tantas personalidades de marcas como tipos de audiencias y que la
creatividad sea la virtud más deseada en el medio. Hoy,
el discurso publicitario se impulsa hacia la sed por lo nuevo, lo inédito,
lo fantástico, lo espectacular y no necesariamente verosímil, en
oposición a lo puramente realista. La comunicación publicitaria no está
restringida por lo verdadero o falso, ya no se apega a la racionalidad
en los argumentos ni a las motivaciones básicas sino que, cada vez más
lejos de esto, funciona según su propia lógica, consecuencia de su
evolución y de la evolución de la sociedad de la cual se ha vuelto
discurso. Ahora, cuando el
fenómeno del consumo está totalmente legitimizado, el discurso de la
publicidad es aún más variado, la alta competencia refleja más que
nunca alta creatividad y esto se traduce en la búsqueda de lo inédito,
de lo inesperado de lo que realmente cause impacto. Esta necesidad de
novedad que muchas veces es shock
y provocación no es
simplemente el resultado de la producción aislada de los creativos
publicitarios; esta actualización de la publicidad es consecuencia
automática de las profundas transformaciones de las costumbres y la
personalidad dominantes en nuestra época. El
relajado monstruo de fin de siglo.
¿Qué
hacer para sorprender a una sociedad que convive con lo extremo? El
hombre que, en el sentido más amplio del término, podemos llamar
“posmodernista” se refleja en las tendencias del discurso
publicitario. El hombre actual es el hombre que vive sumergido en la
información, en la mediatización y esto en gran medida define sus
características. Lo define también ampliamente
la necesidad de expresión en contraste, por ejemplo, con la
necesidad de producción y de revolución que han caracterizado otras épocas. En
este apartado quisiéramos detenernos
a describir ligeramente cuáles son esas cualidades, es decir, cuáles
son los valores y axiologías que nos identifican y definen como
sociedad. Lipovetsky (1986 y 1990) describe a los individuos contemporáneos – nosotros- como narcisos libres de toda culpa, cuya única preocupación es la realización de los propios egos y de los intereses individuales. En nuestro sistema la esfera privada es cuidada, alimentada y protegida mientras que la res publica, lo que es del bien común, ha sido abandonado y neutralizado, se reduce al interés de ciertas minorías que se ocupan, por ejemplo, de evitar la destrucción de la selva amazónica, de ayudar a los ancianos abandonados, de la solidaridad espasmódica en las grandes tragedias, de las consecuencias de la política de un país. Los mass media nos proporcionan cada vez con mayor inmediatez y exhibicionismo las realidades catastróficas; por otro lado, gracias a ellos también podemos conocer otras realidades, costumbres y mundos diversos, al igual que podemos disfrutar de productos de ficción hechos con un fin único: el entretenimiento. Si bien es cierto que estamos ansiosos y dependientes de información, pues queremos y podemos saber, bien sea sobre las exóticas costumbres gastronómicas de un pueblo de Australia o sobre el saldo de muertos de una inundación, también es cierto que la velocidad con la que ‘consumimos’ toda esa información no permite que tengamos emociones duraderas: siempre habrá alguna novedad por la que nos interesemos efímeramente. Somos adictos a la novedad. Y al igual que los dependientes de cualquier tipo de droga que cada vez necesitan una dosis mayor o una sustancia más fuerte para obtener el efecto necesitado, nosotros demandamos de los medios de comunicación más rapidez, más novedad, más fantasía pero también más efecto de realidad, más shock. Exigimos que nuestros sentidos sean provocados, que nos muestren hasta qué punto somos capaces de soportar. Tenemos un Zeitgeist que no se asusta con ningún fantasma porque todo se nos presenta como diversión y entretenimiento y todos los tabúes ya están rotos. La obscenidad prácticamente no existe, el porno y la violencia explícita forman parte de la vida cotidiana y estamos acostumbrados a la promoción de los antivalores, del mal, del sexo, la perversión (anexo 2). A este respecto Baudrillard afirma “es el secreto de la publicidad, de la moda, del juego, de todos los sistemas lúbricos, que aniquilan todas las energías morales y liberan las energías inmorales, las que se alimentan del mero signo de las cosas, desafiando su verdad (…) energía inmoral que rompe el sentido, que recorre los hechos, las representaciones, los valores recibidos y electriza las sociedades bloqueadas en su imagen platónica (1997:78). La
sobremodalización crónica, la sobredeterminación, nos hace vivir en
la hipérbole, la superlatividad , la exageración , la presentación de
lo impresentable y la publicidad se encarga de expresarlo de manera muy
clara. Las campañas tienen cada vez
límites más lejanos, y
su producción tiene la novedad como valor de base, las declinaciones
semanales o mensuales de un mismo concepto se vuelven colecciones
completas (anexo 3). El
espíritu dominante de nuestra época, eso que han llamado
posmodernismo, está lleno de cómodas paradojas, veamos: mientras que
por un lado la ciencia busca su perfección y la tecnología, su hija
mayor, dirige la mayoría de los cambios sociales y económicos, por
otro lado existe una pérdida de fe en la ciencia y en la razón. La razón
no es necesariamente una forma de pensamiento privilegiada, parece que
crea demasiados compromisos que no estamos en disposición de cumplir,
al igual que tampoco queremos ceñirnos al compromiso que comporta
pertenecer a alguna de las grandes religiones, a menos que se nos
permita una especie de sincretismo, de nomadismo. Tal vez la esfera que
se ve cada vez más afectada por este desinterés y falta de compromiso
es la política. Casi
no creemos en los pocos líderes que quedan y puede ser que mañana no
creamos en ninguno; en realidad no nos importa hasta que no afecte
directamente nuestras vidas personales.
Las grandes palabras que movilizaron a los hombres de la
modernidad occidental pierden todo su peso, llevamos un desencanto por
las ideas universales y tenemos una fascinación por las ideas efímeras.
El saber, el poder, el trabajo, el ejército, la familia, la Iglesia,
los partidos políticos han dejado de funcionar globalmente como
principios absolutos e intangibles (Lipovetsky 1986:35), principalmente
porque no nos proporcionan gratificación inmediata, luego, porque nos
crean ataduras que no queremos y finalmente porque nos eximen de la
licencia de la paradoja. Preferimos las formas culturales transitorias,
momentáneas, superficiales, volátiles, ilógicas, caleidoscópicas, ¿quizás
porque favorecemos más a los sentidos que a la razón? Las
grandes instituciones se derrumban o por lo menos se dividen y
multiplican tanto y tan rápido que ya no son pocas con mucho poder y
fuerza, sino muchas con un radio de acción débil y limitado. Este y
otros factores son a su vez causa y consecuencia de una necesidad de
vivir el presente, de abandonar los grandes proyectos a futuro que
impliquen un sacrificio o la necesidad de apegarse a una tradición. Se
puede vivir sin ideales y sin objetivos transcendentes.
Lo que importa es el aquí y el ahora.
“Cuando el futuro se presenta amenazador e incierto, queda la retirada
sobre el presente, al que no cesamos de proteger, arreglar y reciclar en
una juventud infinita” (op.cit.: 51). Este
vivir al día y ser una sociedad mucho más libre y desculpabilizada, es
evidentemente la base para que el hedonismo y el narcisismo, otros de
los modos de vida que le dan cuerpo a nuestro Weltanschau,
tengan un terreno fértil. Hay que disfrutar el presente, no vale la
pena llevar una vida llena de sacrificios, esfuerzos, porque ya no se
piensa en la vejez. Lo único que queda es la búsqueda del ego y del
interés propio, invertimos todo en lo privado, invertimos mucho en
nuestro cuerpo y nuestra imagen, queremos una apariencia joven para
siempre. El
hedonismo se levanta sobre un valor principal: el placer. Pero, como
todo en la era del pastiche,
ni siquiera el placer resulta ser un valor absoluto.
Por ser un valor subjetivo, el placer resulta convenientemente un
valor relativo: a veces puede ser la salud y el perfecto estado físico,
otras veces la acumulación de premios por obras publicadas, o la
meditación y la medicina tradicional china. Se establece un modo de
vida en el que lo que cuenta es el individuo y su deseo personal, su
derecho de realizarse y de ser libre, es por eso que las cargas
emocionales no se invierten en los espacios públicos, sino
prioritariamente en las esferas privadas. Una vez que se ha instaurado
la legitimidad del
bienestar y de los goces materiales, el mundo del consumo
nos seduce a través de la tentación con una profusión
de imágenes eufóricas, estimulantes, embriagantes tan variadas
como para que sea posible una selección libre, à
la carte, pues es así que la autonomía de cada individuo lo exige. Si
queremos insistir en nuestra definición como sociedad de configuración
paradójica, debemos dar un vistazo a lo que sucede en el campo artístico
y estético – no olvidando su evidente influencia en la producción
publicitaria -. El arte en la posmodernidad ha sido descrito de muchas
maneras pero definitivamente la antinomia que mejor lo
particulariza es innovación/repetición.
Por un lado se observa la búsqueda a todo precio de la originalidad
pero, como era de imaginarse después de tantos siglos de cultura, la
originalidad ya no puede
tener otra forma que la repetición de lo instituido. El reciclamiento
de las ideas, los giros versátiles y las repeticiones, hacen que el
campo artístico sea un híbrido en el que las citas de períodos
anteriores, lejanas o
cercanas, pueden igualmente ser elaboraciones serias, como las mayoría
de los revival, sátiras,
mutaciones irónicas como en la campaña publicitaria que nos
ocupa en este trabajo, o variaciones livianamente humorísticas (anexo
4). La novedad estará entonces en la convocación simultánea de los
elementos menos previstos. La contradicción, según la lógica de la
razón, es esa convivencia de ‘rebeldía’ con ‘institución’ que
da lugar a juegos más extravagantes pero nada radicales. Por un lado se
rompen los conservadurismos, por otro se refuerzan los estereotipos. El
arte actual - y esto se puede extender a nuestras formas de vida - es
una expresión muy clara de bricolage,
entendiendo este término tanto en su sentido más general, como en el
sentido estrictamente semiótico, un tipo particular de praxis
enunciativa con el que nos entenderemos más adelante. Esta
satisfacción que representa tener licencia para las más extrañas e
incoherentes combinaciones tiene un efecto muy interesante: el humor.
Evidentemente no se trata de que este ingenio humano no haya existido
antes en períodos de ideología más o menos monolítica, sino que esta
forma de generar significado, por la naturaleza misma del fenómeno, se
presta para crear de manera abundante sus formas
más absurdas. Pero de este asunto también nos encargaremos
después. En estas rápidas reflexiones acerca de algunas de nuestras características, hablamos sobre la necesidad de novedad, la velocidad en la que estamos sumergidos y sobre nuestra dependencia de la información. Todo esto es una consecuencia de la influencia de la tecnología en nuestras vidas cotidianas que, indiscutiblemente, es una propiedad clave de nuestra conformación como sociedad. En este caso nos parece interesante revisar los puntos de vista con los que generalmente se ha abordado las consecuencias individuales y sociales de la era de la tecnología y de la democratización de la información. La
sociedad de la información ha sido vista apocalíptica
e integradamente.. Nosotros
preferimos ser vistos como integrados
porque – y de nuevo compartiendo
con Lipovetsky- pensamos que la abundancia de conocimientos sobre
otros mundos y sobre innumerables esferas es un factor determinante en
la definición de un individuo, que está muy lejos de convertirse en
simple erudito, poseedor de conocimientos banales y útiles únicamente
para compartir fáticamente en reuniones sociales. Ciertamente no vemos
la información y los medios de comunicación de masas como los
moldeadores de personalidad, lavadores de cerebros que nos imponen
dominantemente –pobres víctimas- los valores que un ente
(el gobierno, los americanos, una marca, la mano peluda) nos
quiere obligar a configurar
en nuestro sistema axiológico para manejarnos mejor según sus
intereses. Con esto no
buscamos negar la evidente difusión de los valores del mundo
consumista, pequeño burgués, fundamentalmente americano, pero tampoco
podemos negar la gran fuerza de revolución individualista,
personalizada, que apoya la libre elección,
nutre las diferencias y alimenta la tolerancia. Los
medios de comunicación y sus múltiples tópicos nos acercan a los
dominios de la significación más importantes: -
Mediante la selección y presentación, nos da idea de los temas que
tienen más importancia y relevancia, en una cantidad innumerable de
contextos. -
Nos enseña y entrena en el lenguaje de las dimensiones de lo real y la
ficción. -
Muestra la esfera de lo público y lo privado. -
Estructuran y refuerzan las ideas de espacio y localización,
especialmente en el contexto de la internacionalización. -
Consolida los marcos de
localización temporal en términos de pasado, presente y futuro. Son el
banco de nuestra memoria colectiva y en gran medida marcan el ritmo
temporal (semanal, mensual, etc.). -
Ayuda a definir las identidades sociales e individuales, refuerza las
marcas convencionales y las alternativas,
nos enseña cómo somos y cómo nos diferenciamos de los otros al
mostrarnos los grupos a los que no pertenecemos. Los medios ofrecen, pues, una extraordinaria oportunidad de comparación y abundancia de conocimientos acerca de otros mundos, que lejos de imponer al individuo sistemas de valores y axiologías y de moldear externamente su personalidad, lo obliga a distinguirse, lo sensibiliza hacia la búsqueda de su propia definición, a la estructuración de su realidad mediante los elementos que puede elegir consciente y autónomamente entre la gran gama de opciones. La posibilidad de establecer comparaciones múltiples definitivamente desempeña un papel principal en el desarrollo de la razón individual y de la crítica. Con esto también tomamos en cuenta lo que algunos olvidan: que el individuo siempre está en la posibilidad de sustraerse de la acción persuasiva y tiene la oportunidad de criticar públicamente la producción y la acción de los medios en general y de la publicidad en particular. Las presiones y el poder persuasivo que ejerce la publicidad están siempre dentro del marco de la autonomía y la libre elección y de la misma manera pueden ser usados para otros fines distintos a la dominación y al consumo, como por ejemplo, la toma de consciencia acerca de problemas de interés social, la modificación de comportamientos o inclinaciones como el alcoholismo, las drogas, la violencia familiar, etc. Existen algunas metáforas que expresan las diferentes interpretaciones de la mediatización: los medios, si nos reflejan, son el ESPEJO de la sociedad. Si nos extienden la visión del mundo, son una VENTANA. Por seleccionar la información, se convierten en un FILTRO. Si dan sentido a lo que de otra manera no entendemos, los llamamos INTERPRETES. Su posibilidad de respuesta y de feed back los convierten en FORUM. Al alejarnos de la realidad, son simplemente una BARRERA o una PANTALLA. (McQuail:64). Está claro que hay puntos de vista que no aceptan el modelo de sociedad liberal - capitalista que reina en los medios, por ejemplo, la Escuela de Francfort y sus emigrados a los Estados Unidos en los años 50, ven a los medios como opresores, manipuladores, como una manera de introducir conformismo y orden económico de tal manera que se legitimice el poder establecido y se evite la oposición. Esta escuela de corte marxista afirma que la producción de los medios está pensada únicamente para provecho propio de quienes los manejan y no para el beneficio de la comunidad o su enriquecimiento cultural además de que su contenido es repetitivo, infantil, temáticamente limitado, vacío, sucio, anti-intelectual y está subordinado a la forma y a la técnica. Y existen más reproches (no sólo de la Escuela de Francfort): los medios son explotadores, alienantes, producen una falsa conciencia y escapismo, no favorecen la creatividad, ponen en segundo plano a las comunidades étnicas y marginan los grupos sociales minoritarios y, el peor de todos, al divulgar los tesoros artísticos y culturales sólo los vulgarizan. (Para estas y otras críticas cf. Haug 1987, Leiss 1989, Jhally 1987 y Williamson 1978). Ciertamente esta visión deja de lado algunos beneficios potenciales de los medios como su potente fuerza de ilustración, la difusión de ideas y de la información, su posibilidad de exponer la corrupción política, la esperanza para unir el mundo, preservar la paz y el ambiente y finalmente la diversión cotidiana (McQuail:35). A
pesar de todos los provechos, no se puede negar que los medios de
comunicación han sido y seguirán siendo controversiales y temidos; en
primer lugar porque, a
pesar de que no se ha logrado una demostración científica,
no se puede negar su efecto de control y manejo sobre ciertos
grupos como niños, jóvenes o adultos influenciables; en segundo lugar,
los medios son potencialmente subversivos contra los sistemas de control
social reinantes; dan acceso a nuevas perspectivas distintas al orden
existente, son virtualmente provocadores de cambio y emancipación y
hacen de la noción de ‘interés público’ algo dinámico y en
constante redefinición. Principalmente por estas causas
se hacen necesarios los mecanismos de control especialmente en
cuanto a violencia, crimen, sexo , etc. Esta supervisión restringe los
objetivos culturales indeseables y sirve de apoyo a los deseables. En
este caso el problema es: quién pone los límites y cuáles son los
criterios utilizados para que exista- en la búsqueda del bien público-
un equilibrio entre la libertad y el control. Estamos frente a una aporía
. La globalización Para
terminar de delinear el status quo,
ocupémonos de un concepto
fundamental que se nos presenta nuevamente en forma de paradoja: la
globalización cultural y la dicotomía unificación/ fragmentación social. La
evolución social hacia un sistema global es obviamente una consecuencia
de la tecnología, del crecimiento
y multiplicación de empresas transnacionales o internacionales,
y por último, de la facilidad
de viajar e inmigrar. Sin embargo, existe también en nuestra sociedad
individualista otra muy clara tendencia: la atomización. El hecho de
que exista potencialmente para cada individuo la oportunidad de
realizarse como él lo desee y que pueda conectarse selectivamente, en
contextos variados, sin límites geográficos y casi sin restricciones
temporales con otros individuos que tengan intereses semejantes,
trae como consecuencia la creación de nuevos tipos de redes, de
grupos de encuentros, nuevas formas de relaciones más complejas y
superespecializadas (cf. el film El club de la pelea de David Fincher). Indudablemente estas dos evidencias han originado corrientes
de críticas que asumen desde diferentes puntos de vista esta realidad
compleja. Mientras que la globalización puede ser vista como un fenómeno
de homogeneización, uniformización y muerte de las diferencias, también
puede considerarse como un punto de encuentro e integración de los múltiples,
variados y variantes átomos que la conforman. Mientras que la creación
de nuevas redes sociales, no necesariamente basadas en las relaciones
persona a persona, pueden ser vistas como una dañina fragmentación
social y causantes de la soledad humana, de igual forma pueden ser
vistas como una nueva libertad y una alternativa de selección. Si
al estudiar el impacto cultural de la globalización se habla de una
tendencia a la homogeneización pensemos por ejemplo en la moda, también
es pertinente recordar que los conceptos de masa
o audiencia global son nociones abstractas, ideales, hipotéticas y sólo
posibles teóricamente. La sociedad global justamente no es sólo
estandarizada, uniforme, masificada y semejante, sino también
fragmentaria, diversificada, sincrética y alimenta las diferencias. Si
por un lado difunde las formas de vida moderna del capitalismo
occidental y origina así una especie de ‘sincronización cultural’
(McQuail:117), por otro lado activa el interés por diferentes culturas,
abre horizontes para nuevos espacios culturales, revela y difunde las
racionalidades locales e individuales. Este nuevo ambiente representa
una liberación de las restricciones de espacio y tiempo, además de una
fuerza eventual contra el nacionalismo exacerbado, el etnocentrismo y
finalmente la xenofobia. Los
cambios que resultan de la globalización son más fáciles de describir
de una manera objetiva analizando los medios que analizando la sociedad.
El mundo global posee más cantidad de medios y de productos-
medios que no están limitados a confines nacionales sino que
funcionan bajo estándares internacionales como, por ejemplo, la
regulación de contenido, el derecho a comunicar y la propiedad
intelectual. Los medios también reflejan una ‘intertextualidad’
global, se alimentan unos a otros independientemente de su lugar de
origen o de su formato (libros, revistas, filmes, música, etc.). Los
estudios de mercadeo y de audiencia que marcan la pauta de la forma y
contenido de los mensajes mediáticos nos insinúan la desaparición de
los parámetros de edad, sexo, clase socioeconómica y restricciones
geográficas, con los que tradicionalmente se idea la forma y el
contenido del mensaje: “ En el nuevo milenio el marketing ya no estará
basado únicamente en datas demográficas(…) los grupos target
se definirán por factores emocionales y
actitudes personales , más que sólo por la edad,
ingresos y educación (…). En el marketing moderno la edad ya no es un
factor de división claro, tampoco lo son los grupos socio económicos
(…) la clave debe ser la actitud. Cualquiera que sea nuestra
edad, background o situación,
todos podemos ser segmentados por actitud. Las actitudes, identificadas
correctamente, pueden ayudar a las marcas a entender a sus
consumidores.” (SPORTWEAR : 56. Traducción, subrayado y cursivas
nuestras). ¿Marketing del nuevo milenio o argumentación en función del auditorio
como en la retórica clásica? Publicidad, retórica, logos,
pathos y ethos. Desde
Aristóteles hasta la psicología moderna la disciplina de la retórica
ha sido el principal depósito de lo referente a la persuasión en el
pensamiento occidental. La publicidad, a su vez, es vista como la mejor expresión de la retórica
de nuestros tiempos. En primer lugar porque el discurso publicitario
tiene como tarea esencial descubrir
la manera más eficaz de
expresar un pensamiento o razonamiento en una situación dada y luego
porque, como en el discurso
poético o estético, altera
los planos de la expresión y del contenido para adaptarse a diferentes
situaciones. Toda
publicidad se sirve de figuras retóricas, el asunto es encontrar cuál
es la más conveniente en una situación dada pues muchas veces se torna
más importante que el contenido mismo del mensaje. La eficacia de estas
desviaciones radica en que, a
pesar de que usemos figuras en nuestro discurso cotidiano y de que
tengamos experiencia anterior de ellas en la publicidad, las figuras
verbales o visuales son una especie de violación a ciertas normas o
convenciones y por lo tanto causan una discontinuidad con respecto
al ‘horizonte de espera’ del receptor (Jauss 1978), esto requiere un mínimo esfuerzo
cognoscitivo para buscar el contexto que haga inteligible esa
‘incongruencia’ y una vez encontrado causa cierta gratificación.
Este proceso, lo que Barthes llama ‘el placer del texto’, produce
una actitud más positiva hacia el texto publicitario
‘distorsionado’ que hacia el de interpretación literal (Berlyne
1971). Además
de estos efectos positivos de atención,
esfuerzo de interpretación y placer
causados por la ruptura de
la línea del lenguaje literal, otro factor que hace que - en la dimensión
cognoscitiva- el lenguaje
de los tropos y las figuras retóricas sea eficaz, es la mayor facilidad
de permanencia en la memoria.
A este respecto McQuarrie y Mick afirman que son evidentemente las
figuras de naturaleza redundante y sobrecodificadas (schemas)
las que tienen ventaja en la memoria sobre las que son incompletas, en
el sentido de que carecen de clausura (tropos).
De
estos factores que acabamos de mencionar, no podemos saber cuál es el
que realmente contiene mayor carga de eficacia persuasiva y
manipulatoria, sin embargo, y como veremos más adelante, creemos que el
esfuerzo de interpretación y el placer que causa la decodificación del texto, no sólo en cuanto a
figuras retóricas, es la clave del tipo de persuasión que
caracteriza una tendencia de la publicidad de nuestros tiempos. La
publicidad, así como se vale de la retórica poética (tekné
poetiké) para componer con estilos particulares sus textos, también
pone en práctica el desarrollo del discurso como exposición de
razonamientos. La inventio
también es su fuerte. Los
conceptos de las campañas publicitarias se desarrollan idea a idea
(tekné rhetoriké) y los
efectos esperados con el uso de estas técnicas discursivas y retóricas
son semejantes a la de los géneros clásicos deliberativo, epidíctico
y judicial. Es por eso que ahora es conveniente revisar ligeramente las
técnicas retóricas comunes a la publicidad y la retórica clásica. Aristóteles
distingue dos medios principales para persuadir. Uno es el testimonio
y el otro el argumento. La técnica
del testimonio, resulta de la
presentación de pruebas lógicas (probatio)
con el objetivo de convencer (docere,
fidem facere). Los
razonamientos (logoi)
siguen la lógica de la deducción o la inducción y son prácticamente
demostraciones, en el sentido de que tienen como punto de partida los
conocimientos verdaderos y la conformidad con los hechos. Por otro lado,
la línea de la argumentación
no se basa en lo verdadero, sino en lo verosímil, plausible y probable
(eikós), busca conmover (animos
impellere) al auditorio para lograr la adhesión - no obligante-
a las opiniones del orador. Las técnicas utilizadas para
impresionar se mueven en la dimensión de lo subjetivo, pasional y
moral. La
primera técnica en el orden de lo pasional se refiere al orador del
mensaje y a sus cualidades (ethé).
El emisor debe mostrarle al auditorio rasgos de su carácter para
causarle buena impresión, para significar lo que quiere ser para el
otro, al enunciar una información, connota algo más sobre sí mismo y
se instaura como una autoridad personal construyendo su credibilidad.
Las cualidades esenciales a resaltar para complacer por las costumbres (flectere)
son: la frónesis,
el saber sopesar los pro y los contra de un asunto, la areté,
exponer con franqueza sin temer las consecuencias y la eunoia
, que es una especie de complicidad y complacencia con el auditorio
(Barthes 1982:63). Por último, la técnica de conmover (movere) al auditorio apelando a sus pasiones (pathé) intenta someter
suavemente al auditorio a ciertas disposiciones emocionales. Es
poco probable que la publicidad haya evolucionado directamente de los
escritos de Aristóteles, pero sí podemos ver claramente una relación
entre las formas de argumentar predominantes en algunos períodos de la
historia de la publicidad y que hoy día conviven perfectamente y las técnicas
persuasivas descritas por el filósofo griego (anexo 5a, 5b, 5c). En
sus inicios la publicidad, como ya lo mencionamos, usaba como estrategia
la descripción de las virtudes reales y verdaderas del producto, basándose
en razonamientos y pruebas lógicas. Hoy día, este tipo de discurso
demostrativo se utiliza en algún tipo de promoción, como por ejemplo
la venta de automóviles, medicamentos, productos de belleza, alimentos,
etc. , en los que se cree conveniente señalar la naturaleza de la
fabricación o composición del producto. Después
de las dos Guerras Mundiales, sirviéndose por un lado del desarrollo de
tecnología y por otro de los avances de la psicología, la psiquiatría
y el psicoanálisis, la publicidad fue abriendo su propio camino como
discurso, como técnica y como profesión. Es entonces cuando se
desarrolla una clara preferencia por los argumentos basados en lo
pasional. La evolución del concepto de imagen de marca instaura a los productos - y sus connotaciones -
como entidades social y éticamente confiables. Las marcas, los
productos y los servicios adquieren el status de argumentos de
autoridad. Por otro lado, las necesidades y anhelos convocados en el
discurso publicitario crean, estimulan o simplemente ponen a la vista
una gama de emociones, sensaciones y pasiones, generalmente eufóricas,
que pueden resumirse en: deseo. La publicidad nos hace conscientes de las carencias –reales
o ficticias - y nos propone las vías para unirnos a nuestros objetos de
deseo; más tarde o en otra parte, tendremos una nueva carencia y una
nueva proposición y así se va creando una cadena eterna. Este es el
pivote narrativo con el que todavía funciona la publicidad y al que
vuelve su medio y esencia. ¿Es acaso tan diferente al impulso vital? Como
vemos, las posibilidades y las técnicas de persuasión son diversas y
pertenecientes a diferentes niveles. Tal vez sea conveniente aclarar que
no son excluyentes, es decir, que un discurso persuasivo, cualquiera que
sea su naturaleza, puede servirse de varias de ellas simultáneamente,
como por ejemplo, en un solo texto podemos encontrar argumentos
racionales y pasionales pero, por supuesto, esto no garantiza
su eficacia. Después
de tantos años de existencia y de haberse vuelto ella misma argumento y
objeto de discurso y crítica, la publicidad ha tomado nuevas
inclinaciones que hacen que su forma y contenido sigan siendo eficaces,
es decir, se ha adaptado de manera natural y artificial
a la nueva sociedad. Las formas de persuasión que hemos descrito
antes, siguen y seguirán siendo eficaces en la medida que su
figuratividad se adapte a las nuevas exigencias, pero ahora nos interesa
ver cuál es la nueva lógica
que domina el discurso publicitario. La publicidad ha llegado a otro
grado en la construcción de la significación: puede ser
autoreferencial citándose a sí misma o a otros textos mediáticos, puede exhibir seria o cínicamente sus bases y sus
estructuras, puede jugar con los Grandes, romper todos los tabúes,
carecer de fuerza veritativa y ser irracional y fantástica, tierna o
agresiva y, entre muchas cosas más, a través de la paradoja, el
absurdo y la ironía construye una lógica lúdica que mueve la
sensibilidad pasional e
intelectual del receptor, creando una complicidad interna.
La publicidad de nuestros tiempos es el resultado de la
necesidad de buscar otras maneras de persuadir, básicamente, la
convocación simultánea de elementos cada vez menos predecibles y la
construcción de nuevos sistemas de redes. Esperamos
de esta manera haber aclarado suficientemente el espacio semiótico en
el que tiene lugar y sin el cual no funcionaría la comunicación
publicitaria que nos ocupa. De igual modo esperamos demostrar mediante
el análisis cómo se manifiestan estos sistemas de valores en el
enunciado mismo.
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Anexo 2: Anuncios para un estudio de retoquesfotográficos y de una radio FM
Anuncios para un estudio de retoques fotográficos y de una radio FM
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Anexo 5a
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Anexo 5b | Anexo 5c |