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Meditación
sobre el misterio del arte en la era de la furia técnica Cuando
la gente habla de arte o consulta diccionarios sobre la definicion de
arte se usan términos como manera de hacer una cosa, artificio o técnica,
modo de hacer, conjunto de reglas. Por ello, ante el arte, debemos
preguntar primero por la técnica, que pareciera ser desde siempre suya,
y que define la aproximación corriente, dejando para después la
pregunta sobre el misterio del arte. La definición de la técnica es fácil de encontrar y de recordar, se resume así: es un hacer que tienen los hombres para conseguir determinados fines. Aunque
reconozcamos que el mundo que conocemos se ha vuelto cada vez más
complejo y sorprendente en su uso de la técnica, podemos reconocer
también que esta definición simple puede seguir aplicándose: desde la
mandíbula de burro que usó un antepasado para sacrificar un animal, o
a un hermano, hasta la fisión nuclear para producir energía o
destrucción, hay un cambio de escala en relación con esta definición
pero ambas situaciones siguen siendo un hacer del hombre para un fin. Sin
embargo, lo que inquieta a mucha gente sobre este hacer es la capacidad
aparentemente connatural que tiene la técnica de producir resultados
buenos o malos. Es decir, en este ejemplo podemos señalar sus
posibilidades creativas y destructivas, y por tanto éticas. De nuevo la
diferencia es un problema de escala: matar a un hombre con una mandíbula
o a millones con un generador de energía atómica, ambas posibilidades
son posibles por la técnica. Por
ello, como lo han advertido muchos, la técnica esta emparentada con el
peligro, peor aún con los peligros ocultos. Y así a cada novedad técnica
siempre se le acompaña con la visión apocalíptica del hombre como
aprendiz de brujo, de su obrar inconsciente que desata los peligros de
fuerzas desconocidas y por tanto inmanejables. Aquí esta el otro asunto
vinculado con el de la técnica: que esperamos siempre manejarla, a
pesar de saber el daño que puede acarrear si se descontrola, como
sucede a menudo. Por
eso el otro peligro intrínseco y que se sigue como el más atroz e
inminente es el que comporta la tecnología con relación a toda la
cultura, es decir a la amenaza de destrucción de la civilización
entera. Debemos
preguntarnos entonces qué pasa con la técnica en el arte y por qué éste
no parece desatar tales peligros, siendo como se dice el arte, técnica,
más aun cuando el arte parece conjurar el peligro que implica la técnica.
Este es un asunto esencial en el sentido del arte. El
arte, como toda técnica, no se reduce al artefacto usado sino que
incluye las reglas para su uso. Una técnica nunca es solamente material
y nunca deja de tener preceptos de cómo manejar una materia particular,
llámese ésta hierro o imagen de uno mismo. Lo que parece cierto es que
el arte produce con técnica cierto tipo de cosas únicas, o individuos.
Supongamos que en el caso del hierro los llamamos esculturas, y en el
otro, personajes; aunque puede existir –y de hecho existen muchos, de
diversas maneras– un personaje asociado al hierro. Es posible asimismo
hacer un recorrido por las relaciones entre estas dos materias, hierro y
persona, y darse cuenta de la profusión de formas que desencadena.
Marte, Guerrero, Muerte, Herrero, Rojo, Sangre, Liturgia o Resurrección
serían puntos obligados de este itinerario que se extiende desde la
metalurgia a la liturgia. Pero esto sólo nos da un ejemplo de lo que
significa preguntar por la técnica en el arte. Es, como vemos,
preguntar por la forma misma del arte. Pongamos
un ejemplo de técnica en el arte como es el uso de algún material según
un modo muy conocido, el óleo. Este en su forma de ungüento por si
solo no es una técnica, sino que debe incluir además maneras de usarse
que remitan a una forma o modalidad, como usarlo en veladuras o en
pasta. Así
hay una técnica asociada con cada material, y cada técnica puede ser
entendida como una preceptiva de transformación, precisamente en el
sentido en el que transformación quiere decir cambio de forma. En el
arte esto es la definición arriba comentada, un modo de hacer que
implica una capacidad de dar nueva forma, mediante –por supuesto–
una técnica, a no importa cual materia: de hecho en manos de un artista
cualquier cosa se puede transformar en arte. Los
diccionarios hablan con frecuencia del término estilo cuando
hablan de arte y esto es también un asunto de técnica. ¿Y
qué es estilo en el arte?. La definición de estilo es un tanto más
compleja pero puede ser asociada a lo que la gente llama un aire de
familia, es decir un estilo es un conjunto nucleado alrededor de una
noción formal que no se encuentra identificada plenamente en un
individuo (una obra de arte) pero que puede ser comprendida en una
familia de ellos. Esta noción en el arte es de carácter profesional y
es de utilidad en la historia del arte. Sus tensiones son complejas pero
pueden ser identificadas en su conjunto como una técnica superpuesta y
en ese sentido más amplio la historia del arte es una tecnología,
claro está, si entendemos las tecnologías como formas particulares de
organizar la cultura humana. De
esta manera, la disciplina que estudia los estilos artísticos es la
historia del arte. Los organiza de manera cronológica y busca
establecer principios en el desenvolvimiento de las técnicas de un
estilo a otro. El estilo comporta además generalmente el uso
convencional de temas y géneros. Aquí estamos ante un suceso
conectado, de la misma manera que la técnica incluye las reglas de cómo
mezclar los pigmentos también incluye la forma de representar los temas
en la obra. Los temas típicos forman géneros. El
conjunto de estas reglas de construcción, son las técnicas del arte y
su extensión constituye entonces lo que llamamos estilo: una familia de
reglas técnicas que funcionan en un grupo de temas, con géneros
preferidos, en fin una especie de gramática, podemos decir si
extendemos su definición desde el lenguaje. Estas
cosas sin duda se hacen evidentes mostrando los individuos y señalando
los aspectos que aquí se comentan. Si se entrena en estas prácticas,
cualquier persona puede, en principio, identificar la técnica de una
obra de arte, identificarla con un momento histórico dependiendo de la
manera en como está empleada, clasificarla y nombrar una cultura, un
estilo o un pintor produciendo una apreciación técnica sobre una obra
de arte. Esto es básicamente lo que hace un historiador, un crítico y
un coleccionista o conocedor de arte. Para ello se debe tener un
conocimiento amplio de técnicas y temas así como una sensibilidad
entrenada en la percepción de las sutiles diferencias que los artistas
introducen en el cambiar constate de tipos y patrones de la tradición
del arte. Lo que supone también, a su vez, que hay una tradición a ser
conocida e interpretada desde el cuerpo mismo de la obra, en su conexión
con otras obras de arte pasadas o posibles. Toda
la mirada que nos proporciona la historia del arte se apoya a su vez en
una clasificación de tipo positivo. Si podemos identificar los
elementos de un supuesto conjunto de cosas artísticas, una estructura
de relaciones entre partes significantes de esas cosas y unos principios
organizadores, estamos frente a un sistema. Este es a grandes rasgos el
edificio racional construido desde y alrededor del arte, por la historia
del arte entendida como una disciplina científica. Es en un sentido genérico, parangonando otras disciplinas científicas, un mecanismo. La tecnología deviene la práctica del historiador y las técnicas de identificación y clasificación se confunden con las prácticas artísticas, al menos esta es una propensión que pareciera cumplirse en la vasta tradición clásica del arte de Occidente. Veamos
el gran ejemplo: Un estilo muy difundido que nació en Grecia hace unos
veinticuatro siglos se basó en el descubrimiento de un conjunto de
reglas, deducidas de principios filosóficos y matemáticos, que
permiten construir los objetos del arte con una apariencia
sorprendentemente parecida a las cosas tal y como las vemos (o por lo
menos como se nos aparecen y creemos que las vemos) en la realidad. Este
estilo, –en verdad un megaestilo, un estilo de estilos– que con el
tiempo se elevó tanto de categoría que ha llegado a confundirse con la
noción misma de arte, es el naturalismo, el cual dio fundamento para la
aparición de lo que conocemos como arte clásico, clasicismo o tradición
clásica si se quiere. Abarca una larga serie de estilos históricos
tales como: Helenismo, Helenístico, Renacimiento, Manierismo, Barroco,
Neoclasicismo, Realismo, Simbolismo, Impresionismo, Surrealismo,
Realismo Conceptual, entre otros más, que recorren esos dos mil
cuatrocientos años. Su precepto fundamental está en asumir cuáles reglas geométricas, y numéricas, son necesarias para la construcción normada de los objetos de arte, porque ellas son deducidas directamente de los patrones de la naturaleza. Nótese que esto implica otorgarle a la naturaleza un papel técnico también, es decir que la naturaleza al igual que el arte usa cierto tipo de reglas para construir sus objetos, y que éstas pueden ser deducidas. Aquí
se puede pensar entonces en una situación en la que el pensamiento teórico
que abstrae principios absolutos es el que informa al pensamiento práctico. La
profusión de aspectos técnicos desarrollados por los clasicismos
durante tantos siglos es un campo muy complejo, pero los principios son
pocos, claros de entender y harto conocidos: proporción, tema,
perspectiva y claroscuro. Con estas cuatro principios (en verdad con los
dos primeros) se puede, según creían los antiguos, representar
cualquier cosa digna para el arte de manera tal que induzca a los
hombres y mueva sus espíritus a la contemplación de virtudes eternas
como el heroísmo, el amor o la piedad. Ahora
bien, desde comienzos del siglo XX este orden empezó a tambalear, la
presunción de que las reglas del arte pueden ser permanentes se puso en
duda. Las nuevas obras, desde el arte abstracto hasta las instalaciones,
son apreciables solamente si sustituyo las reglas de lectura y
construcción de la obra de arte tradicional, clásico, por otras tan válidas
como aquéllas. Esto
demuestra que el centrismo de esta forma simbólica ha constreñido el
gusto, disfrute y comprensión del mundo cultural del hombre occidental,
el cual la cultura burguesa había convertido en única manera de ver la
naturaleza como moldura y el decoro como el transmisor de la virtud. Por
esta razón, en oposición, el siglo XX se convirtió en el transcurrir
de todas las experimentaciones anticonvenciales: sobre todo aquellas que
permitían recuperar los valores, o mejor aun la simbolización de
estos, por otras maneras de obrar, por otras técnicas del arte. El
naturalismo fue comprendido entonces como un momento de la historia del
arte, mejor dicho de un sistema identificado y construido sobre técnicas
colectivas y acumulativas en la experiencia del trabajo de los artistas
durante mucho tiempo y asumidas como una evolución hasta la consecución
de las reglas últimas y eternas. Ya que los antiguos creían que estas
reglas deducidas de la naturaleza deberían ser constantes, se llegó a
pensar que ésta era una evolución natural del arte hacia una consumación
en su plenitud, vale decir un ideal de conocimiento civilizatorio, al
que debían llegar el resto de las culturas. Esta
discusión no es para nada banal y no ha sido cancelada todavía, a
juzgar por la eclosión de movimientos naturalistas del arte que
prevalecen hoy, y que se han potenciado con las técnicas de captura y
reproductibilidad de las imágenes, como la fotografía, el cine, el
video y otras. Sin
embargo, la incorporación de otras y muy variadas técnicas plantean
nuevos problemas, no solamente a los entendidos, sino al público
consumidor del arte. La técnica, o más precisamente la técnica
moderna de fabricación industrial de artefactos complejos, lo que desde
la Revolución Industrial se conoce como el maquinismo, ha traído
nuevas y múltiples realidades en el conjunto de transformaciones en la
biosfera terrestre. Vemos
entonces como nuestro horizonte se amplía permanentemente para
incorporar otros objetos dentro de la sensibilidad del arte, esta es la
deuda que tiene la cultura entera con el arte del siglo XX. Y de esta
actitud de comprender dentro de su campo objetos disímiles como objetos
del arte, (la ampliación del campo del arte) se siguen una mayor
tolerancia y convivencia de objetos y espectadores. Por eso debemos
preguntarnos entonces, si esto significa también cambiar de contenidos,
es decir de temas. Aquí
hay una sorpresa para quien está acostumbrado a ver la evolución temática
del arte vinculado a una sola tradición: que algunos, y no pocos, temas
permanecen aunque cambie la técnica, es decir las reglas de construcción
del objeto. Llámese por ejemplo una pintura ingenua, la que mucha gente
sigue viendo con displicencia, o una obra de arte cibernético, que el
común de los espectadores de arte y muchos de los entendidos, todavía
ni siquiera sabe que existe. En el primer caso, la displicencia se
origina en una subestimación de la técnica de la obra, en el segundo
el estupor en una incomprensión de la técnica de la obra, pero hay un
detalle: que sin embargo, las dos propuestas pueden tener el mismo tema.
Por ejemplo, el viaje como símil de la vida, es un tema inagotable que
desde el Ulises de Homero hasta el género fílmico del road movie,
mantiene intacta su fuerza de fascinación. Entre una representación
ingenua de un vía crucis a una obra de arte cibernético que use
tecnologías avanzadas para graficar el desplazamiento de los sujetos
sobre la superficie terrestre, hay, a pesar de todas las diferencias técnicas
un tema común: la travesía como símbolo unificador de la experiencia
de la vida. Este
detalle desata una serie importante de cuestiones paradójicas: que a
pesar de que sin técnica no hay obra de arte, el tema no está sujeto a
aquélla; es posible que exista un desarrollo en la técnica, mientras
que los temas se mantengan invariables, no solamente entre técnicas
parecidas (estilos) sino entre técnicas disímiles; que si bien hay
desarrollos técnicos importantes en las obras de arte de momentos históricos
separados, no hay evolución (mutaciones o mejor dicho variaciones) en
este otro aspecto del arte: sus contenidos. En
fin, obliga a pensar que el arte está formado de una esencia técnica y
de otra que no tiene nada que ver con ella sino que constituye un reino
aparte formado por temas cuya esencia no está derivada de la técnica
de la obra. Este reino aparte es un reino permanente que algunos
historiadores del arte llaman carácter simbólico de las imágenes, y
la gente común lo poético del arte. La
imagen así entendida no es solamente el resultado subjetivo de la
operación de la percepción sobre la materia informada técnicamente en
la obra de arte, sino que se forma junto con las otras capacidades
intelectuales humanas para instalarse en las mentes como fenómeno
imaginario pero común a muchos hombres, por ello es también colectiva.
Tenemos entonces en el arte dos componentes: una técnica que informa
una materia y una imagen que se evoca por aquella forma. Forma e imagen;
lo técnico y lo poético. Y
entonces la paradoja se extrema porque al averiguar el origen y sentido
de estos dos vocablos encontramos que es análogo. Estos dos términos
son de etimología griega y corresponden a los términos del griego
antiguo techné y poiesis. El primero, techné se aplicaba a los oficios en general e incluía las artesanías, el segundo poiesis se usaba para designar las bellas artes, en particular la poesía y el teatro que se consideraban las más elevadas por trabajar con materias como la palabra o los símiles de la vida de los hombres. Ambas, techné y poiesis, significaban traer al mundo, algo que no está todavía en él pero que se encuentra contenido en las posibilidades de su aparecer, construir un trono o una elegía, hacer real y presente en el mundo sensible, en el mundo contemplable y descriptible, un regalo que viene de la región de lo oculto. La
diferencia entre ambas palabras es que la segunda, poiesis, tiene
como condición la consagración en ese traer al mundo; que no le es
intrínseca, ni antes ni ahora, a la técnica. Por eso la técnica en
ese traer constante al mundo, en un mundo cada vez más técnico, trae
cualquier cosa, desatando los peligros primeros y confinados en lo
oculto y les da camino para irrumpir en lo real. Esa diferencia fue y
sigue siendo esencial en la relación entre técnica y arte. El arte no
puede ser, existir, sin técnica, pero la manera en cómo la usa no
es solamente un traer al mundo, sino que lo envía, por definición,
de un modo cada vez nuevo con algo que secunda al hombre y lo resguarda
y le entrega el esplendor para que mire más puro y escuche más limpio.
Los antiguos llamaban a esto belleza. Así
como debe haber una cierta técnica en la naturaleza hay también una poiesis
natural. Nadie
ha pensado esto con mayor certeza y lo ha dicho mejor que Heidegger. El
artículo sobre la técnica (Heidegger, Martín. “La pregunta por la técnica”,
pág. 37; en Conferencias y Artículos. Barcelona: Ediciones del
Serbal, 1994) termina así: Si
al arte, en medio del extremo peligro, le está otorgada esta suprema
posibilidad de su esencia, es algo que nadie es capaz de saber. Pero
podemos sorprendernos. ¿De qué? De la otra posibilidad. De que en
todas partes se instale la furia de la técnica, hasta que un día, a
través de todo lo técnico, la esencia de la técnica esencie en el
acaecimiento propio de la verdad. Como
la esencia de la técnica no es nada técnico (al igual que la esencia
del árbol no se consigue en el bosque), la meditación esencial sobre
la técnica y la confrontación decisiva con ella tienen que acontecer
en una región que, por una parte, esté emparentada con la esencia de
la técnica y, por otra, no obstante, sea fundamentalmente distinta de
ella. Esta
región es el arte. Aunque, sin duda, sólo cuando, por su parte, la
meditación sobre el arte no se cierre a la constelación de la verdad
por la que nosotros "preguntamos". Preguntando
de este modo damos testimonio de este estado de necesidad: que nosotros,
con tanta técnica, aún no experienciamos lo esenciante de la técnica;
que nosotros, con tanta estética, ya no conservamos lo esenciante del
arte. Sin embargo, cuanto mayor sea la actitud interrogativa con la que
nos pongamos a pensar la esencia de la técnica, tanto más misteriosa
se hará la esencia del arte. Cuanto
más nos acerquemos al peligro, con mayor claridad empezarán a lucir
los caminos que llevan a lo que salva, más intenso será nuestro
preguntar. Porque el preguntar es la piedad del pensar. ¿Cómo
preguntar por el misterio del arte, ante la furia de la técnica? Preguntemos
primero a la técnica, y tendremos una guía inicial, ya que si la
disciplina que estudia la técnica en el arte es la historia del arte,
al dar cuenta y ordenar los objetos, autores, estilos o movimientos del
arte, nos señalará también este valor agregado de su imagen. Y es
posible que alguien se pregunte cómo hacer para tener otra guía que lo
oriente con propiedad en este asunto del reino de las imágenes del
arte, de su carácter poético o simbólico. Pero
no es posible responder a esta inquietud con total propiedad, no porque
no se pueda esquematizar para la comprensión común, sino porque no se
sabe cómo se da ese aparecer. Veamos sucintamente que significa esto. Además
de la historia del arte, y trabajando junto con ella muchas veces, otras
disciplinas provenientes de otros campos científicos (como la sociología,
la sicología o la semiótica) han tratado de dilucidar el carácter
misterioso de este reino, que nos asombra y vivifica, y que hecho de imágenes,
está presente como la vida, dentro del mundo humano. Estas
explicaciones han hecho - y lo siguen haciendo- sin duda un aporte
significativo en la descripción del complicado, aparentemente cada vez
más, fenómeno del arte. Empero
tienen todas ellas un problema original: asumen las explicaciones como
una mera complejización del mismo objeto, que por tanto requiere seguir
siendo explicado mediante la misma mirada positiva de carácter científico.
Es decir, son mecanismos en el mismo sentido en el que, apuntábamos
antes, se puede entender la historia del arte en tanto técnica
superpuesta a la del arte mismo. Estos
otros enfoques al querer ir más allá de este mecanismo suponen la
existencia de un supermecanismo en el arte. Como si éste, el arte, para
poder ser descrito en su aspecto real, en tanto cosa del mundo, pudiera
ser contemplado como una supercosa dotada de una rigidez lógica
especial. Wittgenstein (Ludwig Wittgenstein, Lecciones de Estética,
Barcelona: Paidos, 1992. Pág 87) lo expresa de este modo: Supongan
que averiguamos que todos nuestros juicios proceden de nuestro cerebro.
Descubriríamos entonces tipos particulares de mecanismos en el cerebro,
formularíamos leyes generales, etc. Alguien podría mostrar que tal
secuencia de notas produce tal tipo particular de reacción; hace que
alguien sonría y diga: ¡Oh, qué maravilloso! Supongan que esto
sucediera, entonces seríamos capaces de predecir qué es lo que le
gustaría o no le gustaría a una persona determinada. Podríamos
calcular esas cosas. La cuestión es si este es el tipo de explicación
que nos gustaría tener cuando estamos desconcertados respecto a
impresiones estéticas; por ejemplo, he aquí un rompecabezas: ¿por qué
estas obras me causan esta impresión peculiar? Evidentemente que no es
esto (un cálculo, un cómputo de reacciones, etc.) lo que queremos,
aparte de la evidente imposibilidad de tal cosa. Así,
la búsqueda de otras causas no evidentes - dado que la imposibilidad no
es nada evidente- en el arte es el intento por cercar esa región
siempre cambiante en la que apareciendo las obras de arte configuran un
campo real. Y estas disciplinas en cuanto tienen cercado dicho campo
tienen que reorganizar sus premisas ya que aparecen siempre objetos artísticos
fuera de él, o imposibilidades de articulación de las premisas, o
simplemente se hace evidente la inutilidad de este conocimiento, que las
obliga a repensar permanentemente las teorías; porque el estado de ser
obra de arte en lo real es sólo un modo mediante el cual el arte se
hace evidente. El
modo de ser, en cuanto técnica, cosa que está aquí en el mundo, en el
espacio y el tiempo del mundo de los sentidos, objeto del conocimiento
de los mecanismos de las disciplinas científicas y positivas, es aquel
del cual da cuenta precisamente todo lo técnico. Su otra parte, el
misterio, como todos los enigmas de la vida está fuera del espacio y
del tiempo. Imágenes inmutables y presentes en muchas obras de arte,
independientemente del mundo cambiante de la historia o la naturaleza.
Están hechas del enigma de la vida y por ello decimos que el misterio
del arte está fuera del espacio y el tiempo, y debe ser dilucidado
fuera de él, ya que no es un problema como los de la física o las
otras disciplinas positivas. Es en este sentido más bien metafísico,
pero de una metafísica cotidiana ya que convive corrientemente con
nosotros. Pero,
lo sabemos, hemos entrado ya en la era de la furia de la técnica, y los
pensamientos de estos dos filósofos se produjeron hacia la primera
mitad del siglo XX, por lo que alguien quisiera preguntarse si no ha
aparecido en la profusión de disciplinas y campos uno que de cuenta de
este misterio. La respuesta debe apuntar a comentar el más asombroso de
los acontecimientos de la era de la furia de la técnica: la aparición
de la ciencia de la cognición, última herramienta de extensión de las
habilidades humanas, única faltante desde la serie que comenzó con la
mandíbula de burro como extensión del puño del hombre. En
su tercera etapa, más o menos desde 1975 hasta el presente, la
inteligencia artificial ha estado luchando con lo que se ha dado en
llamar el problema del conocimiento del sentido común, puerta de acceso
a esa metafísica de lo mundano. La representación del conocimiento ha
sido y es todavía un problema central para la inteligencia artificial,
pero antes de la fecha mencionada arriba, el trabajo se caracterizaba
por eludir el problema del conocimiento del sentido común y por tratar
de hacer intervenir tan poco conocimiento como fuera posible, es decir
por atomizar lógicamente las proposiciones de contenido, y usar
solamente aquellas verificables. A mediados de los setenta no se pudo
avanzar más por esta vía y el problema tuvo que ser encarado. De
hecho el problema del conocimiento del sentido común ha bloqueado todo
progreso en la inteligencia artificial teórica durante la última década.
La suposición es que el problema puede ser resuelto ya que los seres
humanos obviamente lo han resuelto. Pero
si Heidegger y Wittgenstein tienen razón, y no se ha demostrado lo
contrario, no puede haber una teoría del mundo cotidiano como lo
sostienen las filosofías racionalistas y el conocimiento de sentido común
es más bien, una combinación de habilidades, discriminaciones y prácticas
que no poseen ningún contenido representacional explicable en términos
de descripciones, modelos o teorías. Esto significa para el arte que
estamos todavía ante el misterio, y no sabemos por cuanto tiempo más o
si se quedará ante nosotros para siempre. Y
después de todo esto, qué podemos decir cuando espectamos obras que
dan cuenta de las tendencias de casi tres décadas del arte, que
muestran su riqueza y su vigencia, y que están compendiadas en
algunas corrientes del arte actual: arte conceptual y de
participación; nueva abstracción, planteamientos seriales,
neo-minimalismo bi y tridimensional y todas las tendencias
reduccionistas; figuraciones diversas; el video, CD-ROOM, cajas de luz;
la fotografía y sus posibilidades; arte multimedia, instalaciones, site-specific,
ambientes y arte en la red. Todas
estas definiciones son tecnológicas y son una primera guía. Es decir
son clasificaciones que atienden al mismo tiempo a la materialidad de
las obras de arte y a su corrección formal para una mirada crítica.
Pero de esta misma forma le dan lugar y tiempo a sus temas. Son de una
vez análogas con su materia y con su sentido. Por ello como hemos visto
son descriptivas, pero funcionan como una primera lectura de la
naturaleza técnica que ilustra aquella inasible de la segunda, la poética.
Estas clasificaciones colocan unas junto a otras las obras que tienen un
aire de familia, dejan ver sus congruencias técnicas pero no uniforman
su particularidad individual. Las obras así agrupadas son como
individuos ordenados por comportamientos. Y por esto nos enseñan su
parecido al lado de su particularidad. Nos recuerdan que una sola técnica
puede producir dos productos diferentes o que un tema puede habitar
varias obras, y al hacerlo nos dan ingreso a su mundo, y nos invitan a
descifrar sus enigmas, uno a uno, como quien conoce una familia por vez
primera. Y
entonces, una vez presentados, una vez llegados allí donde nos llevan
estas indicaciones, no olvidar ver de frente a este misterio que nos
enseña, de vez en cuando, su rostro, y ejecutar otra vez el rito
antiguo de la interjección ante la belleza: como si el rayo fuera menos
asombroso e intimidante hoy que hace cientos de miles de años, cuando
el hombre se erguió sobre la tierra y, al tener manos, comenzó a
pensar. Juan
Astorga J. 2001.
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