UNIVERSIDAD DE LOS ANDES-FACULTAD DE HUMANIDADES-ESCUELA DE LETRAS-DEPARTAMENTO DE HISTORIA DEL ARTE-MERIDA,VENEZUELA

ARTE VENEZOLANO                 

Alejandro Otero 1946 - 1947 Página Principal

 

Coordinación General: Prof. Esther Morales M.

PRIMERA LINEA

A LA BÚSQUEDA DE LA LUZ EN LA PIEL DEL ORINOCO

Lic. Camilo Morón

Breve Exposición de Motivos  

Alejandro Otero y el Espíritu de su Tiempo

Las Etapas de Alejandro Otero 

Alejandro Otero y su Tiempo Venezolano

    Alejandro Otero por Él Mismo

Voces de Metal, Amor y Viento

 

 

Breve Exposición de Motivos

Alejandro Otero dijo alguna vez hablando de su obra que era como una búsqueda del reflejo del sol en las aguas del Orinoco. La imagen no pudo ser más feliz: de un lado el astro celeste, dador de vida y de luz; imagen de Apolo, dios de la medida y del orden. De otro, el Orinoco, el de la noche profunda en su seno, el indomeñable, el turbio dador de vida. "Desde la entraña de la Tierra de Gracia -escribe Isaac J. Pardo- fluye un río. Las aguas de las altas montañas andinas, de los vastos llanos, de la selva densa corren a él hasta convertirlo en un mar dulce que por un laberinto de caños vierte sus aguas leonadas en el océano. Por mucho tiempo se le va a conocer por el Uyapari, nombre que daban los indios al más robusto de sus caños. Los Tamanacos lo llamaron Orinoco, que quiere decir Serpiente Enroscada.

"Juan Barrio de Queixo, piloto de Cubagua, andaba curioseando cuando dio con el inmenso río y llevó la noticia a la Isla de las Perlas. Desde entonces, decir Uyapari era como pronunciar una palabra mágica, especie de ensalmo que desataba los ensueños y ponía alas a todo lo aventurero que había en el alma de los hombres". Tal el otro referente de la obra de Otero. Empero, el Orinoco es asimismo Venezuela entera, telúrica, contradictoria, sangrante, embravecida, y magnífica. Y es cuando el reflejo del sol se hace ensueño o absurdo: una flecha arrojada al aire desde el cieno. ¿Hubo más en Otero de reflejo del sol que de tumulto de río? ¿Quién puede decirlo con certeza? Todo sueño es legítimo... y mientras no es, no existe, es falso. -¿Puede ser falso un sueño?- Otero arrojó su pensamiento como un dardo hacia tiempos y hombres futuros, hacia la educación del presente, quiso en su obra domeñar los elementos con saber y armonía, por ello le recordamos, por ello le estamos agradecidos los hijos del Orinoco y los hijos de innumerables ríos...

Colón, entre susto y gozo, presintió del Uyapari, y de él escribió, todavía con el miedo en el cuerpo: "digo que si no procede del Paraíso Terrenal, que viene ese río y procede de tierra infinita..."

 

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Las Etapas de Alejandro Otero

Toda evolución es un ir más allá; como de la raíz a la flor y de la flor al fruto nutricio y maduro. Cuando un artista lo es por completo, su progresivo avance es fruto de la flor pretérita, de la raíz profunda.

Queremos aquí rendir un homenaje a nuestro malogrado Roberto Montero Castro, crítico agudo y luminoso, siguiendo sus apreciaciones sobre Otero y su obra -"Visión del mundo a través de la luz"-, pues ellas ilustran aquella sentencia de Wilde, quien confiaba al artista la misión de educar al crítico y a éste la de educar al público. escribe nuestro crítico de nuestro artista: "Lo que impresiona en Alejandro Otero es su tenacidad, su acuciosidad investigativa y la honestidad de sus planteamientos. Su vida es su obra. Esto quiere decir que en un momento de su juventud hizo una elección cuyas consecuencias y responsabilidades ha asumido en cada uno de sus actos. Toda su identidad participó en esa elección cuando, asistiendo a los cursos de la Escuela de Artes Plásticas, descubrió que no podía pintar, que era incapaz de resolver un paisaje, de dar un color local, de tomar un breve apunte de la realidad que tuviera validez pictórica por sí mismo. Decidió que él quería ser pintor abandonó la Escuela para volver al pueblo donde se había criado. En Upata asume su vida como una totalidad, descubre que su manera de ver el color, en la atmósfera, en la naturaleza, en las paredes de las casas, es su propia vida; que su manera de ver la forma a través de todos los objetos que desfilan por sus ojos, es su propia vida; que su relación con El Manteco, donde nació en 1921, y con Upata, donde pasó su infancia y su adolescencia, es su propia vida. Que la venezolanidad se ha integrado a su propia personalidad a través de su familia, de su barrio, de su escuela, de su comunidad, de su paisaje. En este viaje al fondo de sí mismo encuentra que su identidad individual está constituida por toda su vida, y su identidad colectiva está representada por el ambiente en el cual se ha formado. Se trata ahora de adquirir los medios para expresar esta realidad de la cual ha tomado conciencia."

En el período formativo que va de 1939 a 1946. Instalado en París, comenzará Otero el estudio sosegado y meticuloso de las corrientes del arte moderno; Cezanne, Picasso, serán sus virgilios en el bosque lujuriante -y un poco histérico- del arte del siglo XX. El estudio del artista y los cielos de París conocerán las Cafeteras (1946-1948), búsquedas puras del color -¿añoranza de luz venezolana?- Montero nos habla de este mundo, de esta inquietud: "Al comprender que le arte es una realidad autónoma, que le creador debe construir según sus propios impulsos, investigando las relaciones entre el espacio, la línea, el color y la forma hasta que la imagen por sí misma se potencie de fuerza y belleza, y sea capaz de producir una revelación, comienza a desprenderse de todo factor representativo. Y este es el trabajo que acomete con Las Cafeteras. Libera el color a su propio movimiento. Convierte el motivo, el objeto real del cual parte, en un tema plástico del cual pude dar las versiones que desee, hasta inclusive negarle la imagen de su primera identidad. Por este camino va destruyendo la forma, que es el soporte estructural de todo objeto, y la intención se revela claramente en esa serie, cuando castiga, clausura y finalmente niega el tema con un entrecruzamiento de líneas oblícuas de color que van a transformarse en el elemento más importante de la composición. El color ya es completamente libre, y aparecen sus preferencias por los azules, los sienas y los ocres. Los planos se articulan en un espacio que cada vez es menos físico y en cambio se vuelve soporte de otra realidad. La perspectiva renacentista sale de su pintura, el volumen cézanniano es rechazado y su pintura se vuelve metafísica".

Los años que transcurren entre 1951 y 1954 son años de alquimia, de ansias de pureza, es la época de las Horizontales, es "un puro viaje de la luz", aquí las líneas de color vibran sobre un plano blanco, y toda la serie tiene como común denominador la tensión y la gama se reduce a los colores primarios. Obras de síntesis notable en cuyas superficies dinamizadas rutilan los colores, porque las relaciones del color se modifican en la medida justa en que los colores varían a lo largo de su viaje sobre el plano. "Es la luz -dice Montero- que está rielando el aire". Y para caracterizar la luz en nuestra pintura, nos dice "...la luz es el denominador común en la gran pintura venezolana y el elemento más característico, junto con el tiempo circular, de nuestra identidad colectiva, de nuestra relación con el medio físico, de nuestra peculiar relación con la naturaleza. Es la luz lo que nos inscribe en la venezolanidad." Vendrá ahora la laureada época de los Colorítmos, de la que nuestro crítico apunta "Una vez que la vibración queda registrada de manera tan clara en su obra, ya está abierto el camino para los Coloritmos. Se trata ahora de volver a lograr la integración de identidades. Y en el caso de Otero, el camino no podía ser otro que del color. La estructura geométrica que tanto ha estudiado a partir de Mondrian, se convierte en soporte compositivo: fajas paralelas, de orientación vertical, que divide en secciones horizontales. Pero las ortogonales ya han desaparecido. Y la manera de seccionar en diversas alturas las fajas, es distribuir serialmente el color. Vuelven a aparecer los azules, ocres y sienas de los primeros tiempos. Es la luz venezolana que sigue interviniendo en su obra".

Entre 1961 y 1967 un problema nuevo y acuciante se impone a Otero: El valor del blanco y la recuperación del objeto, aparentemente dos preguntas que en Otero son una. "En 1961 la forma se convierte en relieve, aquella misma forma que pugnaba por salir del plano se vuelve objeto. Es entonces cuando propone la realidad en vez de la representación de la realidad. Pero el problema es la relación entre el espacio y el color, y entre éste y la forma. Lo resuelve con una gran belleza plástica, colocando objetos cotidianos, como serruchos, candados, alicates y clavos sobre un plano blanco, con una lograda composición y una delicada armonía luminosa de blanco sobre blanco, pues los objetos llevan el mismo tratamiento de fondo. De esta serie surgen dos elementos fundamentales: la luz que baña al objeto y el volumen del objeto". En 1967 es el gran año de espacio para Otero, aquello que había buscado -el reflejo del sol sobre las aguas del Orinoco- se da plenamente en el mundo donde se mueven los hombres. Y con fina agudeza a la que nos ha habituado, escribe Montero: "Tiempo, espacio y materia han sido resueltos. Y también ha sido resuelta la contradicción esencial de Alejandro Otero: su gran sensibilidad por lo maravilloso de la luz y lo incorpóreo de las formas, frente a un espíritu racional que proviene de su formación europea. En este caso, ambas vertientes de su personalidad se han integrado. Y esto ha sido posible gracias a su relación con nuestro medio físico, a su adaptación a nuestra naturaleza. Sus estructuras metálicas funcionan como una revelación maravillosa del paisaje. Es así como las aspas de su Ala Solar son velas al viento, tan livianas a pesar de su naturaleza metálica y su gran tamaño, que parecen ingrávidas. Y esa especial, tamizada luz de Bogotá, se vuelve completamente nacarina en su reflejo sobre las velas. El hombre tiene así una nueva relación con su ambiente natural. El arte se demuestra un agente capaz de revelar la realidad, y Alejandro Otero se justifica como hombre de su tiempo y como americano".

Ambos, el artista y el crítico están muertos, lo están en la medida en que pueden estarlo los maestros y los creadores, ambos están en el cielo -¿cómo dudarlo?-

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Alejandro Otero por Él Mismo

Para hacer una sola confesión completa se necesitan miles de voces, escribía Giovanni Papini. Bien es cierto; sin embargo, una voz mucho puede decir de sí misma, aun si clama en el desierto. En alguna ocasión, Alejandro Otero habló de su obra y vida. Oigámosle:

"Entiendo mis obras para la intemperie como una consecuencia de mi trabajo de pintor, particularmente los "Coloritmos" (1955-1960) y de una serie de collages ortogonales que realicé entre 1951 y 1952. En esas obras, los problemas de dinamismo visual y de un espacio violentamente palpable (practicable, diría) eran evidentes. Pero toda mi obra observada in extenso, mi comportamiento como creador, está signado por la búsqueda de una dimensión que se corresponda con este tiempo que vivo.

"De niño, yo saltaba sobre los pozos que en la calle dejaba la lluvia, jugando al riesgo de caerme hacia la luna (tenía conciencia del dramatismo cósmico). El estallido de Hiroshima me hizo comprender que estábamos en un siglo distinto y maduro balanceándose entre la supervivencia y el desastre: yo rechacé el pesimismo.

"En mi país creyeron en mis utopías: un arte para la multitud, en paralelo con el nuevo diálogo del hombre con el universo, con los elementos de la naturaleza, en perspectiva ya no doméstica sino sideral. Obras capaces de comunicarnos con el ritmo de la noche y el paso del sol. Obras para la brisa que acaricia el planeta, que cuando se enfurece en conjunción con la luz, nos pone en metafórico contacto con la tremenda realidad de la energía que da signo a estos tiempos."

New York, 1977

 

"Si mi obra de cuarenta años está aún por revelar, es porque se ha dado a solas, al margen de lo contingente, sin llamado hacia allí. Su ámbito ha sido esa discreta zona propicia a la reflexión, al necesario hallazgo de referencias y raíces, como si no hubiese más nada que buscar. En eso está cuanto he podido esclarecer, que es como un decir, porque sólo hay la sensación de haber palpado algo que me concierne hondamente y me lleva a las cosas próximas que amo: destellos, vislumbres, señales (¿lo habré soñado?, ¿realmente lo he entrevisto?).

"Me anima cuanto puede crecer y ensancharse y ser, desde sí, nueva cosa (o cosa distinta de igual naturaleza), a partir de realidades (o indicios de realidades) que las ciñan y sustenten y se conjuguen con ellas. Crecer y sobrepasarse según nuevos, mayores desafíos. El arte, como cualquier obra humana, lo permite. Este es precisamente el siglo en que las utopías, los retos más altos, realizándose, se tornan hechos de lo cotidiano."

Caracas, 1982

 

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Alejandro Otero y el Espíritu de su Tiempo

Inicialmente pensé aquí hacer oficio de historiador -que espero y temo sea mi destino- escribir mis reflexiones sobre el siglo XX, pero el siglo apenas me rozó y me dejó como llagado y asqueado; así pues, demos preferencia a otra voz, a Ernesto Sábato, a alguien que como Alejandro Otero vivió el siglo, pero con otros ojos:


"Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo.

"Reflexioné mucho sobre el título y la calificación que deberían llevar estas páginas. No creo que sea muy desacertado tomarlas como autobiografía espiritual, como diario de una crisis, a la vez personal y universal, como un simple reflejo del derrumbe de la civilización occidental en un hombre de nuestro tiempo. Este derrumbe que los comunistas imaginan un mero derrumbe del sistema capitalista, sin advertir que es la crisis de toda la civilización basada en la razón y la máquina, civilización de la que ellos mismos y su sistema forman parte.

"Estas reflexiones no forman un cuerpo sistemático ni pretenden satisfacer las exigencias de la forma literaria: no soy un filósofo y Dios me libre de ser un literato; son la expresión irregular de un hombre de nuestro tiempo que se ha visto obligado a reflexionar sobre el caos que lo rodea. Y si las refutaciones de teorías y personas son muchas veces violentas y ásperas, téngase presente que esa violencia se ejerce por igual contra antiguas ilusiones mías, que sobreviven en letra muerta, en algún libro, a su muerte en mi propio espíritu; en ocasiones, a su añorada muerte. Porque también podemos añorar nuestras equivocaciones.

"En 1934 cuando era un estudiante, fui enviado a un congreso comunista en Bruselas. Iba a Europa imaginando que los males del movimiento podían ser exclusivamente argentinos; todavía conservaba muchas ingenuidades, todavía me resistía a aceptar el movimiento stalinista como un sistema de vasos comunicantes.

"El universo burgués me había asqueado, como a tantos adolescentes, y me sentí impulsado hacia la revolución. Pero de pronto, ese movimiento revolucionario se me hundía bajo los pies, repentinamente me encontré en un vasto caos de seres y cosas. La existencia, como al personaje de La Náusea, se me aparecía como un insensato gigantesco y gelatinoso laberinto; y como él, sentí la ansiedad de un orden puro, de una estructura de acero pulido, nítida y fuerte. Así lo había sentido ya en mi adolescencia, cuando me precipité hacia la matemática, y ahora se volvía a repetir el fenómeno, aunque con más fuerza y desesperación. De ese modo, retorné a ese universo no carnal, a esa especie de refugio de alta montaña al que no llegan los ruidos de los hombres ni sus confusas contiendas. Durante algunos años estudié, con frenesí, casi con furor, las cosas abstractas, me di inyecciones de transparente opio, viví en el paraíso artificial de los objetos ideales.

"Pero en cuanto levantaba la cabeza de los logarítmos y sinusoides, encontraba el rostro de los hombres. En 1938 trabajaba en el Laboratorio Curie, de París. Me da risa y asco contra mí mismo cuando me recuerdo entre electrómetros, soportando todavía la estrechez espiritual y la vanidad de aquellos cientistas, vanidad tanto más despreciable porque se revestía siempre de frases sobre la Humanidad, el Progreso y otros fetiches abstractos por el estilo; mientras se aproximaba la guerra, en la que esa Ciencia, que según esos señores, había venido para liberar al hombre de todos sus males físicos y metafísicos, iba a ser el instrumento de la matanza mecanizada.

"Allí, en 1938, supe que mi fugaz paso por la ciencia había concluido. ¡Cómo comprendí entonces el valor moral del surrealismo, su fuerza destructiva contra los mitos de una civilización terminada, su fuego purificador, aun a pesar de todos los farsantes que aprovechaban de su nombre!

"De Francia pasé a los Estados Unidos, donde pude ver el Capitalismo Maquinista en su más vasta perfección. Volví a mi patria y empecé a escribir un primer balance, que publiqué en 1945 bajo el título de Uno y el universo. En el prólogo escribí: << La ciencia ha sido un compañero de viaje, durante un trecho, pero ya ha quedado atrás. Todavía cuando nostálgicamente vuelvo la cabeza, puedo ver algunas de las altas torres que divisé en mi adolescencia y me atrajeron con su belleza desposeída de los vicios carnales. Pronto desaparecerán de mi horizonte y sólo quedará el recuerdo. Muchos pensarán que ésta es una traición a la amistad, cuando es fidelidad a mi condición humana. De todos modos, reivindico el mérito de abandonar esa clara ciudad de las torres -donde reinan la seguridad y el orden- en busca de un continente lleno de peligros, donde domina la conjetura.>>

"Durante cinco años me he movido en este continente conjetural. Sé mucho menos que antes, pero a menos ahora sé que no sé y sonrío melancólicamente al releer algunos capítulos de aquel primer balance, todavía habitado de tantos fantasmas, todavía candoroso creyente en ciertos cadáveres del mundo que fue. No incurrir en la nueva ingenuidad de imaginar que ahora me he desembarazado de cadáveres y fantasmas. Pero sí tengo la convicción de entrever ya con mayor crueldad los contornos del Uno-Mismo en medio de la confusión del Universo."

Y más adelante aun nos dice con desesperante lucidez:

"Así es nuestro tiempo. El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese mundo que, para mayor ironía, es el producto de nuestra voluntad, de nuestro prometéico intento de dominación. Es una quiebra total. Dos guerras mundiales, las dictaduras totalitarias y los campos de concentración nos han abierto por fin los ojos, para revelarnos con crudeza la clase de monstruo que habíamos engendrado y criado orgullosamente".

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Alejandro Otero y su Tiempo Venezolano

Empecemos, aun en demérito del elevado estilo, por la sentencia, pues una palabra -por encima de la retórica o bisoñería- define el siglo XX venezolano, y esa palabra es "frustración", así sin medias tintas ni paliativos.

Al comenzar sus estudios, Alejandro Otero, cuando el calendario marcaba 1939, Venezuela conoció la senda rectora y la pedagogía de la "generación del 98", que a decir de Miguel Otero Silva, fue "tan inteligente, tan refinada, tan positivista, tan sin principios éticos". En el exilio se hallaban las plumas inconformes e incomparables de un Pocaterra o un Blanco Fombona, plumas que denuncian el atraso y el envelicimiento en que buena parte del país vivía. A la muerte de Juan Vicente Gómez, por muchos títulos merecedor del lauro de Benemérito, y por otros tantos al de J. ‘Bisonte’ Gómez, suceden en el gobierno dos luminosos y desgraciados experimentos políticos: el de Eleazar López Contreras y el de Isaías Medina Angarita. A toda señal se trató de inicios en el camino de la Democracia bien entendida; de la prosecución, bajo nuevo sino, de un proyecto nacional, basado en el progreso, el pluralismo, la conciencia civilista, el pluralismo, la continuidad... empero, un espíritu funesto, miserable, abre sus alas sobre nuestro destino y una serie de atentados, el del 48, el del 52, hunden en el fango mezquino de la política inmediatista y malamente ambiciosa los trofeos que duramente habían ganado la nación.             

 

 

 

 

Desde luego, algunas líneas habían sido trazadas a buril quemante en el espíritu venezolano: el petróleo, las instituciones, la unidad territorial, el gobierno -y con él las conspiraciones-, y así no todo se hundió en aquel naufragio.

Cuando Alejandro Otero concluye el período de Las Cafeteras, está por sobrevenir sobre el suelo patrio la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, hombre díscolo y megalómano, empeñado en meter a Venezuela -o aparentarlo, cuanto menos- en la modernidad. Es la época del populismo, del nacionalismo -tan ambiguo como siempre-, de los grandes proyectos arquitectónicos; pero es también la época de la Seguridad Nacional (S.N.), de la Democracia amordazada y fingida, del atropello generalizado, del ultraje público y privado. Aún nuestros padres y abuelos recuerdan esa hora menguada, ese tiempo ‘construido’ con una mezcla de admiración y náuseas, de fascinación y rechazo...

Llegado el año de 1958 una nueva campanada llama arrebato en el via crucis venezolano: Es la campanada de la Democracia -o partidocracia, como ahora quiere llamársele-, y el pueblo se vuelca en las urnas electorales, pero es un pueblo sin conciencia cívica, o en caso de haber alguna, deforme. Masa antes que pueblo es lo que concurre a los comicios electorales, votantes hueros, fatuos, descocados, son arrastrados por la demagogia politiquera, astuta, artera, a apostar en una gallera llena de trampas, de gallos de espuelas falsas. Pero así todo el país seguía construyendo mal que bien; sin orden ni concierto, no puede negarse; sin miras, es cierto; sin ciudadanos, es cierto, pero construyendo.

Cuando el Angel de la Tarde cierne su sombra sobre los ojos de Alejandro Otero, 1991, el pueblo de Venezuela se lanzaba a una nueva aventura, tan alocada y relampagueante como cualquiera de las anteriores. El pueblo, ya no creyendo en los gobiernos, se echó a las calles de manera tumultuosa y agria, en busca de dignidad, de una verdad que le arde en las entrañas. De estos partos agitados nacen centauros. Unos como Quirón, los menos, se hacen preceptores de hombres. Otros, los más, asaltan vandálicos el Olimpo para caer despachurrados entre las patas de sus sueños altaneros.

Alejandro Otero soñó con una patria futura, justa, noble y razonable; vivió en su sueño, ello le impidió ver la patria propia. Necesario es el Prometeo que anda en el pecho del artista y el visionario, sin él no hay marcha, y sin marcha pronto llega la más completa de las muertes, la más vergonzosa y absurda.

Al definir lo venezolano, aquello telúrico, distintivo, que sea nuestra filosofía perenne, José Ignacio Cabrujas, nuestro dramaturgo, dijo: "Destreza, mínimo esfuerzo y humor".

...Para Venezuela, amanecerá y veremos...

 

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Voces de Metal, Amor y Viento

Los textos que extractamos a continuación constituyen algunas de las opiniones del público sobre las obras de Alejandro Otero expuestas en la bienal de Venecia de 1982.

" Es la tecnología que, armoniosa, se une con el infinito todo.

Es la materialización del movimiento suave del viento, del aire liviano, de los rayos del sol.

¡Bravo! Una estructura así sería muy bella en el Museo de Escultura al Aire Libre de la ciudad de París, muelle San Bernardo. Le escribiré de tener tiempo. Si no, trate de localizarme en París. Marie Claude Dane, conservadora del Museo de Escultura al Aire Libre de la ciudad de París.

Es la macro joya de Otero

Sólo deseo que nuestra ciudad de Lieja (Bélgica) sea pronto honrada por una de sus obras.

Me gusta mucho lo que he visto, sobre todo porque no es arte únicamente. El artista nos habla un lenguaje que comprende el mundo entero. Por favor disculpe los errores, no he tenido ocasión de estudiar, sin embargo, amo el arte.

A mí, estas obras maestras me han gustado mucho y me parece imposible que el hombre pueda realizar estas obras maestras.

Me desorienta esta cosa... No sé de donde vengo.

Redactor del sector arte de la enciclopedia Motta. Pienso agregar a Otero, valiosísimo en sus formas cinéticas, en la nueva edición

Una vez más, muy bello.

Una de las mejores realizaciones de escultura en "movimiento": ¡absolutamente natural!

Espero que el viento te motive siempre...

Yo me llamo Ester Vanin y a mí también me gustaría hacer este trabajo. Tengo seis años.

Un gran momento de mi vida ver el trabajo de este sorprendente escultor. Bravo, Alejandro Otero...".

 

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