Renacimiento

La concepción de belleza en el Renacimiento se fundamenta básicamente en una "armonía de proporciones", expresión innata de objetividad, con una carga de naturaleza espiritual, pero concebida bajo el patrocinio de la idea.

En el Renacimiento se sigue defendiendo la idea básica de belleza como armonía de proporciones, y sus grandes creadores se afanarán por encontrar los más perfectos cánones de belleza; así, algunos afirman que lo bello se reconoce por la proporción y armonía que muestren los objetos hermosos. Y, entonces, el concepto antiguo de belleza como armonía de las proporciones adquiere en el Renacimiento una interpretación científica acorde con la cultura y los descubrimientos del tiempo.

De un modo muy especial la belleza de la obra de arte se hace depender de la perspectiva correcta y de las proporciones idóneas deducidas del cálculo matemático y geométrico.

Así, entonces, podemos decir que en el Renacimiento la belleza es armonía de partes, pero también es brillo, gozando de objetividad y de naturaleza espiritual, esto es, "la hermosura de los cuerpos depende de la imagen espiritual que transparenta la apariencia de los mismos".

Es importante señalar que los renacentistas utilizaron un sistema de relaciones para componer sus obras, fundamentado en un valor constante, el cual es conocido como la proporción áurea o número de oro. Este valor se refiere a dos segmentos entre los cuales se cumple la siguiente relación: el lado mayor es al menor, como la suma de ellos es al mayor.

Tomando a La Piedad, obra de Miguel Angel, podemos comfirmar lo grandilocuente de la escultura renacentista, con marcado naturalismo, preocupación de la anatomía humana y los estudios de perspectiva; que dan como resultado un cierto grado de formalidad. Esta obra es una de las máximas expresiones del Renacimiento, se caracteriza por un profundo idealismo y una gran carga de sentimiento y emociones con dinamismo.

La obra que representa a la Virgen sentada con Cristo muerto es descrita por Salvador Ordax (1998), en su libro lo mejor del arte así: "tiene la originalidad de mostrar a la madre aun joven como si tuviera a su niño dormido, lo que provoca cierta tensión emocional, como si fuera en realidad no algo descrito sino el simbolísmo de la premonición del futuro cruento de su hijo”. Algo porqué no, lo suficientemente dramático y muy probable influyente en el espectador; lo que resalta de manera plausible la hermosura de los cuerpos que nos muestran toda su intensión de manera muy espiritual;  no obstante, la concepción clásica de la composición, queda dentro de una pirámide, y el tratamiento muy acabado contribuye a una idealización propicia a la devota emotividad. Además, de enfrentar atrevidamente el problema de colocar el cuerpo desnudo de Cristo sobre los pliegues de la vestidura de la Madre.

La obra entonces, está cargada de una gran expresión, donde ésta expresividad se recalca en los rasgos fisonómicos, como el ligero movimiento del cuerpo. Es importante resaltar aquí que en la obra está presente el "contraposto", que no es más, que la combinación de un ritmo principal con otro subordinados y contrarios, es decir, la inquietud y movilidad de la obra. Lo más probable es que la obra este creada bajo los cánones de la proporción áurea; pero de lo que si podemos asegurar es al "hombre como la medida de todas las cosas". (David Estrada. Estética, 1988)


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