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==La Arquitectura==
 
  
Comparada con  la  de  los  virreinatos  de  México  y  el  Perú,  la  nuestra  fue  una arquitectura  muy modesta  en sus dimensiones,  en los materiales  empleados  y en la calidad de la mano de obra. La queja de los colonos por falta de alarifes o albañiles capacitados - hasta para seguir correctamente  una pared- fue una nota reiterada en los documentos de aquellos tiempos.
 
Olegario Meneses -primer  venezolano  en ocuparse  del análisis  de nuestra  historia arquitectónica-  dejó  los  juicios  más  severos  que  hasta  ahora  se  conozcan  sobre el carácter de la arquitectura de la colonia. Según él, en la Venezuela colonial no hubo casa o iglesia que valiera la pena. Un templo como el de Altagracia (en Caracas), tan elogiado por el viajero francés Francisco Depons (1751- 1812), para Meneses no pasaba de  ser  una  aglomeración  de  órdenes,  una  verdadera  y  auténtica  "pedantería arquitectónica".  Y en términos no muy diferentes llegó a expresarse de las iglesias de San Pablo y de la Merced (también de Caracas), las cuales -según él - eran tan insignificantes  que  ni  siquiera  valía  la  pena  mencionarlas.  Pero  sus  juicios  más despiadados  los  reservó  para  la  Catedral  de  Caracas,  cuyas  gruesas  columnas  -observaba- daban al edificio un "carácter tosco y por demás pesado".
 
Las consideraciones de  Meneses  tienen  el  mérito  indiscutible  – como  ya  hemos insinuado - de  ser  el  primer  testimonio  crítico  que  un  venezolano  haya  emitido,  de manera deliberada, sobre el carácter de la arquitectura de la colonia. Pero, si bien estaba sustentada en sólidos principios teóricos, su óptica estaba signada por el más profundo sentimiento  anti español,  que era común  a todos  los intelectuales  de su época.  Esa predisposición le impedía percibir y evaluar, en los términos más justos y objetivos, el status arquitectónico de aquellas viejas y modestas construcciones, levantadas en medio de considerables limitaciones técnicas, artísticas y financieras. Vista en esos términos es posible afirmar que nuestra  arquitectura  colonial  no  careció  ni  de  voluntad  creativa  ni  de  proyectos originales.
 
 
===La casa colonial===
 
 
En las primeras viviendas construidas por los españoles en Venezuela se adoptó el sistema  autóctono  de  construcción,  con  algunas  particularidades  en  las  distintas regiones,  impuestas  por  el  medio  geográfico,  el  clima  y  los  materiales  disponibles. Mientras en oriente, en el centro y en las regiones llaneras predominaron los techos de paja y las paredes de bahareque, en la región andina se impuso generalmente el uso de la piedra y la tapia. Poco  más tarde, con el afianzamiento del proceso colonizador, el conquistador fue trasplantando el patrón de la arquitectura que predominaba en España, especialmente  el de Andalucía. Así como los griegos de la antigüedad llevaron a sus colonias  del Mediterráneo el diseño de sus ciudades, los españoles trajeron al Nuevo Mundo sus modelos constructivos y Urbanísticos.
 
De las construcciones para uso residencial levantadas durante la colonia, son muy pocas las que se conservan en la actualidad. Los rigores del tiempo, los movimientos sísmicos  y  los  requerimientos  de  un  nuevo  estilo  de  vida,  conspiraron  contra  la conservación de un por sí menguado legado arquitectónico. La acción sísmica fue devastadora. El terremoto del 11 de junio de 1641 destrozó a Caracas casi por completo; el de 1674 causó estragos  en Mérida, San Cristóbal  y Trujillo;  el de 1766 destruyó parcialmente al Tocuyo. La ruina y desolación de Caracas, ocasionadas por el terremoto de 1812,  perduraron  a lo largo  de casi  todo  el siglo,  hasta  los  tiempos de Antonio Guzmán Blanco, cuando tuvo lugar la primera gran reforma urbana y arquitectónica de la ciudad.
 
Las transformaciones experimentadas por las ciudades (especialmente la capital de la República),  en el siglo XX, tanto a causa  de la explosión  demográfica  como de los deseos  de  modernización  de  la  población,  contribuyeron  en  buena  parte  a  la desaparición de las más bellas mansiones coloniales. A pesar de que bajo el mandato de Isaías  Medina  Angarita  fue  promulgada  nuestra  primera  ley  de  Protección  y Conservación del Patrimonio Artístico (16 de julio de 1945), desde entonces hasta esta fecha han sucumbido los ejemplares de mayor significación histórica y arquitectónica. La voracidad inmobiliaria y los planes urbanísticos sacrificaron todas las antiguas moradas caraqueñas  y del interior  del país. Fueron  demolidas,  sucesivamente,  la casa del Conde de San Xavier, en 1936; la casa de los Echenique, en 1945; la de Miranda, en 1948; la de Los Condes de Tovar y la casa del Canónigo Maya. Finalmente, para dar paso a la Avenida Este 1, hubieron de desaparecer dos hermosas viviendas contiguas: la casa del Colegio  Chávez  (antigua  morada  de Juan de la Vega y Bertodano)  y la de Felipe Llaguno, ambas en el año de 1953. Afortunadamente, de ellas queda el recuerdo a través de excelentes imágenes fotográficas, reproducidas principalmente en los trabajos de Carlos Manuel Moller y de [http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/Gasparini,_Graziano Graziano Gasparini], para sólo citar los más conocidos.
 
¿Cómo era la estructura y el aspecto de esas  viejas casonas? Un testigo de la época, José  de  Oviedo  y  Baños,  las  describía  como  viviendas  de  espaciosos  patios,  con exuberantes  jardines  y  huertos.  Y  un  autor  del  siglo  XX,  Carlos  Manuel  Moller, reiteraba el contenido de la descripción de Oviedo y subrayaba la frescura y los amplios espacios de aquellas viviendas; [http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/Gasparini,_Graziano Graziano Gasparini], el más devoto estudioso de nuestra arquitectura  colonial,  ha  destacado  en  su  obra,  La  Casa  Colonial  (1966),  su extraordinario parecido con las casas de la baja Andalucía, especialmente sus ventanas con  celosías  sobre  repisas  voladas,  solución  dirigida  a  protegernos  del  radiante  sol tropical.
 
El  eje  fundamental,  en  su  parte  interior,  era  un  patio  central,  circundado  por corredores, cuyo número dependía del status económico del dueño. Los techos cubiertos de teja, caían en una serie de pilares marcando el límite entre los corredores y el patio, como  uno  de  los  elementos  más  importantes  de  la  vivienda,  pues  a  través  de  este espacio abierto -como decía Moller- la vida entraba  a la casa, ya que por allí penetraban el aire, la luz, el sol, el perfume de algunos jazmineros, de los azahares de un naranjo y las "fragancias  embriagadoras  de plantas como la resedá y la dama de noche". Había casi siempre un segundo patio (llamado tras patio), con funciones muy específicas, pues era el área dedicada a la cocina, al lavado y a la caballeriza.
 
Al interior se accedía a través del zaguán, un pasillo rectangular que remataba en uno de los corredores principales de la casa. El zaguán se abría, al nivel de la calle, en una gran puerta conocida con el nombre de portón,  y,  a  nivel  del  corredor  principal,  en  otra  llamada  anteportón.  El  primero permanecía  siempre  cerrado,  mientras  que el segundo  era      mantenido abierto durante todo el día. Algunas veces el zaguán se comunicaba lateralmente con una de las habitaciones a través de una pequeña puerta, área habitualmente reservada al estudio del dueño de la casa.
 
Entre las moradas coloniales que han logrado  sobrevivir  hasta nuestros días es preciso citar la Casa Celís en Valencia, la llamada Casa la Blanquera en San Carlos (Estado Cojedes), la Casa Herrera en Puerto Cabello y en Coro la Casa Arcaya, la Casa de las ventanas de Hierro y La Casa de los Senior.
 
La  Casa  Celis  fue  construida  entre  1766  y  1776  por  Ramón  Ibarrolaburo  y Añorga  para  su  residencia  familiar.  Como  vivienda  particular  contó  con  sucesivos dueños, hasta que en 1960 fue adquirida por la nación, restaurada en 1971, y declarada patrimonio  nacional  ese mismo  año, cuando  se le dotó de mobiliario  adecuado  para instalar en ella un Museo de Arte e Historia. La Blanquera, levantada también en el siglo XVIII, es uno de los pocos ejemplos del barroco colonial que hoy se conserva. Exhibe  un  dintel  polilobulado  en  su  portada,  enmarcada  por  estípetes  o pilastras  en forma piramidal. La Casa Herrera de Puerto Cabello fue terminada en 1790, cuando esta ciudad  era  una  de  las  principales  zonas  portuarias  de  la  Compañía  Guipuzcoana. Construida  originalmente  como  residencia,  tiene dos frentes: el principal  da hacia la calle Bolívar y el posterior hacia la calle Los Lanceros. Resalta en ella la presencia de un balcón volado,  en estructura  de madera,  con un acucioso  trabajo  decorativo.  Su fachada  principal  luce  una  portada  de  austeras  líneas  clásicas,  elaborada  en  piedra caralina.
 
De las casas de la ciudad de Coro que quedan en pie, las más interesantes son: la casa de la familia Arcaya, la de la familia Garcés y la Casa Senior. Aunque en algunos aspectos  - como  bien  señala  Graciano  Gasparini -  éstas  se  apartan  de  la  mayoría  de nuestras construcciones  coloniales, todas reproducen la estructura fundamental de las casas venezolanas de aquella época.
 
Situada en el cruce de la calle Zamora con la calle Federación, la Casa Arcaya es una de las pocas viviendas de dos niveles que hoy podemos contemplar de aquel Coro colonial. La planta baja estuvo destinada a las actividades cotidianas y la parte alta, al descanso. Distinto era el uso de las casas de dos pisos en la Guaira y Puerto Cabello.  Aquí el primer nivel se reservaba  a las funciones comerciales y, el segundo, a la vida familiar.
 
La  fachada  de  la  portada  principal  viene  a  ser  uno  de  los  ejemplos  más contundentes del barroco criollo y su originalidad hay que buscarla en el movimiento de las pilastras, "donde los sillares colocados en punta, se alternan con los planos, creando una nota de particularidad dentro de la decoración almohadillada". Entre las pilastras se abre la puerta principal, con un arco rebajado cuyas enjutas están decoradas con motivos vegetales, solución común en ciudades como Caracas, Araure y Ospino. (Gasparini, La Arquitectura Colonial de Coro, pp. 193 -94).
 
La  casa  de  la  familia  Garcés,  conocida  popularmente  como  la  Casa  de  las ventanas de hierro, también está ubicada en la mencionada calle Zamora, pero haciendo esquina  con  la  calle  Colón.  Ella  es,  sin  duda,  la  obra  de  arquitectura  civil  más importante  construida en la época colonial que haya sobrevivido  hasta nuestros días. Enrique Marco Dorta, en su conocida  Historia del Arte Hispanoamericano (vol. III), ha  dicho  que  "es  el  ejemplar  más  cargado  de  interés"  que  se  dio  en  las  costas venezolanas en ese entonces. Su estructura sigue el patrón de todas las casas coloniales venezolanas,  es  decir, patio central con corredores  que descansan  en columnas.  No obstante, hay detalles que la hacen única en la historia de nuestra arquitectura de aquel tiempo. Nos referimos a los elementos de procedencia holandesa que podemos observar, como por ejemplo, el hastial de una de sus fachadas y las columnas bulbosas de sus corredores.
 
Las columnas que circundan los corredores de esta mansión se caracterizan por un considerable abultamiento de sus éntasis, peculiaridad que hayamos, también, en la casa del canónigo Maya y en la del Colegio Chávez, ambas construidas en Caracas a fines del siglo XVIII. Moller,  en atención  a una hipótesis  del estudioso  ecuatoriano Gabriel García Navarro, llegó a afirmar que el abultamiento de las columnas era posiblemente de origen naturalista, acaso inspirado en la forma del tallo de los chaguaramos.  Pero el profesor  alemán Erwin Palm, en sus Estudios  de arquitectura venezolana (1952), demostró ampliamente que provenían de las pequeñas balaustradas de algunas casas curazaoleñas del siglo XVIII, modelo que a su vez había sido tomado de una receta holandesa del siglo XVI, usada en Liuk y Maestrich. No obstante, la hipótesis de Palm, altamente verosímil, dada la vecindad de Coro con la isla de Curazao, no rige en el caso de las columnas del Colegio  Chávez,  emparentadas  más bien con el barroco  mexicano,  o quizás  con las columnas del convento de San Hipólito de Córdoba.
 
Pero el detalle más atractivo de la Casa de las ventanas de hierro es, como ha observado el ya citado historiador español, Enrique Marco Dorta, su portada de ladrillo enfoscado.  “Dentro  del  barroquismo  de  esta  portada,  (...),  -  escribía -  no  deja  de sorprender la conjunción de notas de arcaísmo tan acentuadas como el frontispicio con la venera,  las columnas  de lejano  recuerdo  plateresco  y la decoración  de las calles laterales del segundo cuerpo, que evoca los paramentos cubiertos de imbricaciones del gótico Isabel. El conjunto, en suma, constituye el ejemplar más cargado de interés y de interrogantes  del barroco que floreció en la costa venezolana durante el siglo XVIII” (Viaje a Colombia y Venezuela, 1948).
 
Las fachadas fueron siempre un lugar privilegiado en las casas de la colonia. Fue en ellas donde mayormente se manifestaron las formas barrocas a fines del siglo XVIII. Así puede constatarse en algunas portadas de las ciudades llaneras y de la región andina. En variadas ocasiones lucen dinteles polibulados que, por su forma ondulada, confieren cierto movimiento a la fachada, como es el caso -ya citado- de la "Casa de la Blanquera en San Carlos (Edo. Cojedes) y el de la Casa de los Echanique en Caracas. Otras veces, dicho  movimiento  resulta  reforzado  por  la  presencia  de  en  un  tipo  de  pilastras, inspiradas quizás en la forma ondulada de las columnas salomónicas.
 
Al igual que las anteriores, la Casa Señor o Casa del Balcón de los Senior, como suele ser llamada, está ubicada en el casco colonial de Coro y también fue construida a fines del siglo XVIII. Su nota más característica es la presencia de los balcones volados en cada una de sus dos fachadas. Esta característica,  común en las ciudades costeras como Puerto Cabello, es excepcional en Coro. Es hoy monumento histórico por decreto por la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación en marzo de 1966.
 
 
===Los templos===
 
 
Los templos ocuparon  sitios privilegiados  en la ciudad colonial. Las Leyes de Indias  estipulaban  su ubicación  en uno de los ángulos  de la Plaza  Mayor,  junto  al Ayuntamiento ya la Gobernación. Los primeros fueron necesariamente  construcciones elementales  con  techos  de  paja,  pero  progresivamente  se observa  un  mayor  esmero estilístico  y  constructivo,  en  la  medida  en  que  se  produce  un  afianzamiento  de  las formas de colonización política, económica y cultural.
 
La planta fue concebida bajo el esquema basilical, modelo que la iglesia había tomado  de la arquitectura  civil romana  en la época del emperador  Constantino.  En Venezuela  la  gran  mayoría  de  las  iglesias  adoptó  forma  rectangular,  siendo excepcionales  las de cruz latina,  como la de San Miguel  de Burbusay  en el Estado Trujillo, la de Clarines en el Estado Anzoátegui, la de la Concepción del Tocuyo en el Estado Lara, y la de San Clemente en Coro (Estado Falcón). El número de naves fue muy variable. Generalmente fueron tres, pero podemos encontrarlas de cinco, como la Catedral  de Caracas,  o de nave  única  como  la de iglesia  de Pampatar  en la isla  de Margarita, la San Rafael de Burbusay en el Estado Trujillo, y las iglesias del Calvario en Carora y la de Arenales (ambas en el Estado Lara).
 
En la techumbre de nuestros templos predominó el sistema de pares, tirantes y nudillos.  Cobertura  generalizada  que  prevaleció  desde  los  primeros  años  de  la colonización hasta el siglo XVIII, y que hubo de seguir usándose durante todo el siglo XIX y las tres primeras décadas del XX. Lo vemos en la Iglesia de la Asunción y en la de Coro, que son las más antiguas, en casi todas las iglesias de la región llanera, y en la gran mayoría de nuestros vetustos templos. La Catedral de Caracas, terminada en 1713, lució un techo de pares y tirantes hasta 1930, año en que concluyeron los trabajos de refacción que dieron al traste con las formas originales del techo y de sus columnas octogonales  de  madera.  El  sistema  de  pares,  tirantes  y  nudillos,  es  una  de  las características más peculiares del mudejarismo en Venezuela, y se impuso por razones de costo, rapidez y facilidad en la ejecución. [http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/Gasparini,_Graziano Graziano Gasparini],  Boletín del Centro de Investigaciones  Históricas y Estéticas  de la Universidad  Central de Venezuela (N°1, 1964)].
 
 
El uso de la bóveda y de la cúpula, en cambio, no fue común en la construcción de  nuestros  templos  de  la  colonia.  Sabemos,  sin  embargo,  que  bóveda s y cúpulas cubrieron las iglesias de Altagracia y de la santísima Trinidad, en Caracas, hasta que ambas  fueron  derribadas  por  el  terremoto  de  1812.  En  todo  caso,  los  templos  con cúpulas y bóvedas fueron una rareza y adoptaron características muy particulares, como podemos  hoy constatar  en las iglesias  venezolanas.  Vale  la pena  mencionar  en este sentido templos como el de Paraguachí (isla de Margarita), el de Arenas (Estado Sucre), y en varias iglesias del Estado Lara, como la de San Juan Bautista (Carora), la de la Inmaculada  Concepción  (El Tócuyo),  la de la Concepción  (Barquisimeto),  y las de Arenales y Quíbor.
 
Se trata, por lo general, de cúpulas achatadas, sin tambor, tal como podemos apreciar en la ya mencionada iglesia de Paraguachí, cualidad que la emparenta con algunas iglesias coloniales de la República Dominicana.
 
Menos  achatadas  son las pequeñas  cúpulas  de las dos torres  de la iglesia  de Arenas  (Estado  Sucre),  templo  probablemente  concluido  en  1678,  visitado  por Humboldt en 1799 y restaurado entre 1974 y 1975.
 
Queda a muy pocos kilómetros de Cumanacoa y luce, en una de sus fachadas laterales, soluciones decorativas que llaman la atención. Se trata de altorrelieves que reproducen figuras de perros, cachicamos y caballos. Destaca, también, la imagen de un indio que porta una lanza en su mano derecha. No deja de tener razón Gasparini, cuando subraya que  esta  particularidad  expresa  acaso  la  preocupación  por  introducir  elementos autóctonos  en el universo  decorativo.  Es, además,  un rasgo bastante  significativo en relación con el papel que el mestizaje empieza a adquirir en el proceso cultural de la América Hispana, con manifestaciones que no les son ajenas a la pintura. Boulton, por ejemplo,  hace referencia,  en este orden de ideas, a las facciones  mestizas del  niño de una Virgen del Rosario  y al rostro de la Virgen de una Piedad  que se encuentra en la Iglesia de Araure (Estado Portuguesa).
 
Y no podemos dejar de mencionar entre los templos de cúpulas achatadas el de San  Lorenzo,  en  el  Estado  Sucre,  y  el  de  Arenales  (Estado  Lara).  Este último  fue terminado en 1781 por el Presbítero José Félix Espinosa de los Monteros. En fin, dentro de este tipo de construcción resalta la iglesia de la Concepción  del Tocuyo, donde la cúpula sí descansa sobre un tambor, y cuyas formas actuales se corresponden con la descripción del Obispo Mariano Martí en la octava década del siglo XVIII y, según la cual "El presbiterio es de bóveda y forma  en  el  crucero  con  los  primores  de  la  arquitectura  una  media  naranja  bien hermosa". También " las dos capillas colaterales de las naves son de bóvedas, (...)."
 
Algunas veces hallamos iglesias con un sistema de bóvedas de maderas adherido a la techumbre. Se trata, en realidad, de falsas bóvedas, como podemos constatar en la iglesia de Clarines  (Estado Anzoátegui)  y en la de San Antonio  de Maturín  (Estado Monagas). El crucero de la primera se encuentra cubierto por una bóveda de madera que cuelga de la armadura, sustituyendo así a los tirantes. Encontramos un procedimiento similar en el pequeño templo de San Antonio de Maturín, pero aquí las bóvedas son de aristas, mientras que la de Clarines, de medio cañón.
 
Al igual que en la arquitectura civil, en la religiosa fueron las fachadas el sitio de mayor expresión estilística. Constituyen la parte del edificio donde podemos verificar el eco  de  diferentes  estilos  europeos,  desde  las  formas  clásicas  renacentistas  hasta  el espíritu del arte barroco.
 
Pero es necesario hacer notar que en ningún caso se trata de soluciones espaciales en estricto sentido arquitectónico, sino de planteamientos que generalmente se resuelven en el terreno decorativo y con efectos puramente escenográficos.
 
Las fachadas constituyen,  pues, el lugar de mayores esfuerzos estilísticos  y es allí  donde  podemos  percatarnos  de que en la colonia no hubo estilos bien definidos. Son,  generalmente,  yuxtaposiciones  de  códigos  de  diverso  origen.  Se  tomaron elementos  de aquí y de allá, quizás  al azar,  y de acuerdo  con las posibilidades  que ofrecía la austera vida colonial. Así, e n las fachadas, vemos los ecos de la arquitectura renacentista, pero también del barroco y del rococó.
 
En la portada principal de la iglesia de la Asunción (Isla de Margarita) es bien claro  el  rasgo  renacentista.  Allí  podemos  observar  un  entablamento  con  triglifos  y motivos  clásicos,  que  descansa  sobre  un  arco  rebajado.  Remata  en  un  frontón, interrumpido en el centro por un ojo de buey con doble moldura. Estas mismas formas, pero en tono de mayor sobriedad, se repiten en las fachadas laterales.
 
En cambio, las iglesias del siglo XVIII recibieron, aunque de manera atenuada, la  influencia  del  barroco.  Así  puede  observarse  en  las  fachadas  de  la  catedral  de Caracas, en la de San Sebastián de los Reyes y en la de Turmero, estas dos últimas en el Estado Aragua. Observamos  el mismo fenómeno,  además, en la iglesia de Calabozo (Estado  Guárico),  en la de "San Francisco"  en el Tocuyo  (Estado  Lara)  y en la de Araure (Estado Portuguesa).
 
Es obvio que una estructura barroca, en el exacto sentido del término, no se da en estos templos  con el mismo rigor que constatamos  en Europa,  especialmente  en Italia. En las nuestras el movimiento se congela en las semicolumnas,  pues no logran producir  un  verdadero  estado  de  interacción  de  fuerzas  que presionen  del interior al exterior y viceversa, tal como puede apreciarse  - para solo citar dos ejemplos-  en las iglesias romanas de Santa María della Pace, de Pietro di Cortona (1596- 1669), y en la de San Carlino alle quattro Fontane, de Francesco Borromini (1599-1667).
 
Otras veces el gesto barroco se expresa en términos muy diferentes, como en la pequeña iglesia de San Antonio de Maturín (Estado Monagas). Humboldt, a comienzos de siglo, vio en ella un templo  "del más puro estilo griego".  Naturalmente,  el sabio alemán  la  miró  en  sus  detalles,  no  en  su  conjunto,  el  cual  revela  una  indiscutible intención barroca, si consideramos la disposición de las paredes de la fachada, dirigida a producir un cierto movimiento ondulante.
 
 
==La Pintura==
 
 
Pintar  fue en la  colonia una actividad relegada a las clases subordinadas.  No obstante, como eficiente instrumento de difusión de la fe, ésta llegó a ocupar un lugar prioritario en el proceso de colonización.  Como en la edad media europea, la imagen pictórica llegó a convertirse en la Biblia de los que no sabían leer, es decir, del grueso de la población  colonial.  Así  se explica,  en buena  parte,  el interés,  desde  temprana época, por traer de España imágenes sagradas destinadas a ornar las moradas de Dios, con el objeto de instruir a los fieles sobre la vida de Cristo.  Hubo  un  hacer  pictórico  relativamente  intenso  en  el  siglo  XVIII,  donde  es palmario  el espíritu  del barroco;  considerable  en el siglo  XVII,  con la presencia  de sutiles formas  manieristas, y casi inexistente  en el XVI. En esta época las imágenes generalmente eran traídas de España, y se hallaban vinculadas a la sensibilidad del arte gótico.
 
 
===El retrato===
 
 
No toda la actividad pictórica se redujo a la elaboración  de imágenes para el culto.  Hay  testimonios  materiales  y  documentales  que  evidencian  la  presencia  de paisajes,  de naturalezas  muertas  y retratos.  Entre  estos últimos  hoy se conserva  un conjunto de muy buena calidad artística, como el del Provincial Francisco Mijares de Solórzano y el de Fray Antonio González de Acuna, entre los más antiguos; y del siglo XVIII dos atribuidos  por Alfredo  Boulton  a Francisco  José de Lerma y Villegas:  el retrato del bisabuelo materno del Libertador, Don Feliciano Palacios y Sojo (1726) y el de Doña Teresa Mijares de Solórzano (1732).
 
El  retrato  del  Provincial  Francisco  Mijares  de  Solórzano  (Casa  Natal  del Libertador)  que  data  de  1638,  ha  dejado  el  recuerdo  de  uno  de  los  personajes  más famosos de aquella época. El Provincial aparece de pié, con rasgos bien definidos. No hay duda de que se trata de un cuadro prodigioso. Para juzgarlo no es necesario reparar en la "buena hechura" que usualmente  se aprende en las academias de arte. Hay que entenderlo como la pintura de un autodidacto, o de una persona de escasos estudios y, sin  duda  alguna,  de  una  restringida  cultura  de  imagen.  Penetrar  en  la  auténtica dimensión  histórica  y  estética  de  esta  obra,  significa  tener  muy  en  cuenta  que  la disonancia o consonancia de un artista con su época no influye de manera determinante, ni en su talento ni en su genialidad.
 
Una concepción  diferente, más  cercana  a  las  prácticas  académicas, la encontramos en el retrato de Fray Antonio González de Acuña (Palacio Arzobispal de Caracas),  y  cuyo  autor,  según  Alfredo  Boulton,  pudiera  ser  Fray  Fernando de la Concepción, íntimo amigo del Obispo. Se percibe inmediatamente una idea más cabal de la representación  de la tercera dimensión, una mayor soltura de la pincelada y un mejor sentido del volumen. Destacan en este lienzo los contrastes de colores, condición que revela, no solamente una intención puramente mimética, sino una actitud que habla de cierto grado de conciencia artística.
 
Otros retratos se ejecutaron en el siglo XVIII, sobre la base de una  técnica más refinada. Debe mencionarse en este orden de ideas el de Teresa Mijares de Solórzano y Tovar, pintado, como hemos dicho, por Francisco José de Lerma y Villegas. Esta obra pone  de  relieve  la  alta  calidad  que  la  pintura  había  alcanzado  en  Venezuela  en el momento  en  que  la  Gobernación  de  Venezuela  se  había  convertido  en  la  colonia agrícola más importante del imperio español. Doña Teresa aparece de pie con una flor en la mano. Es uno de los retratos mejor logrados de todo el período colonial.
 
 
===Los ecos del manierismo===
 
 
Es difícil aplicar el término manierismo en la historia de la pintura colonial de Venezuela. Resulta imposible enmarcar nuestro acontecer artístico dentro de la lógica histórica de los países europeos.
 
Análogamente, nuestra producción pictórica de aquella época no puede ser valorada de acuerdo con los mismos parámetros que usamos para referirnos a la pintura europea de los siglos XVII y XVIII. Sería más adecuado, entonces, hablar de "formas manieristas", si éstas se entienden como el eco  de un estilo en el hacer pictórico de la colonia, o si se quiere, como citas de un repertorio estilístico que, en el hacer colonial, adquieren una valencia distinta a la de su mundo figurativo original.
 
En  consecuencia,  cuando  empleamos  el  término  "manierista"  referido  a la historia  de  la  pintura  colonial  venezolana,  no  estamos  designando  una  época determinada con límites cronológicos bien precisos.
 
Ni siquiera en Italia es posible agrupar, bajo el epíteto de manierista, todas las obras de arquitectura,  pintura  y  escultura  producidas,  grosso  modo ,  entre  1520  y  1630.  Los rasgos comunes que hay en la pintura de Rosso (1495- 1540), Pontormo (1495 -1556) y Beccafumi (1486-1551), e incluso hasta en la de Parmigianino (1503- 1540), no pueden ser extendidos a la del Ti ntoretto y el Greco. Análogamente, los límites cronológicos no coinciden  en  las  diferentes  expresiones  artísticas.  Si  en  el  área  de  la  pintura  el manierismo expira en Italia a fines del siglo XVI, en el dominio de la escultura perdura hasta el siglo siguiente, si pensamos, por ejemplo, en la estupenda  Anunciación de Francesco  Mochi (1580- 1654) que se encuentra en la Catedral de Orvieto.
 
En los tiempos coloniales algunas formas manieristas llegaron a insertarse en la producción pictórica del siglo XVII. Una de sus más ricas manifestaciones las hallamos en Mérida, en dos obras que, según el criterio de Alfredo Boulton, podrían muy bien ser de origen neogranadino. Nos referimos a una Visitación ya un cuadro titulado  La visión del Beato Alonso Rodríguez, ambos cuadros hoy exhibidos en las salas del Museo del Palacio Arzobispal de esa ciudad.
 
 
La Visitación, fechada en 1660, reproduce a María e Isabel, las dos primas embarazadas, ambas de pie y abrazándose tiernamente. Detrás de ellas, también de pie, observamos en amena conversación sus respectivos esposos, José y Zacarías. Fue un tema  muy  común  dentro  de la producción  manierista  y, entre  otras,  se recuerda  las versiones de Francesco Salviati, del Tintoretto, del Greco y de Pontormo. Éste último pintó dos Visitaciones muy famosas, una que hoy se encuentra en Florencia (Iglesia de l' Anunziata) y otra en Carmignano (Iglesia Parroquial). El estudioso venezolano, Rafael Pineda, ha visto en La Visitación de Mérida un reflejo directo de la Visitación (1530) de Pontormo de la Iglesia Parroquial de Carmignano, pero, si ciertamente el tratamiento del espacio  guarda  relación  con  la  atmósfera  de  esta  última,  desde  el  punto  de  vista iconográfico se haya emparentada, más bien, con una fórmula iconográfica que Giotto había introducido muchos años antes en Italia.
 
En cambio,  estilísticamente,  se encuentra  conectada  con el tardo manierismo, una fase del estilo donde se acentúa el culto al refinamiento, a la elegancia formal, a la búsqueda  de  la  variedad,  de  la complejidad,  y la aspiración  a una belleza  artificial dirigida  al  logro  de  la  perfección,  tal  como  podemos  constatar  en  las  obras  de Parmigianino  y de otros  pintores  de la época.  La estructura  de los personajes,  en la Visitación  merideña,  está  definida  por  una  «S»  alargada,  recurso  muy  usual  en  las vírgenes de Andrea del Sarto, Francesco Salviati y el mismo Pargianino.
 
Se trata de la llamada línea serpentinata, de cuyas formas y usos dejó Lomazzo (1538-1600) ingeniosas explicaciones en su libro Idea del Tempio  della  Pittura (1584).  Otros  elementos  manieristas  son  la  posición  de  los personajes, que parecen flotar, y la estilizada cabeza del asno que se encuentra al lado de la virgen.
 
El  otro  cuadro,  La  Visión  del  Beato  Alonso  Rodríguez,  es  una  obra verdaderamente sorprendente a los ojos del analista, pues sin en ella son inconfundibles ciertos  códigos  manieristas,  denota,  por  otra  parte,  una  fuerte  carga  realista, característica  que  es  ajena,  por  definición,  al  verdadero  espíritu  de  ese  estilo.  No obstante, resaltan el alargamiento de las figuras de Jesús y la Virgen, las formas serpentinadas de los ángeles y, sobre todo, la delicadeza del ropaje, tan típica del arte de Pontormo y de Parmigianino.
 
Desde  el  punto  de  vista iconográfico,  el desconocido  artista de la colonia  se inspira en una obra homónima de Francisco Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598 -Madrid, 1664). Pero es oportuno aclarar que hay profundas diferencias entre una y otra versión.  No se trata  pues  de una  copia  servil.  Es  necesario  subrayar  que  la versión colonial introduce notables y sugestivas variantes que no pasaron desapercibidas al ojo crítico  de  Alfredo  Boulton  en  su  primer  volumen  de  Historia  de  la  Pintura  en Venezuela.  Así, por ejemplo,  en el cuadro  de  Zurbarán el Beato está recibiendo  la sangre de Cristo, mientras que en el lienzo de Mérida recibe los corazones de Jesús y la
 
Virgen.
 
 
Pero las diferencias son todavía más profundas. Llama la atención, entre otros detalles, la intensa carga realista de la  obra del Museo Arquidiocesano de Mérida. Esta contrasta enormemente  con la atmósfera sacra y divina del cuadro del pintor español. Aquí el acto transcurre en un escenario solemne. La composición está articulada en dos planos para aislar el registro celestial del terrenal. La versión colonial es cotidiana, real, casi un hecho de crónica. El episodio está ambientado  en un escenario muy humilde. Ocurre en una modesta habitación, en cuya puerta se hallan un hombre de pie, y un niño con una cesta sobre su cabeza. Ambos miran estupefactos al beato en el momento en que recibe los corazones de Jesús y la Virgen.
 
Se advierte también la impronta manierista en once lienzos que hasta hace poco se hallaban en la capilla Santa Ana del Hospital Urquinaona de Maracaibo, todos con la firma de Juan de Villegas. No sabemos  exactamente como llegaron a esta ciudad. Boulton pensó, en un principio, que podía tratarse de un pintor venezolano, pero se dio cuenta de que en la iglesia parroquial de  San  Martín  de  Texmelucan  de  Puebla  (México)  hay  varias  pinturas,  firmadas también  por un tal Juan de Villegas,  cuyos  rasgos  caligráficos  son los mismos  que aparecen en las firmas de los once cuadros de Maracaibo.
 
En la obra de Villegas, Los Desposorios Místicos de la Virgen y San José, llama la atención los contrates de tonos rojos y verdes, así como el uso, tan evidente, de la llamada línea serpentinada en la conformación del cuerpo de la virgen.
 
De gran interés, tanto por su aspecto iconográfico como por los rasgos fundamentales de la composición, viene a ser La Adoración de los Pastores, del mismo Villegas,  cuyo  modelo  es  seguramente  la  obra  homónima  de  Zurbarán.  Como  bien sabemos,  en  el  tema  de  los  pastores,  al  igual  que  en  el  de  los  Reyes  Magos,  los visitantes  no  se presentan  ante el niño con las manos  vacías.  En algunas  versiones, como  la  de  Luca  Cambiaso  (1527- 1585),  que podemos  contemplar  en el Museo  de Brera (Milán), la nota más sobresaliente es el pastor con un cordero entre sus manos. Sin embargo, generalmente acuden tres pastores con sus respectivos regalos, el primero con un corderillo con las patas atadas (símbolo del sacrificio de Jesús), el segundo con su callado y el tercero con su caramillo.
 
 
La composición  de Villegas es diferente. En la escena introduce la imagen de una pastorcilla, que trae al niño una cesta de huevos. Es una particularidad icnográfica que se había difundido (1577-1640) en Europa con Rubens y la vemos muy explícitamente en la versión de Zurbarán (Museo de Bellas Artes de Grenoble-Francia), razón por la cual es verosímil la hipótesis de que ésta última haya servido de fuente de inspiración.
 
La resonancia del manierismo se extiende, en la colonia, hasta finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII con la obra de Francisco José de Lerma y Villegas, un pardo libre, autor de dos retratos ya mencionados en páginas precedentes. Lerma y Villegas es uno de los artistas más originales del período colonial. En sus cuadros se entre cruzan varios estilos, pero sobre todo resalta la impronta manierista. Obsérvese, a este respecto, como en El Martirio de Santa Bárbara aparece tan pronunciado el alargamiento  en forma  de "S" de la figura  de la santa,  mientras  que en La Sagrada Familia es impresionante  el refinamiento,  la manera artificiosa, y hasta rebuscada, en que el artista ha plasmado las manos de sus personajes, aspectos tan característicos  del manierismo.
 
Marcados  rasgos  manieristas  advertimos,  también,  en  la  obra  del  Pintor  del Tocuyo, activo entre 1682 y  1702 en la región del mismo nombre en el Estado Lara. Es posible que en ese lapso haya ejecutado por lo menos más de cien cuadros, de los cuales apenas se conservan diez. Lo primero que se nota en ellos es la ausencia de los más elementales conocimientos académicos, característica que define  - como hemos visto - a toda la pintura colonial. Sin embargo, hay un encanto en cada uno de sus cuadros, que emana de su colorido rico y armonioso, así como de una acentuada preocupación por los volúmenes:  Éstos  se  encuentran  muy  bien  definidos  por  la  presencia  de  los pronunciados ángulos agudos que conforman el plegado de la ropa. Obsérvese, en este sentido, el vestido de la Inmaculada Concepción (restaurada en 1985) y el de la Virgen del Rosario  (restaurada  en 1985),  lienzos que hoy podemos  contemplar  en la Iglesia Parroquia del Tocuyo.  Esa característica  la volvemos  a encontrar  en la Inmaculada Concepción y en el Cuadro de Animas (restaurado en 1984) que se exhiben en el Museo Lisandro Alvarado de la misma ciudad.
 
Es  necesario  subrayar  que  esta  peculiaridad  no  es  exclusiva  del  Pintor  del Tocuyo.  Se dio también  en otras latitudes  coloniales,  como por ejemplo  en Bolivia, donde  puede  advertirse  en varios  lienzos,  tanto de Bernardo  Bitti como  de Melchor Pérez Holguín.
 
Por  último,  la  brisa  manierista  penetró  en  la  pintura  de  José  Zurita, especialmente  en dos cuadros  que hoy se encuentran  en la Catedral  de Caracas: La Coronación  de la Virgen  y La Ascensión.  Ambos,  pintados  en óleo sobre  tablas  de cedro, están fechados en 1729. Son dos obras donde aflora tímidamente el dramatismo, el dinamismo compositivo y hasta la profundidad espacial, no definida racionalmente, que caracterizan, tanto los lienzos del Grecco (1541- 1614) como del Tintoretto (1518  -1594).
 
 
===Los ecos del barroco===
 
 
Bien entrado  el siglo XVIII, cuando casi se extinguía  en Europa,  llegaron  a Venezuela  algunos  reflejos  del  barroco,  dejando  su  huella  en  nuestra  producción pictórica,  particularmente  en  la  del  artista  caraqueño  Juan  Pedro  López.  Alfredo Boulton, luego de minuciosos estudios en la década del cincuenta, rescató para López ciento cuarenta y una obras, anteriormente consideradas de autor desconocido; posteriormente,  sobre  la  base  de  rigurosas  investigaciones  documentales  y  certeros análisis iconográficos, el investigador Carlos F. Duarte identificó otra setenta obras del mencionado Juan Pedro López.
 
La pintura de López es, en realidad, muy desigual. Así lo ha observado Alfredo Boulton  en  su Historia  de  la  pintura  en  Venezuela,  cuando  subraya  las enormes diferencias estilísticas que hay entre obras  como El Cristo de la Caña, La Virgen de la Luz y EI Martirio de San Bernabé. Son verdaderamente  tres mundos estilísticos muy distintos. Sin embargo, un análisis más detallado del autor, bajo las pautas del método del conocedor, revela la presencia de un conjunto de rasgos comunes en ellas, las cuales son, en última instancia, las que definen la personalidad y  originalidad del pintor.
 
La obra más temprana que hoy se conoce de Juan Pedro López es La Historia de  la Virgen, un encargo de la iglesia de San Mauricio, ejecutado en 1752 y ampliamente estudiada por Duarte en uno de los trabajos más rigurosos que conozca la historiografía venezolana de  pintura. Se trata de dieciséis lienzos, de los cuales cuatro pueden hoy ser contemplados en la Iglesia de San Francisco de Caracas. En ellos López ha  reproducido  los  capítulos  más  importantes  de  la  historia  de  Virgen,  como  La Asunción, Los Desposorios de la Virgen , La Huida a Egipto Adoración de los Pastores, etc.
 
 
Se trata de una obra muy importante en el conjunto de la producción del pintor, porque  precisamente  en ella lograba  consolidar  su repertorio  y su manera  de pintar. Ciertamente, es a partir de la Historia de la Virgen que Juan Pedro López establece una manera definitiva de construir el espacio y de utilizar el color, las topologías y las poses de sus personajes.
 
 
De 1756 es La Inmaculada Concepción de la Sacristía Mayor de la Catedral de Caracas. El  barroquismo  de  esta  obra  guarda  una  evidente  vinculación  estilística  con  La Coronación de la Virgen , uno de los dieciséis lienzos del conjunto antes referido. De 1775  es el Martirio  de San Bernabé,  donde  el artista  se vale de un de un lenguaje plástico muy distinto al empleado en las obras antes mencionadas. Podría incluso hasta pensarse  -como  advierte  Boulton -  que  pudiera  tratarse  de  la  actuación  de  manos diferentes. No obstante, si somos más precisos nos daremos cuenta de algunos detalles que habrán de repetirse en buena parte de su obra posterior. Pensemos, por ejemplo, en la manera de mirar de ciertos personajes, a la cual el citado autor ha llamado "mirada visionaria",  y que hayamos,  también,  en el Jesús Cautivo  (1775) de la Sociedad  de Amigos del Arte Colonial.
 
Una de las imágenes que más identifica la personalidad artística de Juan Pedro López es La Virgen de la Luz, de la cual el pintor ejecutó varias versiones. Una de las más conocidas  pertenece  a la colección  de J. la Señora  Lobelia  Benítez  de Narváez, ejecutada  en  1760.  Al  igual  que  la  del  Concejo  Municipal  de  Caracas,  deriva iconográficamente  del grabado de  Nuestra Señora de la Luz, obra del pintor español Juan Bernabé de Palomino (Carlos Duarte, Juan Pedro López    ). La única versión que se aparta de este modelo pertenece a la colección de Francisco López de Herrera, en la que el rostro ha sido concebido de manera distinta a todas las demás versiones de López, y donde la curva que describe el trayecto del vientre hasta los pies, es menos pronunciada que en las otras interpretaciones.
 
Quizá una de las obras menos conocida de Juan Pedro López es El juicio final de la iglesia de Pampatar (Isla de Margarita), ejecutada en 1772 para Andrés de Berde. El personaje principal es San Miguel, situado en todo el centro del cuadro con una balanza en la mano. Su misión, obviamente, es pesar las almas y decidir su destino: unas irán al cielo y otras al purgatorio y al infierno, de acuerdo con  la gravedad de sus pecados.  A  los  pies  del  poderoso  santo,  con  rostros  impregnados  de  profunda desesperación, se hallan quienes han sido destinados al purgatorio.
 
 
Arriba ya la derecha, los  elegidos,  es decir,  santas  y santos,  entre  quienes  destaca  Santo  Domingo;  ya  la izquierda (del que mira), la imagen de San José, cuya misión es conducir al cielo a las almas que han logrado salvarse. Corona la escena la imagen de la Santísima Trinidad. Se trata de una versión muy distinta  a la que se encuentra  en la Iglesia  de san Francisco  (Caracas).  Esta última, fechada en 1776, es también de grandes dimensiones (286 x 176 cm.) y en ella la figura de San Miguel fue concebida en posición sedente.
 
También dentro de la atmósfera del barroco se encuentra la obra de un conjunto de pintores de apellido Landaeta, cuya pintura, hacia la mitad del siglo XVIII, guarda cierta relación con la de Juan Pedro López. Precisamente por el parentesco estilístico, entre las obras de un conjunto de artistas que llevaban el mismo apellido, Boulton llegó a hablar de una Escuela de los Landaeta , de la  cual  formarían  parte,  entre  otros,  Blas  Miguel  de  Landaeta  (fallecido  en  1767),  Antonio José Landaeta, autor de un conocido lienzo de la Inmaculada Concepción  que se halla en la Catedral de Caracas, y Juan de Landaeta, quien fuera Maestro de Platero y Orfebre.
 
Pertenece a la Escuela de los Landaeta, además, un lienzo titulado La Virgen de Caracas, hoy propiedad de la Fundación Boulton. En este cuadro la figura de la Virgen emerge de las nubes, rodeada de un conjunto de bellos querubines. Detalle muy significativo, viene a ser, la panorámica de Caracas que el artista nos ofrece a los pies de la Virgen. Como ha observado Boulton, la vista de la ciudad parece haber sido captada por el artista de Norte a Sur, como si se hubiese situado en las alturas de El  Ávila. Se trata de un fragmento de extraordinario contenido histórico, pues permite formarnos una idea, bastante exacta, de cómo era Caracas a fines del siglo XVIII y en qué medida ha evolucionado, arquitectónica y urbanísticamente, desde ese entonces hasta nuestros días. Es, quizás, el primer paisaje urbano que conoce la historia de la pintura venezolana.
 
Así  describe  Boulton  dicho  lienzo:  «El  colorido,  dentro  de  la  tonalidad característica de la época, es propio de los Landaeta. El cielo tiene los típicos matices ocre-rosas...y el mundo  de la virgen es cerúleo.  Los techos rojos se destacan  con precisión y dan a la pintura un encanto especial. Destellos de oro y toques del mismo color figuran en las aureolas y en las estrellas del rico manto».
 
 
==La escultura==
 
 
Comparada  con  otras  manifestaciones  artísticas,  la  escultura  alcanzó  un desarrollo muy modesto durante la colonia. Dedicada básicamente  a la demanda de la iglesia, estuvo en manos de artesanos, en su mayoría talladores y pintores, contando con una producción mucho menor que la pintura.
 
De la producción escultórica de la colonia, es muy poco lo que ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, hay signos de actividad, en esta expresión artística, desde comienzos del siglo X  VII, ya que desde 1609 se hallaba activo, en Coro, Juan Agustín Riera, escultor español quien era además pintor y dorador. También, a comienzos de este mismo siglo, algunos frailes se dedicaban  al oficio, y se ha dicho que el Santo Cristo de la Grita fue obra de Fray Francisco, un franciscano que luego del terremoto de 1610 ofreció hacer una imagen de Cristo para consagrarla a la ciudad. (Carlos Duarte, Historia de la escultura en Venezuela época colonial, p.27).
 
 
La  actividad  escultórica  - al  igual  que  la  pictórica  y  la  arquitectónica  se intensificó en el siglo XVIII. La historiografía refiere, entre otros, al ebanista canario Domingo Gutiérrez. En la segunda mitad del siglo XVIII laboraban como escultores, el pintor José Francisco Rodríguez, quien en 1798 terminó La coronación de la Virgen por la Santísima  Trinidad  (en  la  Iglesia  de  San  Francisco  de  Caracas),  José  Manuel Dominiquín,  Matías  Mendoza,  Francisco  Yánez,  Fray  Vicente  Acosta  y  María Anastasia  de  Castro.  Sobre  la  obra  de  esta  última  ha  escrito  Duarte :  "La  artista caraqueña realizó además un crucificado para la Cofradía de San Pedro de la Catedral (...). Es una pena que su obra no se conozca como la de su esposo [el escultor Matías Mendoza] y la de Fray Vicente".
 
El pintor Juan Pedro López se dedicó también a la escultura. De él -reporta Boulton -, atenido a la consideración de ciertos giros esquemáticos, propios de su pintura, es una  Inmaculada Concepción, que según el investigador Carlos F. Duarte fue ejecutada en 1781. A su vez, Duarte ha atribuido a López El crucificado del retablo de los evangelistas del Museo de Arte Colonial de Caracas, y el San Juan Congo del pueblo de Curiepe. Para el citado autor no hay fronteras entre la escultura y la pintura de López,  quizás  porque  esta  última  se  inspira  en  la  imaginería  tallada  y  viceversa. También de Juan Pedro López es  La estatua  de la fe  de la torre de la Catedral  de Caracas,  modelada  en  barro  1768,  y  vaciada  en  bronce  en  1769  por  Luis  Antonio Toledo. López se encargó de pintarla y donarla el año siguiente. (Duarte, op. cit.)
 
 
==Créditos==
 
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Revisión actual del 12:55 25 nov 2015

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