JOSE CLEMENTE OROZCO (1883 1949)
Nació en Zapotlán, Jalisco, el 22 de
noviembre de 1883. A los 7 años se trasladó a la ciudad de México, donde realizó sus
estudios superiores en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Escuela Nacional de Bellas
Artes. Conoció el taller del grabador José Guadalupe Posada, que lo impresionó y cuya
influencia marcaría toda su obra.
En 1922 se unió a Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros en el sindicato
de pintores y escultores, que buscaba recuperar el arte de la pintura mural bajo el
patrocinio del gobierno mexicano.
En un primer periodo, Orozco encuadra la historia de México dentro de una
visión trágica en la cual la llama de la verdad pertenece a los héroes. Las masas
exaltadas por Rivera y Siqueiros son en Orozco, por el contrario, cuerpos informes
vencidos por el poder de los fuertes y por el brillo metálico de la máquina. Sólo el
fuego creador, el arte, puede salvar de la amenaza de un juicio provocado por la
ignorancia, el hambre y las fuerzas bestiales de la tecnología.
Del universo de formas calmadas,
fatigadas, a veces hieráticas, pasa a las líneas nerviosas, electricas en que por ratos
la materia parece disolverse. Pasa de la afirmación levemente esperanzada en el nuevo
hombre a un concepto de humanidad violenta que se expresa en la crisis del cuerpo y en
ocasiones en un ambiente de circo y burla trágica.
Una de sus primeras y más destacadas obras fue la serie de murales que
hizo para la Escuela Nacional Preparatoria sobre la conquista, la colonización y la
Revolución Mexicana. Entre 1927 y 1934 trabajó en Estados Unidos. Allí realizó un
grupo de murales para la New School for Social Research de Nueva York y en el Pomona
College de California pintó un mural con el tema del héroe griego Prometeo. Sus murales
para la Biblioteca Baker en el Dartmouth College (1932-1934) escenifican la historia de
América con la serie La llegada de Quetzalcóatl, El retorno de Quetzalcóatl
y Modern industrial man.
De regreso a su país, realizó grandes murales en el Palacio de Bellas
Artes (1934) o la Suprema Corte de Justicia (1941) en la ciudad de México, además de
diversas series en importantes instituciones de la ciudad de Guadalajara, como el Palacio
de Gobierno, la Universidad o el Hospicio Cabañas, cubriendo mas de 1200 metros cuadrados
y para Orozco representó el espacio ideal que le permitiría desarrollar dos obseciones:
su concepto particular sobre la historia de América, y su convicción sobre la naturaleza
y el destino del hombre.
Para esto último tema reservó la cúpula del Hospicio. Sobre la base de
ésta pintó tres figuras reclinadas, que representan la tierra, el agua y el aire. El
violento movimiento hacia arriba, ocupando la cúspide en totalidad, se encuentra el
hombre del fuego envuelto en dramáticas llamas. |
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Esta figura
es para Orozco su metáfora suprema. El hombre de fuego es la humanidad,
pero lo mejor de ella se manifiesta en los poderes creativos. Se quema para renacer
(metáfora del arte), es el signo de esperanza por encima de la cruel historia de la
humanidad hecha de guerra y dominación.
En la década de 1940 pintó algunos lienzos caracterizados por las
líneas diagonales y el color gris que ya venía utilizando para sus murales. En los
últimos años su estilo se fue simplificando, buscando sobre todo un carácter más
dramático y violento que le aproximara más al expresionismo. Orozco murió en México
D.F. el 7 de septiembre de 1949. Fue enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres,
honor que por primera vez se dio en México a un pintor.
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