Durante los veintinueve años que vivió
en la ciudad, llevó a cabo varias obras en edificios públicos y privados (ayuntamiento,
diputación, iglesias de San Agustín y San Jorge), También trabajó con Gaudí en la
restauración de la catedral de Palma de Mallorca, donde realizó unas vidrieras con
diseño geométrico y colores planos, que producen en el interior una iluminación
singular. En 1910 se traslada a Bruselas para decorar el pabellón uruguayo de la
Exposición Internacional (dos murales sobre la agricultura y ganadería uruguayas) y con
motivo de este viaje visita también París, Florencia y Roma. En 1913 publica Notes
sobre Art, con el que se inicia en la teoría artística y realiza el fresco La
Cataluña ideal. En 1919 viaja a Nueva York, y tres años más tarde a Italia y
Francia fijando su residencia en París, en 1926. Aquí toma contacto con Mondrian, Van
Doesburg y Seuphor. Con éste funda en 1930 la revista y el grupo 'Cercle et Carré',
promotor de la primera exposición de arte constructivista y abstracto. En 1932 abandona
París y se instala en Madrid, donde conoce a Lorca y crea un grupo de artistas
constructivos.
Torres García llega a Montevideo en 1934, creando
gran expectativa en su tierra natal. Allí, instalado, comienza su labor dedicado casi
exclusivamente a la difusión de sus ideas con la esperanza de crear una escuela de arte
constructivo que sea capaz de sacudir y modificar las caducas expresiones artísticas
prevalecientes en el Uruguay, y por qué no decirlo, prácticamente en toda América.
Con la batalla librada por el arte de Vanguardia representa una acción
singular dentro del desarrollo de las artes plásticas de América, y la figura de Torres
adquiere una relevancia particular. No solo se convierte en el creador de una nueva
plástica, que aunque con hondas y pretéritas raíces americanistas tiene carácter
universal, sino en el maestro de una juventud deseosa de incorporarse de lleno al arte
contemporáneo.
Las artes plásticas locales, dominadas por un naturalismo imitativo,
solo resultaron parcialmente conmovidas por la aparición de tímidas propuestas
renovadoras originadas por artistas jóvenes, nutridos por las enseñanzas de la Escuela
de París. Y esta situación, era común a la mayor parte de los países latinoamericanos.
Las nuevas estructuras formales originadas en los centros europeos más avanzados,
pretendiendo ser impuestas en América, sin percibir que esas formas son el resultado de
un desarrollo diferente y están alejados de los contenidos propios de las culturas
locales. Frente a este movimiento, otro se desarrollaba en suelo mexicano, fomentado por
una pintura de carácter social y político, en realce de la memoria prehispánica, tras
la Revolución de México.
Para Torres García, esa dicotomía debía ser
forzosamente salvada para hacer posible la concreción de su propuesta universalista.
Plantea entonces la necesidad de un nuevo arte que al incorporar las ideas estéticas y
filosóficas del constructivismo y contenga al mismo tiempo elementos arquetípicos de las
culturas anteriores a la conquista europea. Una síntesis entre lo mas moderno y lo
prehistórico: he ahí la audaz y lúcida propuesta lanzada por Torres García
en el Uruguay.
Se trata entonces, de retomar aspectos esenciales que contienen tanto el
arte constructivo como las artes americanas precoloniales: su sentido de universalidad; la
geometrización de las formas; los ritmos sostenidos que muestran maravillosos paramentos
de piedra y el concepto de la integración armónica entre los monumentos y el medio
circundante.
La realización efectiva de un arte monumental contemporáneo, ligado a la
arquitectura como el mayor medio de expresión de su ordenamiento constructivo, fue
considerado por Torres García como el punto de muchas posibilidades de expresión,
limitadas por problemas de escala de caballete, no le habían permitido alcanzar.
El Monumento Cósmico erigido en el Parque J. E. Rodó, frente al
sede del Museo Nacional de Artes Plásticas de Montevideo y realizado entre 1937 y 1938,
fue construido con bloques individuales de granito rosa uruguayo, que llevan grabados, en
bajorrelieve, símbolos microcósmicos universales que resumen la simbología del
constructivismo. El plano central está bordeado lateralmente y en su parte superior por
una estructura de planchas verticales y horizontales del mismo material, cuyos ritmos
acompañan al tema central. Del basamento de la obra surge una fuente y un banco. Como
coronamiento del monumento el artista ha colocado un cubo, una esfera y una pirámide de
base cuadrada, elección que no resulta casual. En un sentido geométrico, se tratan de
formas puras próximas a las indicadas por Cézanne. En un sentido místico, el cubo
simboliza la sabiduría, la verdad, solidez y permanencia; la esfera corresponde a la
perfección, a la totalidad, y la pirámide, imagen de la convergencia ascencional de la síntesis,
a la creación creadora.
Torres García plasmó un mundo poblado de símbolos
arquetípicos que, al actuar sobre el inconsciente del observador, intenta modificar su
destino. El grado de receptividad de ese mensaje será mayor cuanto mas pronto el
espectador se libere de sus propios inhibiciones que le impiden acceder plenamente a ese
mundo idílico. El artista, poseedor de atributos espirituales, transmite su invocación
para el observador partícipe y se integre en ese universo lleno de serenidad, paz y amor.
Este poder místico de convocatoria, que actúa como un mensaje subliminal a través del
inconsciente colectivo, representa una suerte de conjura que nos eleva hacia ese mundo
ideal. Este es el mensaje ultimo del constructivismo de Torres García.