Borges se refiere, en principio, al trabajo plástico que venía desarrollando en los últimos años, donde predominan los espacios cerrados, divididos geométricamente por esquinas y rincones. Ahora dibuja al cerro El Ávila en su vastedad, infinito, abierto, con sus formas cambiantes ante el juego de la luz solar. Montaña bajo la cual se desparrama una ciudad informe, casi abstracta. Pero, a diferencia de la montaña, Caracas sí es con frecuencia encerrada, dividida, como los objetos con vidas casi brutales a que se refiere el pintor. Una excepción se presenta en sus primeros dibujos de esta serie, donde se encapsula un trozo de montaña (lo que nos recuerda las obras de Campos Biscardi) acompañada de un automóvil. Allí indica: "Viendo cómo viven los caraqueños, que viven el paisaje como un decorado que les es ajeno y no como un sitio donde nos sucede todo, donde se nace, se vive y se muere..." Además
descompone la ciudad en sus elementos característicos: los carros, las
vitrinas, fragmentos de edificios (dibujados o en fotografías), bloques
de concreto. Aprovecha para atacar la ausente sensibilidad del caraqueño
ante su paisaje: "Cuando salgo a pasear un domingo, de repente, los
encuentro lavando los carros alrededor de Caracas. Ahí no existe el
paisaje, sino sus carros: los carros que tienen toda la semana y que
lavan los domingos". En los dibujos y en los textos Borges representa
al caraqueño como un ser insensible, preocupado por el consumismo, por
lo tanto es un indiferente y agresor de la naturaleza, a la que es incapaz
de comprender y menos de disfrutar o proteger. Los textos, escritos
a puño, de manera irregular, con tachones y con diferentes tipos de
letras, rodean dibujos y algunas fotografías, interviniendo en una composición
visual dinámica, creativa, con predominio de colores terrosos, grisáceos.
El espacio es invadido por anotaciones, en ocasiones se atiborran las
palabras, a veces se dejan grandes espacios en blanco. Uno de los textos
se expone invertido, como reflejado en un espejo, pues Borges utiliza
referencias a las ventanas y los espejos, en clara alusión a la memoria
interior, al recuerdo del pasado, jugando a la confusión entre ilusión
y realidad: "... El paisaje era el sitio creado por el hombre, lo que
estaba adentro; lo que estaba afuera era Un decorado". Por momentos,
Jacobo Borges aísla la montaña de la ciudad, la compone como lo hicieran
Manuel Cabré o Pedro Ángel González, pura, natural, sin agresiones,
rodeada de praderas solitarias. Allí escribe: "...la luz le produce
un contraste que parece casi una escultura...". Es como un sueño, una
abstracción del pasado de la montaña. Incluso luego dibuja damas con
vestidos similares a los usados en la Colonia, grupos familiares en
salidas al campo, como reconstruyendo la historia, no tan lejana, cuando
el Ávila cautivaba a los caraqueños. |
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