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Diferencia entre revisiones de «Vivas Gari, Iván»

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(VIVAS GARI, IVAN)
(Sin diferencias)

Revisión del 19:34 16 dic 2015

A PUNTA DE TRABAJO Y TALENTO

Conocí a Soto en París a mediados de los años sesenta. Busqué su número en la guía telefónica y lo llamé, le dije que lo admiraba mucho y quería hacerle fotos en su taller: - vente esta tarde que tenemos una parrillada aquí en la casa-. Muy emocionado asistí al encuentro el cual se prolongó hasta la madrugada del día siguiente. Estaban allí otros importantes artistas, entre los que recuerdo al chileno Alejandro Morel, su primera y última galerista, la francesa Denise René, el guitarrista Paco Ibáñez, quien por cierto en un programa de televisión de España, reveló que fue Soto quien lo enseñó a tocar guitarra. Allí comenzó nuestra amistad de más de cuatro décadas, abonada siempre con lealtad y respeto.

Comenzó a visitarme en Tovar en los años sesenta, impresionándose por la cantidad de buenos artistas y excelentes escritores tovareños, así como la gran asistencia del pueblo a las actividades culturales tales como conciertos, exposiciones de pintura, conferencias, teatro, festivales de violín, etc; igualmente lo cautivó la belleza de los pequeños pueblos y caseríos de la cordillera de Tovar, y los hermosos paisajes de nuestra zona andina. En los años ochenta hizo su propia casa en Los Espinos, cerca de Bailadores.

Tengo muchas anécdotas de su vida, contadas por él mismo y otras vividas con él.

Doña Emma, su mamá, fue su afecto más grande, junto a sus cuatro hijos y su esposa. Cuando se fue a estudiar a Caracas con una beca de treinta bolívares, quince bolívares regresaban a Ciudad Bolívar para su madre y con los otros quince se las arreglaba para poder vivir en Caracas. Después de graduado en la Escuela de Bellas Artes, se fue como director de la Escuela de Arte de Maracaibo, y la mitad de sueldo, nuevamente era para Doña Emma. Igualmente, cuando se fue a París, la bequita que apenas le pagaron durante seis meses, la compartió con su madre.

Hace más de treinta años la periodista Mariahé Pabón le hizo un reportaje a Doña Emma para una revista. Contaba ella cuando Soto comenzó a triunfar, quiso llevarla a vivir a París junto con él, pero ella le dijo que no porque le iban hacer falta sus amigas de toda la vida, con las cuales conversaba casi a diario. Cuando Soto quiso alfombrarle la casa, ella se negó, porque estaba acostumbrada a lavar el piso todos los sábados con una manguera. Cuando le llegaron noticias de sus primeros triunfos, ella pensó que lo había logrado como músico.

Soto siempre quiso destacarse. Desde niño le gustó la pintura, y contaba que la abuela le regaló una caja de creyones con los que pintaba cualquier cosa, incluyendo las paredes de la casa, que su mamá limpiaba. Muchos años después ella contaba lo arrepentida que estaba de haber borrado esos dibujos.

Me di cuenta que Soto sabía mucho de tauromaquia. Un día me dió una sorpresa, confesándome que había sido aspirante a novillero y que había toreado en Ciudad Bolívar siendo un muchacho. Consideraba a los toros como su arte mayor, le apasionaban las corridas y era común verlo en muchas plazas de Venezuela y España. En las ferias de Tovar septembrinas era usual su asistencia.

También intentó ser boxeador en Ciudad Bolívar, después se conformó con verlas por televisión, especialmente las de peso pesado.

Cuando caminábamos por el mercado de Tovar, noté su curiosidad revisando la capellada de las alpargatas. Me contó entonces que de niño tejía capelladas para vender, las cuales elaboraba en una maquinita hecha con clavos por él mismo. El 16 de septiembre de 1950, cuando partió por primera vez a Europa en el barco Olimpia, de Bandera italiana, conoció a un señor tachirense llamado Luis Eduardo Armas (nacido el 23 de enero de 1911, y quien aun vive saludablemente en San Cristóbal). El Sr. Armas solía tocar violín todas las noches en la cubierta. Al llegar a Barcelona de España, sorprendió a Soto regalándole una guitarra. Con ella sobrevivió algún tiempo tocando en algunos bares de París. Pero lo importante es que ese gesto marcó a Soto de por vida, y cada vez que conocía algún joven con talento y seriedad para estudiar la guitarra, le regalaba una. Hay muchos guitarristas de Venezuela y del mundo que cuentan con orgullo quién les regaló la guitarra, que además siempre eran de gran factura, pues las mandaba a elaborar por los mejores lutier.

La pobreza lo llevo a vivir un tiempo en El Culantral, al sur del Estado Anzoátegui, con su mamá, sus hermanos y un tío al que llamaban “El Capitán”. Desde El Culantral a Soledad, Soto montado en su burro, hacía el recorrido en día y medio. Iba a vender las pocas cosas que producían, como dulces, mangos, alpargatas; y regresaba (día y medio mas) con otros productos adquiridos con el fruto de las ventas. En 1993 acompañe a Soto y al periodista español Joaquín Soler Serrano a El Culantral, a conocer las pocas ruinas de lo que había sido su ranchito de bahareque, unos cincuenta y cinco años atrás. Cuando llegamos al lugar, Soto estuvo solo y en silencio como media hora, notando nosotros lágrimas en sus ojos.

Como podemos ver, Jesús Soto comenzó su carrera hacia la gloria, en medio de esa pobreza espantosa, desde un país semibárbaro, incomunicado, diezmado por luchas intestinas, montoneras, dictaduras, paludismo, y lo más dramático: sin metas de lo que debía ser el país. Desde esta minusvalía se disparó este coloso que a punta de trabajo y talento logró tener casa universal. Una vida emocionante, digna, sorprendente y conmovedora del más grande artista venezolano de todas las épocas.

Tomado de: Vivas Garí,Iván Edilio (2007): Chuchito Sanoja, “No tengo prisa”, Homenaje a Jesús Soto. Altolitho C.A. 2007. Pág. 45-47. --Juan Astorga Junquera, Director Editor 19:04 16 dic 2015 (VET)