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En las primeras viviendas construidas por los españoles en Venezuela se adoptó el sistema autóctono de construcción, con algunas particularidades en las distintas regiones, impuestas por el medio geográfico, el clima y los materiales disponibles. Mientras en oriente, en el centro y en las regiones llaneras predominaron los techos de paja y las paredes de bahareque, en la región andina se impuso generalmente el uso de la piedra y la tapia. Poco más tarde, con el afianzamiento del proceso colonizador, el conquistador fue trasplantando el patrón de la arquitectura que predominaba en España, especialmente el de Andalucía. Así como los griegos de la antigüedad llevaron a sus colonias del Mediterráneo el diseño de sus ciudades, los españoles trajeron al Nuevo Mundo sus modelos constructivos y Urbanísticos.
De las construcciones para uso residencial levantadas durante la colonia, son muy pocas las que se conservan en la actualidad. Los rigores del tiempo, los movimientos sísmicos y los requerimientos de un nuevo estilo de vida, conspiraron contra la conservación de un por sí menguado legado arquitectónico. La acción sísmica fue devastadora. El terremoto del 11 de junio de 1641 destrozó a Caracas casi por completo; el de 1674 causó estragos en Mérida, San Cristóbal y Trujillo; el de 1766 destruyó parcialmente al Tocuyo. La ruina y desolación de Caracas, ocasionadas por el terremoto de 1812, perduraron a lo largo de casi todo el siglo, hasta los tiempos de Antonio Guzmán Blanco, cuando tuvo lugar la primera gran reforma urbana y arquitectónica de la ciudad.
Las transformaciones experimentadas por las ciudades (especialmente la capital de la República), en el siglo XX, tanto a causa de la explosión demográfica como de los deseos de modernización de la población, contribuyeron en buena parte a la desaparición de las más bellas mansiones coloniales. A pesar de que bajo el mandato de Isaías Medina Angarita fue promulgada nuestra primera ley de Protección y Conservación del Patrimonio Artístico (16 de julio de 1945), desde entonces hasta esta fecha han sucumbido los ejemplares de mayor significación histórica y arquitectónica. La voracidad inmobiliaria y los planes urbanísticos sacrificaron todas las antiguas moradas caraqueñas y del interior del país. Fueron demolidas, sucesivamente, la casa del Conde de San Xavier, en 1936; la casa de los Echenique, en 1945; la de Miranda, en 1948; la de Los Condes de Tovar y la casa del Canónigo Maya. Finalmente, para dar paso a la Avenida Este 1, hubieron de desaparecer dos hermosas viviendas contiguas: la casa del Colegio Chávez (antigua morada de Juan de la Vega y Bertodano) y la de Felipe Llaguno, ambas en el año de 1953. Afortunadamente, de ellas queda el recuerdo a través de excelentes imágenes fotográficas, reproducidas principalmente en los trabajos de Carlos Manuel Moller y de [http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/Gasparini,_Graziano Graziano Gasparini], para sólo citar los más conocidos.¿Cómo era la estructura y el aspecto de esas viejas casonas? Un testigo de la época, José de Oviedo y Baños, las describía como viviendas de espaciosos patios, con exuberantes jardines y huertos. Y un autor del siglo XX, Carlos Manuel Moller, reiteraba el contenido de la descripción de Oviedo y subrayaba la frescura y los amplios espacios de aquellas viviendas; [http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/Gasparini,_Graziano Graziano Gasparini], el más devoto estudioso de nuestra arquitectura colonial, ha destacado en su obra, La Casa Colonial (1966), su extraordinario parecido con las casas de la baja Andalucía, especialmente sus ventanas con celosías sobre repisas voladas, solución dirigida a protegernos del radiante sol tropical.
El eje fundamental, en su parte interior, era un patio central, circundado por corredores, cuyo número dependía del status económico del dueño. Los techos cubiertos de teja, caían en una serie de pilares marcando el límite entre los corredores y el patio, como uno de los elementos más importantes de la vivienda, pues a través de este espacio abierto -como decía Moller- la vida entraba a la casa, ya que por allí penetraban el aire, la luz, el sol, el perfume de algunos jazmineros, de los azahares de un naranjo y las "fragancias embriagadoras de plantas como la resedá y la dama de noche". Había casi siempre un segundo patio (llamado tras patio), con funciones muy específicas, pues era el área dedicada a la cocina, al lavado y a la caballeriza.
Al interior se accedía a través del zaguán, un pasillo rectangular que remataba en uno de los corredores principales de la casa. El zaguán se abría, al nivel de la calle, en una gran puerta conocida con el nombre de portón, y, a nivel del corredor principal, en otra llamada anteportón. El primero permanecía siempre cerrado, mientras que el segundo era mantenido abierto durante todo el día. Algunas veces el zaguán se comunicaba lateralmente con una de las habitaciones a través de una pequeña puerta, área habitualmente reservada al estudio del dueño de la casa.
Los templos ocuparon sitios privilegiados en la ciudad colonial. Las Leyes de Indias estipulaban su ubicación en uno de los ángulos de la Plaza Mayor, junto al Ayuntamiento ya la Gobernación. Los primeros fueron necesariamente construcciones elementales con techos de paja, pero progresivamente se observa un mayor esmero estilístico y constructivo, en la medida en que se produce un afianzamiento de las formas de colonización política, económica y cultural.
La planta fue concebida bajo el esquema basilical, modelo que la iglesia había tomado de la arquitectura civil romana en la época del emperador Constantino. En Venezuela la gran mayoría de las iglesias adoptó forma rectangular, siendo excepcionales las de cruz latina, como la de San Miguel de Burbusay en el Estado Trujillo, la de Clarines en el Estado Anzoátegui, la de la Concepción del Tocuyo en el Estado Lara, y la de San Clemente en Coro (Estado Falcón). El número de naves fue muy variable. Generalmente fueron tres, pero podemos encontrarlas de cinco, como la Catedral de Caracas, o de nave única como la de iglesia de Pampatar en la isla de Margarita, la San Rafael de Burbusay en el Estado Trujillo, y las iglesias del Calvario en Carora y la de Arenales (ambas en el Estado Lara).
En la techumbre de nuestros templos predominó el sistema de pares, tirantes y nudillos. Cobertura generalizada que prevaleció desde los primeros años de la colonización hasta el siglo XVIII, y que hubo de seguir usándose durante todo el siglo XIX y las tres primeras décadas del XX. Lo vemos en la Iglesia de la Asunción y en la de Coro, que son las más antiguas, en casi todas las iglesias de la región llanera, y en la gran mayoría de nuestros vetustos templos. La Catedral de Caracas, terminada en 1713, lució un techo de pares y tirantes hasta 1930, año en que concluyeron los trabajos de refacción que dieron al traste con las formas originales del techo y de sus columnas octogonales de madera. El sistema de pares, tirantes y nudillos, es una de las características más peculiares del mudejarismo en Venezuela, y se impuso por razones de costo, rapidez y facilidad en la ejecución. [http://vereda.ula.ve/wiki_artevenezolano/index.php/Gasparini,_Graziano Graziano Gasparini], Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas de la Universidad Central de Venezuela (N°1, 1964)].
El uso de la bóveda y de la cúpula, en cambio, no fue común en la construcción de nuestros templos de la colonia. Sabemos, sin embargo, que bóveda s y cúpulas cubrieron las iglesias de Altagracia y de la santísima Trinidad, en Caracas, hasta que ambas fueron derribadas por el terremoto de 1812. En todo caso, los templos con cúpulas y bóvedas fueron una rareza y adoptaron características muy particulares, como podemos hoy constatar en las iglesias venezolanas. Vale la pena mencionar en este sentido templos como el de Paraguachí (isla de Margarita), el de Arenas (Estado Sucre), y en varias iglesias del Estado Lara, como la de San Juan Bautista (Carora), la de la Inmaculada Concepción (El Tócuyo), la de la Concepción (Barquisimeto), y las de Arenales y Quíbor.