Nos meamos en las pistolas de los malandros y volteamos la cabeza insolente ante los poderosos. Fuimos valientes en una tierra plagada de ladrones y asesinos. No nos amedrentamos ante la noche ni ante el poder. Llegábamos hasta los más oscuros y provocadores lugares. No frecuentamos mas de lo necesario los espacios culturosos. Total no queríamos nada, ni siquiera sus reconocimientos y premios nacionales. Y no nos dieron ni uno a ninguno de nosotros. Mejor, así quedó la evidencia de la causa de nuestro desprecio por tan deslucida mediocridad y por sus deshonrados galardones, colgando desangelados de las solapas de sus fluxes Montecristo.
Avizoramos el desastre y reservamos los asientos de nuestro palco hasta el final de la mala representación, pieza de esperpento que ya es costumbre para los venezolanos, que la hemos visto de cerca desde hace ya casi un siglo. No hicimos concesiones ni ante la vanagloria ni ante el dinero, que mal tenido todo lo envilece dando el poder a brutos para desechar el talento y la vida. La verdad no comulgamos con nadie sino con nosotros mismos. No doblamos la cerviz. Fui actor y testigo presencial de todo esto que digo.
Teníamos todo y por ello nos ignoraron - única respuesta impotente- y nos excluyeron de sus actos oficiales, y quisieron sacarnos de la historia. No repararon en que esa historia no estaba escrita, dejaron esa asignatura pendiente. Pero se está escribiendo ahora, y en ella tenemos nuestro merecido lugar. El lugar de la recordación de nuestra memoria y del nombre escrito de la Generación Irreverente. Mi generación.