Capítulo I


Génesis del valor y los valores, y esbozo de la teoría estética primordial

«Se diría que hay algo así como una ley de Gresham01 de la evolución cultural, según la cual las ideas excesivamente simplistas desplazan siempre a las más elaboradas, y lo vulgar y detestable desplaza siempre a lo hermoso. Y sin embargo lo hermoso persiste.»

Gregory Bateson02

En algunos sentidos, la teoría de la aparición y el desarrollo del valor en general y del valor estético en particular que expondré en este trabajo retorna a las teorías más antiguas. Estoy convencido, no obstante, de que ella responde a las necesidades del gran anochecer de la historia y de la humanidad en el que nos encontramos —en el que alzó vuelo una vez más el búho de Atenea— y quizás podría, en consecuencia, proporcionarnos algunas pistas sobre el rumbo más adecuado a seguir a fin de resolver la gravísima problemática ecológica, social e individual que enfrentamos.

El error o delusión llamado lethe o avidya, la filosofía degenerativa de la historia y la génesis del valor y los valores

Según una versión mahayana de las cuatro nobles verdades del Buda Shakyamuni, la felicidad y el consumado manejo de la vida práctica son hechos imposibles por el error o la delusión esencial que aquél designó como avidya03 —correspondiente a la ocultación que Heráclito denominó lethe04.

El error o la delusión en cuestión resulta de la "valorización-absolutización delusoria"05 de los pensamientos que interpretan los contenidos fragmentarios de nuestra conciencia, caracterizada por la ilusoria escisión de la totalidad en sujeto y objeto, y por la división del continuo de sensaciones que aparece como objeto en figura y fondo. Entre las manifestaciones más elementales de dicho error o delusión se encuentran, pues, la ilusión que sufre la conciencia humana de encontrarse intrínsecamente a una distancia del mundo físico (y del resto de las "conciencias humanas"), y la ilusión de substancialidad de los segmentos del campo sensorio que nuestras funciones mentales abstraen y toman como figura.

La valorización-absolutización delusoria es el resultado de una actividad del organismo que dota los contenidos de los pensamientos de un ilusorio valor y de ilusorias verdad e importancia: una actividad vibratoria que parece emanar de, o estar concentrada en, el centro del pecho a la altura del corazón, "carga" nuestros pensamientos con aparente valor, verdad e importancia, aunque en sí mismos ellos no tienen ni valor ni no-valor, ni verdad ni no-verdad, ni importancia ni no-importancia. Cuando los pensamientos en cuestión se identifican con segmentos del mundo sensorial, obtenemos la ilusión de enfrentar entes autoexistentes; cuando se identifican con cualidades, obtenemos la ilusión de que los "entes" que enfrentamos poseen intrínsecamente tales o cuales cualidades.06 Y así sucesivamente.

Una de las manifestaciones más básicas del error o la delusión llamada lethe o avidya es la ilusión que sufre cada individuo de ser un ente intrínsecamente separado con una conciencia y una inteligencia propias, privadas y particulares, separadas e independientes del resto de la Totalidad universal, cuando en verdad las mismas son funciones del aspecto cognitivo de dicha Totalidad —en terminología heraclítea, del lógos que es inseparable de la physis—. Como señaló el Efesio:07

«...Aunque el logos (o inteligencia universal) constituye (la naturaleza única y) común (de todos los intelectos), la mayoría (de los seres humanos) vive como si tuviera (su propio) intelecto separado y particular.»

Según la teoría cíclica de la evolución y la historia humanas que desarrollé en el libro Individuo, sociedad, ecosistema08 y una serie de otras obras, la ilusión a la que se refiere Heráclito y en general el error o la delusión esencial —la lethe o avidya— se han ido desarrollando desde tiempo inmemorial. Su desarrollo ocultó la verdadera esencia o naturaleza del individuo y del universo —el lógos-physis, que también podemos llamar tao, naturaleza búdica, brahman-atman, o darle cualquier otro de los "nombres de lo innombrable"— que habría estado patente en la originaria edad de oro o era de la Verdad, y con ello habría puesto fin a dicho período. Luego impulsó el proceso de degeneración que siguió su curso durante las eras siguientes y, al final de la Edad de Hierro o Era de la Oscuridad (en la que nos encontraríamos actualmente), ha provocado la gravísima crisis ecológica que nos ha llevado al borde de nuestra extinción, con lo cual alcanzó su propia reducción empírica ad absurdum09. Esta reducción al absurdo podría hacer posible la superación del error o la delusión en cuestión, lo cual resultaría en la transición a una nueva edad de oro o era de la Verdad.

El valor y los valores, habiendo surgido originalmente a raíz de la ocultación de la verdadera esencia o naturaleza del individuo y del universo, pueden ser considerados como un resultado del desarrollo del error o la delusión llamado lethe o avidya. Como señala en el Tao-te-king el sabio chino Lao-tse:10

«Perdido el tao, queda la virtud;11

perdida la virtud, queda la bondad;

perdida la bondad, queda la justicia;

perdida la justicia, queda el rito.»

En efecto, si nos encontramos libres de ego y de error, no viviremos en base a un ilusorio "intelecto particular" que deba decidir el curso a seguir en base a valores aprendidos, sino en base al lógos o cognitividad universal —el aspecto cognitivo del tao—, lo cual se manifestará como una vivencia de total plenitud y una conducta espontánea libre de egoísmo que beneficiará tanto a nosotros mismos como a los otros seres que sienten. En consecuencia, no concebiremos ningún valor al cual aspirar, al cual adaptar nuestra conducta, o en base al cual tomar decisión alguna. Sólo cuando se ha ocultado el lógos o tao surge la idea de valor, así como de valores-moldes a los cuales los seres humanos deben adaptarse a fin de realizar el bien común.

Los verdaderos sabios no se limitan a proporcionarnos pautas a seguir, pues su interés no es mantenernos en el estado en el cual, creyendo tener un "intelecto particular" y sintiendo que somos individuos separados y autónomos, intentamos adecuar nuestra conducta a ciertos valores. La función del sabio que vive en y por el lógos heraclíteo es colaborar con la desocultación de éste en los demás y así permitirles recuperar la espontaneidad que todo lo cumple, cuya pérdida da lugar a los valores. Ello nos libera de la enfermedad del dualismo, que implica el manejo de la propia vida y conducta en referencia a valores y pautas preconcebidos, y de todos los males y problemas que de ella dimanan. Pues, como señala Radhakrishnan:12

«...para aquéllos que se han elevado por encima de sus yoes egoístas... no existe la posibilidad de hacer el mal... Hasta que no se gane la vida espiritual, la ley moral parece ser un mandato externo que el hombre tiene que obedecer con esfuerzo y dolor. Pero cuando se obtiene la luz se vuelve vida interna del espíritu, que trabaja inconsciente y espontáneamente. La acción del sabio es un rendirse de manera absoluta a la espontaneidad del espíritu, y no una obediencia no deseada a leyes impuestas externamente. Tenemos el libre fluir de un espíritu libre de egoísmo que no calcula los premios a los actos ni los castigos a sus omisiones.»

Esto es lo que el taoísmo llama wei-wu-wei o "acción a través de la no-acción": una conducta espontánea libre de autoconciencia y de intencionalidad, que todo lo cumple a la perfección, sin que se manifieste la autointerferencia que caracteriza a la acción autoconsciente e intencional.13 Incluso el mismo Kant debió reconocer que:14

«...ningún imperativo vale para la voluntad Divina o en general para una voluntad santa; el debería está fuera de lugar, porque la voluntad está aquí ya de por sí en unísono con la ley.»

O, más bien —en términos schopenhauerianos— ya no tenemos una ilusoria voluntad individual; a través de nosotros se manifiesta un flujo espontáneo de acción libre de intencionalidad y de premeditación que cumple lo que debe cumplirse y que beneficia verdaderamente a los seres. Es cuando hemos perdido esta benéfica espontaneidad y hemos sido poseídos por el egoísmo que la ley moral se hace absolutamente necesaria para nosotros.

La lethe o avidya es como una enfermedad con síntomas muy desagradables. La valorización-absolutización delusoria de la supersutil estructura conceptual sujeto-objeto y del concepto de ser hace que nuestra conciencia se sienta intrínsecamente separada del indiviso continuo que (para Einstein y los físicos que lo sucedieron) es el universo y del cual ella en verdad es parte, como consecuencia de lo cual ella experimenta la carencia de la plenitud constituida por el continuo en cuestión.15 Por contraste con la plenitud de lo dado, la conciencia considera dicha carencia como algo negativo y automáticamente tiende a rechazarla, experimentando además la incomodidad que dimana del rechazo. Así, pues, una vez que aparece el error, estamos condenados a experimentar una continua sensación de carencia de plenitud, insatisfacción e incomodidad.16

Así pues, una vez que aparece el error, estamos condenados a experimentar una continua sensación de carencia de plenitud, insatisfacción e incomodidad, que se nos presenta como exigencia de colmarla —lo cual intentamos hacer recurriendo a una plétora de medios que son incapaces de lograr su cometido, pues todos ellos afirman y sostienen nuestra ilusión de ser entes intrínsecamente separados, que es la causa de la sensación de carencia—. En consecuencia, por lo general nos conformamos con ocultar la carencia de plenitud, la insatisfacción y la incomodidad distrayéndonos con una u otra actividad. Ahora bien, esto exige que nos engañemos acerca de la finalidad que perseguimos, pues, como señaló Pascal, aunque lo que en verdad perseguimos es la distracción constituida por la actividad que hemos emprendido, para poder interesarnos en ésta tenemos que creer que lo que perseguimos es su objeto.17

La valorización-absolutización delusoria nos acarrea todo tipo de problemas. Por ejemplo, si valorizamos-absolutizamos delusoriamente nuestra ideología o nacionalidad, estaremos siempre preocupados por lo que se piense de dicha ideología o de dicha nacionalidad, y nos ofenderemos y sufriremos cuando se los insulte, y quizás incluso estaremos dispuestos a combatir —corriendo el riesgo de sufrir dolores, heridas y hasta, eventualmente, la muerte—. Y aun si derrotamos al adversario, quedaremos insatisfechos, pues nunca podremos convencerlo de que nosotros teníamos razón, y él seguirá pensando que somos malos o no servimos. Esta dinámica se encuentra en la raíz de los conflictos entre grupos en general y de las guerras en particular —las cuales, dadas las características y el número de las armas actuales, en el mejor de los casos producen una drástica aceleración del proceso de autodestrucción de la humanidad y, en el peor de los casos, podrían provocar la inmediata destrucción del planeta—. Así, pues, Krishnamurti estaba en lo cierto cuando decía que, en tanto que seamos esto o aquello, seremos responsables por las guerras y por los enfrentamientos entre grupos, con todas sus consecuencias negativas.18

En general, el error produce una mecánica invertida que nos hace lograr lo contrario de lo que con nuestros actos nos proponemos producir. Esta mecánica funciona constantemente en nuestras vidas cotidianas, caracterizadas por la falta de plenitud, la insatisfacción, la frustración y el sufrimiento, pero es especialmente evidente en la crisis ecológica global. Intentando, como los constructores de Babel, alcanzar el paraíso por medio de la construcción de una estructura material, hemos producido un infierno y llegado al borde de nuestra extinción.

Es en base a la ineluctable sensación de carencia inherente al error o la delusión esencial que se ha denominado avidya o lethe, que se mide y se establece todo valor, pues todo lo que vale lo hace en la medida en que imaginamos que colmará nuestra carencia.

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