Nota sobre Kant


Es bien sabido que Kant estableció rígidas divisiones entre distintas regiones del psiquismo, cada una de las cuales tendría sus propios principios autónomos a priori y sus propios objetos. En lo que respecta a los principios a priori, la sensibilidad tenía sus formas (espacio o sentido externo y tiempo o sentido interno); el entendimiento tenía sus categorías y otros conceptos y juicios; la facultad de juzgar tenía sus juicios estéticos y teleológicos; la razón tenía sus ideas e ideales. (Sin embargo, los principios de un ámbito se aplicaban también a otros; por ejemplo, los conceptos del entendimiento y los juicios estéticos se aplicaban a la sensibilidad: los primeros en lo que hoy en día se conoce ampliamente como reconocimiento, y los segundos en los juicios estéticos mismos.)

Es de suponer que para Kant cada uno de dichos conjuntos de principios a priori justificaría algo que él estaba interesado en justificar:

(1) Los principios a priori de la sensibilidad justificarían la objetividad y verdad del espacio y el tiempo y por ende de la existencia objetiva y valedera del mundo;

(2) Los del entendimiento garantizarían la certidumbre y la verdad del conocimiento ordinario, científico y filosófico. De hecho, fue a fin de superar la incertidumbre introducida por empiristas críticos como Hume y de demostrar las condiciones de posibilidad de la experiencia, de los objetos, de la verdad y de la ciencia, que Kant postuló juicios sintéticos a priori, cuyo carácter a priori supuestamente garantizaría su verdad y permitiría que ellos garantizaran a su vez la verdad de los juicios que el sentido común considera "verdaderos",46 en los dos sentidos kantianos de "verdad": el que respecta a la verdad lógica del juicio y el que respecta a la verdad de la cosa (como contrario a su ser mera apariencia).47 Dichos conceptos garantizarían la existencia de leyes predecibles de la experiencia y, al ser confrontados con nuestras experiencias y con los conceptos empíricos originados de estas confrontaciones, nos permitirían obtener nuevos conocimientos que no tendrían su origen en la inducción —y que, en consecuencia, no serían por naturaleza dudosos—. Así, pues, para Kant afirmar la existencia de los conceptos a priori significaba afirmar la posibilidad de la ciencia.

(3) Los de la facultad de juzgar garantizarían la supuesta universalidad y objetividad de los gustos de su propia cultura y de su época, que pasarían como algo no condicionado por los atavismos de una sociedad y las peculiaridades de un individuo, sino inherente al espíritu humano, no importa en qué época, o en qué cultura o civilización se lo ubique.

(4) Los de la razón justificarían la moral establecida por su religión, así como por su cultura en su tiempo.

Ahora bien, el mero hecho de que ciertos contenidos del psiquismo fuesen a priori y de que hubiere una conciencia trascendental de dichos contenidos a priori no implicaría que éstos tuviesen que ser verdaderos (en el caso de los conceptos), u objetivos y universalmente válidos (en el caso de los juicios estéticos y de las ideas y los ideales de la razón), etc.

El mito tántrico del lila representa la vida humana como un "juego de escondite que entabla la cognitividad única universal inmanente (logos-atman-chittata)48 consigo misma":49 la ilusión de ser intrínsecamente una criatura separada con una conciencia propia es ilusión de no ser cognitividad única universal inmanente y puede representársela alegóricamente como el "autoocultarse" de esta cognitividad, mientras que la desaparición de la mencionada ilusión, que corresponde a la aletheia, puede ser representado alegóricamente como un "redescubrirse" de la cognitividad en cuestión. Esto es lo mismo que, como se mostró en la sección anterior, implicaba el pensamiento de Heráclito: a la physis le gusta ocultarse y creerse un intelecto separado que piensa, experimenta y actúa, para luego redescubrirse en cuanto physis en la aletheia o desocultación de esta última.

Si la vida fuese como la representan el mito del lila y el pensamiento de Heráclito, los conceptos a priori no serían base de verdad, sino que serían, por el contrario, base del error constituido por la ilusión de pluralidad intrínseca, de substancialidad, de causalidad absoluta, etc. Y aunque haya traído a colación el mito en cuestión y el pensamiento de Heráclito sólo a fin de mostrar que los supuestos de Kant no son los únicos posibles y que en consecuencia sus argumentos no prueban nada, debo decir también que dicho mito es más compatible con las concepciones unitarias de la física contemporánea que los supuestos de Kant: si todo es, como sugiere la física actual, un principio único, el creernos entidades intrínsecamente separadas en un mundo de entes intrínsecamente separados constituye un error, y este error es el resultado de creer que nuestros conceptos de pluralidad y unidad, causa y efecto, etc., corresponden exactamente a lo dado y son absolutamente ciertos, cuando en verdad —como lo demuestra la física— ni corresponden a lo dado ni son absolutamente ciertos. Más aún, si no hay nada diferente o separado del principio único que pueda ser agente del error, dicho principio tiene necesariamente que ser el agente del mismo —que es precisamente lo que ilustran el mito del lila y la filosofía de Heráclito.

Lo anterior implica que, si existiesen tales elementos a priori, su carácter a priori sólo sería garantía de verdad, o de objetividad y universalidad, etc., en caso de que Dios hubiese puesto esos juicios en nosotros y de que, como afirmó Descartes, Dios no pudiese querer engañarnos. Pero eso no fue lo que postuló Kant, quien no recurre a Dios, "porque no podemos recurrir a Dios antes de haber efectuado la crítica": es bien sabido que ya en la época de Kant no se consideraba filosóficamente aceptable sustentar una tesis filosófica sobre un dogma teológico.50

Así pues, a la luz del mito del lila o "juego cósmico" y de la interpretación equivalente del pensamiento de Heráclito, Kant habría logrado lo contrario de lo que se proponía. Si a la physis-lógos le gusta ocultarse, cualesquiera principios a priori del psiquismo serán garantía de engaño y error. En consecuencia, nuestra percepción de un mundo, aunque estuviese basada en un en sí objetivo que fuese procesado por nuestro psiquismo,51 en la medida en que para ser percepción de un mundo dependería de principios a priori, no podría ser más que mera ilusión. Nuestros conocimientos ordinarios, científicos y filosóficos serían necesariamente falsos. En vez de garantizar una belleza objetiva, universal e incondicionada (en el sentido kantiano del término), los principios a priori de la facultad de juzgar estética garantizarían una belleza subjetiva y condicionada culturalmente, mientras que los de la razón, en vez de garantizar una moral objetiva y universal, garantizarían una moral igualmente subjetiva y condicionada culturalmente.

Ahora bien, el mito del lila y la correspondiente interpretación de Heráclito siempre han estado asociados a la visión degenerativa de la evolución y la historia humanas que considera estas últimas como el desarrollo del error llamado lethe o avidya. Esto implica que los principios del psiquismo no son, como pensó Kant, inmutables, sino que a medida que avanza el ciclo cósmico los mismos se van haciendo cada vez más invertidos —de modo que los conceptos son cada vez en mayor medida garantía de error y no de verdad, los principios en que se basa el juicio estético son cada vez en mayor medida garantía de relatividad e incluso de fealdad, etc.

No habría, pues, principios a priori del psiquismo que fuesen inmutables, objetivos y universales; aunque la famosa "revolución copernicana" habría estado justificada, los principios del psiquismo serían cambiantes y obedecerían al grado de desarrollo del error o la delusión esencial, así como a la dirección que en cada cultura toma dicho desarrollo. Y, como se acaba de ver, a medida que avanzara el desarrollo en cuestión, los principios en cuestión se harían en mayor medida principios de inversión.

Sabemos que ya en su época Herder y Mendelssohn, entre otros, combatieron de distintas maneras las rígidas divisiones del psiquismo establecidas por Kant. También Schopenhauer, a pesar de la influencia de Kant sobre su pensamiento, saltó por encima de las ilusorias divisiones en cuestión al comprender la creación y la apreciación artística en términos de conocimiento y afirmar que la única fuente del arte es el conocimiento de las ideas (Ideen) y que el único fin del mismo es la comunicación de este conocimiento.52

Como se vio en la sección anterior, también Heidegger saltó por encima de la ilusoria brecha kantiana entre belleza y verdad, aunque lo hizo en base a un sentido de "verdad" radicalmente diferente de los dos que ocuparon a Kant: el que respecta a la verdad lógica del juicio (o sea, el de verdad como adæquatio) y el que respecta a la verdad de la cosa (como contrario a su ser mera apariencia).

Para terminar, cabe señalar que, a pesar de la enorme distancia que separa su filosofía del arte de la de Kant, Heidegger parece haberse alineado con aquél y con Schopenhauer,53 y en contra de los empiristas anglosajones, al afirmar que la obra de arte se distingue del útil en la medida en que, por su presencia autosuficiente, se parece a la mera cosa espontánea que no tiende a nada. Ahora bien, aunque es correcto distinguir las obras de arte de los meros útiles, es importante reiterar la advertencia que ya se hizo contra la radicalización de esta contraposición entre el útil y el arte en las vanas doctrinas del "arte por el arte" (de las que no parece haber escapado ni siquiera un Schopenhauer).

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