Introducción


Originalmente había pensado darle a este libro el título de la ponencia que presenté en el IIIer Simposio Internacional de Estética celebrado en noviembre de 1999 en la Universidad de Los Andes (Mérida, Venezuela): "Estética del eterno retorno y arte visionario". Ahora bien, considerando que dicho título haría creer erróneamente a los lectores potenciales que la obra trataba de estética nietzscheana, decidí desecharlo.

Luego pensé llamarlo "Estética originaria y arte visionario", pero también hube de desistir, pues ello podría hacer pensar a algunos lectores potenciales en Ernst Jünger y lo que se ha designado como su "estética de lo originario" (así llamada en la medida en que privilegia las formas de vida que la biología considera como "menos evolucionadas" y, en general, todo lo que, según las teorías evolutivas, apareció en tiempos más remotos y por ende más cercanos al "origen del mundo")1. Sucede que difícilmente podría algún pensamiento diferir más del que he plasmado en mis distintas obras, que el de aquél nacionalista alemán que colaboró con el nazismo, pero que en el fondo anhelaba la restitución del orden imperial prusiano y propugnaba el establecimiento de un imperio mundial.

Entonces vino a mi mente el título "Estética primordial y arte visionario". Si bien quizás algunos podrían entenderlo erróneamente en referencia a Jürgen, el mismo parecía ser el más apropiado para indicar: (1) una estética de la suspensión del juicio que —en términos de la imagen de William Blake— permite que "las puertas de la percepción (se mantengan) limpias (y abiertas, de modo que) todo se perciba tal como es: en su infinita maravilla"; y (2) un tipo de arte cuyas formas y medios facilitan la espontánea ocurrencia de dicha suspensión, y cuya función podría definirse en términos de lo que ha dicho Tàpies con respecto a la función social de su propia pintura: permitir que el espectador de la obra tenga acceso a un nivel superior de la experiencia (o del conocimiento, aunque no en el sentido común del término) mediante una vivencia fulgurante, a la manera de una iniciación súbita a la vivencia del budismo zen.

La estética en cuestión no es algo nuevo, aunque quizás hasta hoy jamás se la haya desarrollado de manera suficientemente exhaustiva y precisa. En su desarrollo han colaborado una serie de autores entre quienes destacan William Blake y Aldous Huxley; incluso quien esto escribe ha participado en su desarrollo por medio de una serie de obras sucesivas, entre las cuales las más importantes quizás sean las tres que, como bien señala el profesor Hernán Lucena en la Presentación del libro, constituyeron los tres elementos principales de la síntesis que dio lugar a esta obra —los cuales se entretejen en ella con una serie de nuevas reflexiones y algunos elementos de otras de mis trabajos más recientes (e incluso con los resultados de una investigación realizada siguiendo algunas sugerencias mías por una alumna de pregrado)—. Ahora bien, aunque algunos de los elementos de la obra sean "reciclados", he considerado que su aporte es lo suficientemente original y comprensivo como para merecer que se la publique en forma de un nuevo libro.

En lo que respecta al arte visionario, cabe señalar que para realizar un inventario universal del arte en cuestión sería necesario escribir una especie de enciclopedia, lo cual va más allá del propósito de esta obra. Más aún, escribí el presente libro porque se me propuso la publicación inmediata de una obra de extensión reducida, y el resto de las obras que tenía en preparación eran muchísimo más extensas. En consecuencia, en él me he limitado a considerar, de la manera más breve posible, los ejemplos del arte en cuestión que me parecieron más convenientes y apropiados.

Si bien todos dichos ejemplos provienen del continente eurasiático, ello no se debe a un desprecio hacia el arte amerindio, africano, aborigen australiano o de otras regiones del Pacífico —ni tampoco porque piense, como Gombrich, que con un mínimo de educación nos sea posible comprender un autorretrato de Rembrandt, pero que una máscara negra nos será a priori incomprensible—. En un caso tal, quizás los tangkhas tibetanos, las esculturas eróticas de la India y el paisajismo chino taoísta y budista ch’an deberían sernos también a priori incomprensibles —y, sin duda alguna, tampoco tendríamos la posibilidad de "comprender" las máscaras tibetobirmanas que representan "demonios", espíritus y entidades elementales y guardianes de la ley y de las enseñanzas del tantrismo y el dzogchén—. El único motivo por el cual me he limitado al arte eurasiático es porque es el que conozco mejor.

Entre los historiadores, hoy en día es común la idea según la cual no existe la historia, sino un entretejido de historias. Es correcto rechazar las concepciones de la historia al estilo hegeliano, marxista y así sucesivamente, que postulan estadios minuciosamente detallados supuestamente universales, los cuales han sido calcados de la historia de Europa y, en general, del Occidente capitalista. Ahora bien, la suma de las múltiples cronologías de las distintas regiones del planeta constituyen una Cronología Universal (que comprende tanto la prehistoria como la historia), cuyos estadios, si bien no pueden detallarse minuciosamente, son universales, y corresponden a los que postularon las grandes tradiciones eurasiáticas: los mismos se inician con la edad de oro o era de la Verdad y culminan en la edad de hierro o era de la oscuridad —la cual, una vez llegada a su fin, puede ser sucedida por una nueva edad de oro o era de la Verdad.

Mientras que en el segundo capítulo de este libro se consideran retazos de las múltiples historias del arte, en el primer capítulo se plantea la Cronología que unifica todas dichas historias. Finalmente, en el último capítulo se desarrolla brevemente una ontología de la estética. Ahora bien, a mi juicio, no sólo el texto "principal" de la obra es importante; ella fue concebida en forma tal que la lectura de las notas debe considerarse igualmente relevante.

Finalmente, debo agradecer a todos quienes hicieron posible esta publicación: a Oscar Gutiérrez, por el maravilloso diseño de la portada y las horas extras no pagas invertidas en la reconstrucción digital del mandala bhutanés en ella representada, así como por el trabajo no remunerado de revisión de estilo y de pruebas; a José Antequera por la revisión de estilo y pruebas; a Román Romero por el trabajo paralelo, no remunerado, de revisión del estilo y pruebas; al Grupo de Investigación en Estudios de Asia y Africa (Facultad de Humanidades y Educación) y el CDCHT-ULA por la publicación del texto, y al profesor Hernán Lucena Molero, Coordinador del Grupo de Investigación en cuestión, por su generosa Presentación.

Elías Capriles

Mérida, Venezuela, 24/01/2000


1. De hecho, existe un libro titulado La estética de lo originario en Jünger (Molinuevo, José Luis, 1994; Madrid, Editorial Tecnos, Colección Metrópolis).Volver

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