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Molinari, Óscar

4278 bytes añadidos, 18:40 27 sep 2017
Fotografía
Off the record, o más bien en la sabrosa intimidad de la informalidad, el maestro contemporáneo Jorge Pizzani, amigo en común y cotizado expresionista, habrá declarado que esta exposición ha vuelto a Oscar Molinari en un fino hilandero de oro, que al final viene a ser una suerte de amo de muchas tramas de una vida y de otra; ante lo que el aludido agradecerá: Fíjate qué bonito. Esa exposición me salvó la vida porque me sacó completamente de lo que era la idea de la enfermedad o el temor de la misma; la enfermedad estaba pero la vida eran esos cuadros maravillosos que se estaban creando; porque es importante en la vida tener posiciones y estar construyendo algo que te apasiona, y si lo estás construyendo, no tienes tiempo de morirte. Mira, Pizzani es un artista más tradicional pero es un maestro del dibujo; tiene la mano de un gran maestro del renacimiento. Pizzani te agarra la ceniza de un cenicero, la moja y hace un dibujo en una servilleta que es digno de Rafael Sanzio. Sus bocas, sus miradas… lo que pasa es que él no se detiene en la recreación del dibujo ni de la belleza que sabe plasmar; una vez que la arma, la destruye; entonces sus cuadros terminan siendo unas cosas monstruosas. Él tiene la capacidad de que, si se detiene en el camino, lo que vas a ver es un dibujo renacentista, el bello esqueleto que está debajo de ese perro monstruoso.
 
Sobre lo que pasa actualmente en el arte en Venezuela, piensa que hay cierta parálisis porque si bien palpita una lista de jóvenes que está haciendo cosas interesantes, el mercado de arte se murió: si se le pregunta a cualquier galerista qué ha vendido de la última exposición, la mayoría confesará que no ha vendido nada. De hecho, él que lo ha tenido todo y los tiene casi todos, declara que a parte del Bacon con el que sueña, le pondría el ojo a ciertas piezas de toda esa generación de Muu Blanco, Suwon Lee o José Antonio Hernández-Diez, que es un poco mayor pero cuyo trabajo describe como divertido. También los videos de Carlos Castillo, “porque son de una juventud total que te sorprende”.
 
Acerca de para qué sirve el arte en nuestras vidas, el hijo del piloto y la viajera incansable, el padre de varios y el amigo de no tantos, advertirá que el arte debe servir para divertirnos, porque pasa igual con los contactos que tenemos, que deben ser enriquecedores: la vida debe enriquecerse con la gente que ves, con la mujer que amas, con el amigo que tienes, con el socio con quien trabajas. Que tu vida se vuelva más rica gracias a ellos. El verdadero arte debería desplazar un poco tu ángulo de incidencia, de mirar las cosas. Aprender a mirar es una cosa esencial.
 
Es noche cerrada ya. La Castellana empieza a perfumarse con el cerro cercano y los muchos balcones preñados de flores blancas que abren a veces en octubre. Si es por nosotros, la conversación se prolongaría hasta hacer despertar alguna entraña furiosa pero esclarecedora, algún secreto fácil que, por fácil y por siglos, no ha brotado jamás. Pero urge la pregunta sobre su visión del futuro del arte, la suya, que es la de un cartógrafo contemporáneo, la de un tejedor aurífero, la de un conquistador por linaje y por devoción, la de un arqueólogo inverso que en vez de desenterrar por capas para descubrir, descubre superoponiéndolas, re-creando, re-tatuando, re-pintando, re-naciendo, re-significando, re-mirando. Así que la espeta, in extenso: Cualquier obra de arte que tú adquieres y que llevas a tu casa, sea hecha del medio que esté hecha, más avanzado, da igual que haya sido pintada con acuarela o que haya sido hecha con pixeles, o con láser; el efecto final es que cuando la coloques en la pared, te va a modificar la música de toda tu casa. Eso va a seguir pasando independientemente de cómo se construya la obra. La obra va a ser inquietante, va a cambiar tu vida al ponerla en la pared. Yo empecé modificando las Polaroids, después interviniendo las fotos y los videos, después Polaroids de los videos, interviniendo los videos y la Polaroids… y todos esos medios se fueron acumulando, se fueron sumando y los fui usando todos. En los trabajos de ahora hay fragmentos que vienen de videos, de la fotografía, partes dibujadas. Si aprendo más oficios, se los iré añadiendo.
 
Por ejemplo El Dorado, el hombre, tomé su grabado original y a los dos personajes que están a los lados, uno que lo unta de aceite y otro que le sopla el polvo de oro, y les hice unas ampliaciones e hice fragmentos de su cara, sus cuerpos, impresos sobre acetato; los pegué sobre la tela, entonces ya yo había generado allí una vibración particular. Sobre acetato, sobre el periódico, sobre tela… ya hablaban de otra manera, ya el cuadro era otra cosa. Quedaba el hueco del medio: allí empecé, dibujé el personaje, y fui viendo cuál era la maldad que necesitaba. Le añadí oro, pintura, y al final la vaina cuajó, estuvo listo, me anunciaba que no le hiciera más. Hay un momento en que uno sabe que se acabó, que terminó. En el camino no sabes adónde vas a terminar.
 
El arte debe saltar sin ver, con frecuencia. ¿Te acuerdas de estos letreros por donde pasaba el tren que decía “Mire antes de cruzar”? Entonces la idea es: pase sin mirar para que se sorprenda. Watch before jumping. Así que la cosa sería Jump before watch.
 
PS: La mayoría de las obras de gran formato de América 1600 fue adquirida por la Hacienda Santa Teresa para la “Bodega Santa Teresa”, el nuevo espacio destinado a las reservas privadas, diseñado por los arquitectos Totón Sánchez y Ana María Basalo por los 220 años de la hacienda de marras.
==Exposiciones individuales==

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