El "arte del porvenir": algunas concepciones ácratas


«El arte, "el retorno de la abstracción a la vida", (debería volverse) el guardián de la parte "inmortal" del hombre contra las fuerzas contemporáneas de la alienación, (encarnadas en) el reinado de una ciencia abstracta o (en) la "banalidad del bienestar".»

 

André Reszler130

Como ya vimos, Teodoro Adorno131 llegó a proponer que el arte de una época horrible como la nuestra ha de ser feo, de modo que no pueda brindarnos un escape estético de nuestra horrorosa situación. Es cierto que todo escape es producto de una operación de mala fe y, en consecuencia, refuerza nuestra inautenticidad y nuestra falsedad; además, todo escape alivia las tensiones que deberían canalizarse hacia la transformación radical de la inhumana y horrorosa situación actual y la erradicación —en el individuo y en la sociedad— de las tendencias que amenazan nuestra supervivencia. Sin embargo, ya se ha señalado que quizás el arte que mejor responde a la situación actual sea el que transforma nuestra percepción, impulsando con ello la transición a la futura edad de oro o era de la Verdad, y no un "arte feo" que mantenga el tipo de percepción que caracteriza a nuestra época y que se encuentra en la raíz de la crisis que amenaza con destruirnos. Aunque creo que nadie puede ni debe imponer al arte las pautas a seguir, es innegable que desde este punto de vista el arte más apropiado para nuestra época sería el que se ha retransformado en "arte visionario" y en el cual "todo es símbolo". Ahora bien, este tipo de arte podría ser aun más apropiado para nuestro tiempo si al mismo tiempo se hubiese comprometido políticamente.132

La propuesta anterior es todo lo contrario de lo intentado por las élites dirigentes en los países que adoptaron la ideología marxista y, bajo la coartada del "socialismo", impusieron las deformaciones burocráticas del capitalismo de Estado y el más asfixiante totalitarismo.133 Está de más decir que ningún organismo centralizado, instituto o individuo tiene el derecho de imponer a los seres humanos los criterios a seguir en su creación artística. Por otra parte, si un creador desea incitar con su arte a las masas para que transformen la sociedad, ello no significa que deba adoptar un insulso realismo como el desarrollado en los países marxistas, que suprima lo que de "objetivo" o "visionario" pueda quedar todavía en el "arte". Mi modesta opinión personal —que no pretendo imponer a nadie— es que el artista comprometido políticamente debería crear nuevas formas de arte primordial que fuesen lo más visionarias posible y que, en consecuencia, al mismo tiempo que incitan a otros a transformar la sociedad, colaboran con la revolución interior en cada individuo que es la condición necesaria de una transformación social efectiva. Esto es lo que hace la película Baraka, que en la sección anterior tomé como ejemplo de arte visionario-revolucionario de fines del siglo XX.

De hecho, devolver al arte su carácter visionario y dotarlo de las características que han sido comunes a todo arte genuinamente religioso sería por sí mismo revolucionario. André Reszler dice de las teorías sobre el arte concebidas por Tolstoi:134

«El arte se justifica si se pone al servicio de la más alta "conciencia religiosa" de su época, y se convierte así en "uno de los instrumentos de comunicación y por lo tanto del progreso... de la marcha adelante de la humanidad hacia la perfección"...

«...El arte "verdadero" es el agente de un cuerpo social profundamente unido y de una fe religiosa viviente. El arte "falso" nace de la división de la sociedad en clases opuestas y también de la irreligiosidad de las clases superiores.»

Con Tolstoi, podemos considerar que en nuestros días la verdadera religiosidad es por sí misma revolucionaria. Ahora bien, si nos acogiéramos a la definición de "religión" que un lama mongol proporcionó a Alexandra David-Neel y que cité en Individuo, sociedad, ecosistema,135 tendríamos que concluir además que la verdadera religiosidad implica la denuncia del estado de cosas imperante y la exigencia de transformación total de los seres humanos y de la sociedad.136 En otras palabras, el arte más idóneo para nuestra época sería uno que denuncie la división de la sociedad en clases opuestas criticada por Tolstoi y lo que Bateson designó como "propósito consciente contra la naturaleza" y, al mismo tiempo, posea las características del más genuino arte primordial y, en consecuencia, ayude a desarrollar una auténtica religiosidad. Como ya debe estar claro, para quien esto escribe dicha religiosidad no consiste en rendir culto a un dios antropomórfico, sino en superar nuestra proyección de lo sagrado en un "más allá" y redescubrirlo en la indivisibilidad de la physis que comprende tanto a nosotros mismos como al resto del uni-verso (vivenciada más allá de toda interpretación en términos de pensamientos valorizados-absolutizados delusoriamente). Como ya vimos, una religiosidad de este tipo debe celebrar la totalidad de lo material y de lo viviente, y hacer posible la comunión de todos los seres humanos en la vivencia de nuestra común esencia o naturaleza.

El contenido políticamente revolucionario del arte no es parte de su esencia y no tiene que manifestarse en todas las culturas y en todos los períodos. El arte primordial tiene la capacidad de despertar a los humanos del sueño de la lethe o avidya, revelando la talidad de los objetos (que se desoculta al desactivarse los filtros constituidos por la valorización-absolutización delusoria de los pensamientos, con lo cual se despejan las puertas de la percepción) e induciendo vivencias de "sensación pura" más allá de todo juicio; al mismo tiempo, como ya vimos, el arte en cuestión tiene un contenido didáctico, generalmente constituido por un mensaje genuinamente religioso (como por ejemplo cuando la obra proporciona un mapa del sendero de Despertar). Sólo en las épocas en que predominan la injusticia, la opresión, la explotación y la destrucción de los seres humanos y del ecosistema debe, pues, el arte preconizar la rebelión contra el estado de cosas imperante. Esto se aplica con todavía mayor razón a ese tipo de arte de protesta que, haciéndose chocante y escandaloso, intenta despertar a la gente del limbo en que ha sido sumida por la hipnosis inducida socialmente. Reszler nos dice:137

«En un panfleto neogodwiniano, El alma del hombre bajo el socialismo (The Soul of Man under Socialism), Oscar Wilde había ya definido el arte de protesta —el arte que pone fin a la "monotonía del tipo, a la esclavitud de las costumbres, a la tiranía de los hábitos, así como al rebajamiento del hombre al nivel de la máquina"— como un arte transitorio. La revuelta no es un atributo eterno de la historia, afirma Wilde. Y no es ella, sino la paz, la que constituye el rasgo dominante del "hombre realizado". La sociedad presente obliga al hombre a rebelarse. La de mañana le permitirá distenderse cooperando libremente, espontáneamente, con su prójimo.»

Estas son las dos ideas centrales en la concepción que del arte tuvo Wilde. Por un lado:138

«El arte es individualista y el individualismo es una fuerza que origina el desorden y la desintegración. En eso está, precisamente, su valor extraordinario. Pues lo que intenta derrocar es la monotonía del tipo, la esclavitud de la costumbre, la tiranía del hábito, el rebajamiento del hombre al nivel de la máquina.»

Pero, por el otro:139

«Considero perfecto al hombre que se desarrolla en medio de condiciones perfectas, al hombre que no se siente herido, mutilado, rebajado o en peligro. La mayoría de las personalidades se han visto obligadas a la rebelión. La mitad de su fuerza se ha desperdiciado en el roce... ...hasta en Shelley, la calidad de rebeldía es a veces excesiva, ya que el rasgo característico de la personalidad perfecta no es la rebeldía, sino la paz.»

Con respecto a la propuesta de imprimir un mensaje político al arte actual, es necesario tener en cuenta (aunque en un sentido no McLuhaniano) que el mensaje es el medio. La escultura, el cuadro, la partitura y así sucesivamente, han sido por lo general en nuestra cultura arte-para-la-permanencia, realizado por el "genio" individual que aspiraba a inmortalizarse. Como bien señala Gombrich, el artista egipcio era anónimo, pues su función era religiosa; en cambio, el artista griego —como sus sucesivas reencarnaciones occidentales, y más aún a partir del Renacimiento— es el producto de una sociedad que exalta el individualismo y la originalidad, de modo que lo que persigue es antes que nada la celebridad.

Aunque la idea no es impedir que "genios" individuales realicen obras de arte perdurables, de una forma u otra el arte debe dejar de ser un medio por el cual un artista individual intenta adquirir fama y notoriedad, y volverse, en la medida de lo posible, una actividad anónima. El culto aristocrático y burgués a las personalidades del arte, la política, las ciencias y así sucesivamente —magnificado en el culto al líder que proliferó en los mal llamados "socialismos reales"— es contrario a la esencia del arte, y deberá superarse si el arte ha de redevenir verdadero arte.

Es posible que el arte más apropiado para los tiempos por venir sea, no sólo el que es visionario y en el cual todo es símbolo, sino también el que es creado colectivamente, sobre todo si no aspira a la permanencia. La genuina creación artística tiene lugar por medio de la espontaneidad y, cuando en ella intervienen distintos individuos que no aspiran a la inmortalidad ni de su persona ni de la obra que crean, puede darse un proceso transpersonal de creación artística que supera las capacidades individuales de cada uno de los participantes. A juicio de quien esto escribe, por lo general el happening, el event, los multimedia y el resto de las formas de arte que, a partir de comienzos de la segunda mitad del siglo XX, intentaron alcanzar este ideal, quedaron a una buena distancia del mismo.

Kropotkin y Grave —al igual que William Morris— exigían que el artista realizara también un trabajo manual productivo, y aspiraban a que el resto de los obreros también tuviese más de un oficio y, de ser posible, practicase algún arte.140 También en la República de Tolstoi estarían proscritos los artistas profesionales. Y si bien para los artistas de hoy ha sido imposible crear un arte como el que debería imperar en el futuro, como dice Tolstoi:141

«"...no lo será para el artista del porvenir: él no conocerá toda la depravación de los perfeccionamientos técnicos que enmascaran la ausencia de contenido y, al no ser artista profesional, al no recibir remuneración por su actividad, no creará arte más que cuando sienta la necesidad irresistible".

«"El arte del porvenir no será obra de artistas profesionales que tengan una actividad artística remunerada, y que no tengan más que ésa. El arte del porvenir será obra de todos los hombres (y mujeres), salidos del pueblo, que se consagrarán a esta actividad cuando sientan la necesidad".

«El arte no será goce pasivo o aceptación banal del placer. Será, ante todo, una experiencia libre y espontánea, la reunión de todos los hombres (y mujeres) en torno a la hoguera que es el arte creador.»

O, más que en torno a dicha hoguera, en medio de ella, pues su ilusión de substancialidad se habrá consumido y el fuego de la genuina poiesis generará una vez más un torrente de arte primordial. En una condición tal, ya no sucederá aquello de lo que en su época se quejara Oscar Wilde:142

«El público utiliza los grandes clásicos de un país para detener el progreso del arte. Los degrada transformándolos en manifestaciones de autoridad. Los usa, como si fueran matracas, para impedir la libre expresión de la belleza bajo formas nuevas.»

Kropotkin y Morris, al igual que Tolstoi y Grave, tuvieron razón al insistir en que, una vez superadas las divisiones que hoy en día aquejan tanto a la sociedad como a cada individuo, los artistas profesionales desaparecerán, como en el plano del trabajo lo hará la especialización, y todos los seres humanos realizarán distintos tipos de tarea, incluyendo las que hoy en día conocemos como "arte". Nosotros podemos ir todavía más allá en nuestra concepción de una sociedad tal y sugerir que la reducción al absurdo del error humano básico y de las formas sociales, económicas, políticas, culturales y tecnológicas imperantes podría anunciar la disolución de toda distinción entre trabajo y arte en una sociedad comunitaria, armónica y estable, en la cual la espontaneidad creativa del tao o lógos generaría objetos incomparablemente más bellos que los producidos por el arte actual.

De hecho, en la futura edad de oro o era de la Verdad podrían disolverse las artificiales fronteras que en nuestros días separan el arte y la vida —y lo mismo puede suceder en este mismo momento con quienes recorran efectivamente el sendero de Despertar con la ayuda de un auténtico representante de una genuina tradición de sabiduría—. A este respecto parece apropiado considerar las palabras de D. T. Suzuki, el profesor japonés que popularizó el budismo zen en el Occidente:143

«No se puede esperar que todos seamos científicos, pero hemos sido constituidos de tal modo por la naturaleza que todos podemos ser artistas. No (necesariamente) artistas de alguna clase especial, tales como pintores, escultores, músicos, poetas, etc., sino artistas de la vida. Esta profesión, "artista de la vida", puede sonar como algo nuevo y bastante raro, pero de hecho todos nacemos artistas de la vida. Es sólo que, sin saber que lo somos, en nuestra mayoría no logramos serlo y el resultado es que hacemos un desastre de nuestras vidas, preguntando "¿cuál es el sentido de la vida?", "¿no enfrentamos una nada sin atributos?", "¿después de vivir setenta y ocho o incluso noventa años, adónde vamos? Nadie lo sabe", etc., etc. Se me dice que la mayoría de los hombres y mujeres modernos son neuróticos por esta causa. Pero el hombre zen puede decirles que todos ellos han olvidado que son artistas innatos, artistas creativos de la vida, y que tan pronto como se den cuenta de ello se curarán de sus neurosis o psicosis o como quiera que llamen a su problema.

«¿Qué quiere decir entonces ser un artista de la vida?

«Los artistas de cualquier clase... tienen que utilizar uno u otro instrumento para expresarse, para demostrar su creatividad de una manera u otra. El escultor tiene que tener piedra, madera o arcilla y cinceles u otros útiles para imprimir sus ideas en el material. Pero un artista de la vida no necesita salir de sí mismo. Todo el material, todos los implementos, toda la habilidad técnica que normalmente se requieren para ser un artista de la vida están con él desde el momento de su nacimiento y, quizás, incluso antes de que sus padres le dieran vida. Esto no es usual, es extraordinario, podrían ustedes exclamar. Pero cuando piensen un rato acerca de ello, estoy seguro de que entenderán lo que quiero decir. Si no entienden, seré más explícito y les diré lo siguiente: el cuerpo, el cuerpo físico que todos tenemos, es el material, que corresponde al lienzo del pintor, a la madera o la piedra o la arcilla del escultor, al violín o la flauta del músico, a las cuerdas vocales del cantante. Y todo lo que está unido al cuerpo, como por ejemplo las manos, los pies, el tronco del cuerpo, la cabeza, las vísceras, los nervios, las células, los pensamientos, los sentimientos, los sentidos —en efecto, todo aquello que constituye la persona— es al mismo tiempo el material sobre el cual y los instrumentos con los cuales la persona moldea su genio creativo en conducta, en toda clase de actos y —de hecho— en la vida misma. La vida de una persona tal refleja cada una de las imágenes que ella crea a partir de la fuente inagotable de su inconsciente. Cada uno de sus actos expresa originalidad, creatividad, su personalidad viviente. No hay en ella convencionalismo, conformismo ni motivación inhibitoria. Se mueve como le place. Su conducta es como el viento que sopla como le viene en gana. No tiene una (ilusoria) individualidad encajonada en una existencia fragmentaria, limitada, restringida y egocéntrica. Ha salido de esta prisión. Uno de los grandes maestros de la época T’ang dijo: "Con un hombre que es amo de sí, no importa dónde lo encuentre, se comporta auténticamente consigo mismo". Es a este hombre a quien llamo el verdadero artista de la vida.

«Su individualidad ha tocado el inconsciente, fuente de infinitas posibilidades. Su mente es "no-mente". Dice San Agustín, "Ama a Dios y has lo que quieras". Esto corresponde al poema de Bunán, el maestro zen del siglo diecisiete:

Mientras vivas

sé un hombre muerto,

completamente muerto;

y actúa como te plazca

y todo estará bien.

«Amar a Dios es no tener una individualidad, vivir en la no-mente, volverse un "hombre muerto", estar liberado de las motivaciones de la conciencia que normalmente nos constriñen. Detrás de los "buenos días" de este hombre no hay intereses creados. Uno se dirige a él y él responde. Tiene hambre y come. Superficialmente, es un hombre natural, que surge de la naturaleza sin las complicadas ideologías del hombre moderno. Pero ¡cuán rica es su vida interior! Y cómo no habría de serlo, si está en comunión directa con el gran inconsciente.»

Cuando Suzuki hablaba de "amar a Dios", estaba hablando en los términos aceptados por nuestra cultura, pues el budismo zen al que él adhería no postula la existencia de dios alguno. Para el zen, todo es lo absoluto, la talidad (tathata), el tao. No obstante, como ya hemos visto, desde comienzos del neolítico los seres humanos "caídos", que creen ser individuos separados y autónomos, han concebido lo absoluto como una persona todopoderosa, sobrenatural y supramundana.

Lo indicado por Suzuki podría quizás ser comprendido aun más claramente si aplicamos al arte lo que el siguiente aforismo del Huainanzi dice de la felicidad:144

«Aquéllos que pueden alcanzar el punto en el que no obtienen placer de nada, descubren que entonces pueden disfrutar de todo. Al no haber nada que no disfruten, su felicidad es suprema.»

Ahora bien, puesto que los conceptos se definen per genus proximum et differentiam specificam, si algún día llegase a superarse efectivamente la distinción entre trabajo y arte, de modo que ambos perdiesen sus diferencias específicas, ello haría que el concepto de arte se disolviese. Más aún, si llegase a desaparecer todo vestigio de error en cada uno de los miembros de la sociedad, de modo que ya no surgieran tensiones que éstos desearan liberar ¿no desaparecería también el impulso a la expresión artística que lleva a la producción de la obra de arte? Personalmente, tiendo a creer que no podemos aspirar a un grado tal de perfección, pues si desapareciera todo vestigio de error en cada miembro de la sociedad, ésta misma desaparecería —tal como, según ciertas leyendas tibetanas, habría sucedido con la ciudad o el reino de Shambhala.

Lo que parece más probable si en verdad se iniciara una nueva edad de oro o era de la Verdad, es que con ello el arte meramente reproductor criticado por William Godwin llegaría a su fin, y la creación no dejaría ya lugar para la mera ejecución de obras musicales o la mera representación de obras teatrales escritas en el pasado. En efecto, en algunas sociedades en que el arte ha sido un producto anónimo, la música ha estado basada en la improvisación sobre la base de temas dados y no ha sido mera reproducción de un esquema rígido concebido por músicos ya desaparecidos. Si cada nota que surge es plenitud y gozo absolutos y el creador está libre de ego durante su creación, ¿quién deseará escribir la música que surge espontáneamente en cada momento a fin de lograr el reconocimiento de su ego y la ilusoria inmortalidad de éste?

No obstante, quizás también sería posible que el retorno al tiempo cíclico que sucederá a la reducción al absurdo del progreso y de la ilusión de un tiempo lineal nos hiciese restablecer la repetición ritual de ceremonias significativas capaces de inducir vivencias de intemporalidad, las cuales eventualmente podrían contener músicas, representaciones e incluso quizás diálogos preestablecidos.145 En todo caso, de lo que no cabe duda es de que el arte del futuro estará libre de la sed de innovación que lo caracterizó durante el siglo XX.

Parece evidente que, una vez superada la producción de monumentos "artísticos" a la individualidad, se superará también lo anterior. Sin embargo, como ya se ha señalado, ello no significa que el arte buscará constantemente nuevos estilos y formas de expresión y evitará repetir las formas del pasado. Ya hemos visto que uno de los más famosos exponentes de la pintura tradicional china contó que él había perseguido la originalidad durante años sin lograrla; cuando finalmente supo que la había logrado, se dio cuenta de que "estaba pintando el tao de los antiguos". Ya debería estar bien claro que la originalidad no consiste en buscar formas de expresión nunca antes realizadas, sino en emprender la obra de arte en el estado libre de intención y de condicionamiento por el pasado que corresponde a la aletheia o desocultación de nuestra verdadera condición. La obra de arte verdaderamente original es la que surge por la espontaneidad del tao, sin premeditación ni condicionamientos, y por lo tanto sin que la aparición de un ilusorio sujeto mental parezca romper la integridad de nuestra condición original.

Ahora bien, independientemente de que el hipotético inicio de una nueva edad de oro o era de la Verdad implicase la superación de los límites que hoy en día separan al artista profesional de los demás miembros de la sociedad, acabase con la producción de monumentos artísticos a la individualidad, hiciera de todos los seres humanos "artistas de la vida", o resultare en alguna otra de las posibilidades descritas arriba, sólo sería en el caso del inicio de la nueva era en cuestión que quizás tendría algún sentido hablar del "fin de la historia del arte".

Atrás

Siguiente