Capítulo II


Y sin embargo, lo hermoso persiste: retazos de una historia del arte visionario

El desarrollo de la ocultación y la desocultación en Eurasia desde la piedra hasta los metales

La ideología predominante, que afirma que todo mejora con el "progreso", se ha enraizado tan profundamente en la mayoría de nosotros, que la idea de que el proceso evolutivo de los últimos milenios pueda haber representado una corrupción progresiva de la armonía y la perfección, constituyendo así un desarrollo aberrante o degenerativo, nos parece risible. A pesar de los recientes hallazgos de la paleopatología y de la etnoecología, y de las realidades que enfrentan la sociología y la psicología actuales, todos los cuales demuestran que la humanidad ha sufrido un proceso de degeneración cognitiva y moral, seguimos sintiendo que nuestra condición actual representa un enorme avance espiritual con respecto a la condición de los seres humanos "primitivos".

En el capítulo anterior, en letra pequeña, se consideró la "superioridad" lo los seres humanos primitivos en una serie de planos, a excepción del que concierne a este libro, que es el estético. Con respecto a este último plano, creo oportuno citar las palabras de uno de los investigadores que ha llevado a cabo un estudio exhaustivo del arte del Paleolítico. Andreas Lommel escribe:01

«Existe quien prefiere evitar cualquier especulación (con respecto al desarrollo espiritual de quienes crearon el maravilloso arte "primitivo" francocantábrico), puesto que el problema plantea cuestiones insolubles al estudioso de la prehistoria y sobre todo a cualquier persona convencida ingenuamente de la marcha del progreso, pues si el "hombre primitivo" fue capaz de producir obras de arte tan primorosas con sus rudos instrumentos de piedra y hueso, no puede, de ninguna manera, haber sido "primitivo" en el sentido artístico e intelectual, y debe, por el contrario, haber alcanzado un nivel de desarrollo hasta hoy no sobrepasado. Se demuestra así que la evolución artística y mental no se desarrolla paralelamente a los progresos de la civilización material. Aceptar esta hipótesis significaría revolucionar el cuadro del desarrollo humano tal cual lo encaramos, como una progresión más o menos en línea recta.»

El hecho de que, en lo que respecta al espíritu y a las más conspicuas manifestaciones de éste (una de las cuales es el arte), no hay progreso posible se ha vuelto patente en nuestra época. A tal grado, que incluso un conservador adherente del sentido común como lo es Ernst Gombrich (para quien lo hermoso y lo feo, como lo verdadero y lo falso, son principios indiscutibles y universales) afirma que la noción de progreso en el arte es una idea absurda (sobre todo considerando que los fines del arte y del artista varían según las civilizaciones).02 Aquí debemos ir todavía más allá y afirmar que la "evolución" del arte, considerada globalmente, tiene signo negativo —aunque a menudo implique un renacer de lo maravilloso.

La "evolución" en cuestión es el resultado de modificaciones en la cosmovisión, la percepción, los intereses y las habilidades de las sociedades y de los artistas. Jacques Cauvin señala con respecto a la formidable transformación artística que marcó la transición del paleolítico al neolítico y del modo de vida de los cazadores, pescadores y recolectores al de los agricultores:03

«Aunque se sabe que el sentimiento religioso acompaña a la especie humana desde hace mucho tiempo, no es fácil, en cambio, fechar la aparición de los primeros dioses. El arte paleolítico poseía ya un contenido "religioso", pero parece no tener referencia a dioses. La noción de divinidad se manifiesta por primera vez en el Cercano Oriente en forma de estatuillas femeninas en terracota, en el comienzo mismo de la "revolución neolítica", un momento muy importante de la historia de la humanidad. Precediendo por poco tiempo a los primeros experimentos agrícolas, esta mutación psíquica podría explicar en parte la formidable transformación del neolítico.»

Cauvin advierte que el predominantemente "animalista" o "zoomórfico" arte francocantábrico del Paleolítico, al igual que las manifestaciones artísticas del mismo tipo y periodo del Cercano Oriente, tenían un contenido religioso naturalista y "no teísta" que recuerda el yin-yang chino. Este arte expresaba una visión "horizontal" del universo del tipo que Dumézil llamó "la visión mágica": lo sagrado era el mundo mismo y no algo que se encontraría más allá del mundo y por encima de los seres humanos, que éstos debieran adorar. La transformación constituida por el "nacimiento de los dioses" no había ocurrido todavía; ella tendría lugar en el Cercano Oriente en el comienzo mismo del Neolítico. Cuando aparecieron los dioses —comenzando con una figura femenina y un dios-toro— los seres humanos quedaron en una posición de adoración y súplica con respecto a ellos. Cauvin dice de esta transformación:04

«El arte refleja allí, aparentemente, un evento de carácter psíquico. Lo sagrado ya no está a nivel del hombre, sino "por encima" de él. Esto se traduce en la creencia en una entidad suprema, que puede tener forma humana o animal, mientras la humanidad de aquí abajo estará en adelante volcada hacia ella por el esfuerzo de la oración, que expresan los brazos elevados hacia el cielo...

«No sólo es entonces la Diosa la primera instancia suprema en forma humana —o sea, que el origen y la supremacía del mundo natural es concebido por el hombre, por vez primera, "a su imagen y semejanza", incluyendo el poder psíquico que expresa la "mirada" de las estatuillas— sino que el plano divino es aquél en el cual los contrarios se juntan y las tensiones se resuelven...»

Anteriormente, el plano "divino" era el de la Cognitividad Total en la cual los opuestos coincidían sin entrar en conflicto y en la que todos los humanos comulgaban; así pues, dicho plano se encontraba "aquí", en el mundo. Los dioses aparecieron cuando la partición originaria ilusoriamente disgregó dicha Cognitividad Total, como consecuencia de lo cual "este plano" perdió su carácter sagrado y paradisíaco y se convirtió en el del conflicto de los opuestos, el cual ya no podía resolverse "aquí", pues ya no tenía lugar la espontánea desocultación de la Cognitividad Total que hace patente la naturaleza común de los contrarios que en todo conflicto o tensión se encuentran enfrentados o en pugna. Entonces se hizo necesario imaginar un "más allá" en el cual se pudiese proyectar lo sagrado y el paraíso, donde la unión y la armonía de los contrarios sí fuese posible —como consecuencia de lo cual los conflictos podrían resolverse— y que estaría habitado por unos dioses que podrían ayudar a resolver los problemas humanos.

Esta consumación de la "expulsión del Edén" comenzó en el Cercano Oriente con la "neolitización" y se extendió progresivamente por el resto del mundo: el "aquí" dejó de ser el paraíso, el cual fue transferido a un "más allá" y, poco tiempo después, los humanos se encontraron cultivando la tierra y criando ganado —lo cual dio inicio a una era de trabajo duro y constante que, según Cauvin, no era en absoluto necesario desde el punto de vista de los recursos existentes—. Según Cauvin, sus investigaciones habrían refutado las teorías "ecológicas" de los estadounidenses Lewin Binford y Kent Flannery según las cuales habría sido el agotamiento de los recursos, debido a la sobrepoblación y la consiguiente sobreexplotación, lo que habría obligado a los habitantes de dicha región a abandonar en el mencionado período el modo de vida de cazadores-pescadores-recolectores y a desarrollar la agricultura, la cual exigía muchas horas diarias de trabajo duro —en lugar de las dos o tres horas que, en climas favorables, se necesitaban para la caza, la pesca y la recolección— y ponía una pesada responsabilidad a tiempo completo sobre los hombros de los individuos humanos. Según los resultados de las investigaciones de Cauvin, en la época en que apareció la agricultura, en la región había abundante caza, pesca y vegetales y frutas silvestres aptos para la recolección, lo cual implicaría que las transformaciones materiales que nos conciernen dependieron de una transformación psicológica, gnoseológica y espiritual de nuestra especie. Ahora bien, incluso si Cauvin estuviese en lo cierto, deberíamos recordar que la estructura de la mente humana es inseparable de las relaciones sociales en las que el individuo se desarrolla, siendo moldeada por ellas en la misma medida en que dicha estructura moldea las relaciones en cuestión. Así pues, las semillas de la degeneración habrían ya estado germinando en la era de la Verdad o satyayuga, y el fin de la era en cuestión no sería más que el afloramiento de la planta del error.

Ahora bien, la transformación implicada por la neolitización no implicó en todos los casos la imposibilidad total de comulgar en la vivencia de la Cognitividad Total en la que los contrarios coexistían y se armonizaban. Todo parece indicar que la neolitización produjo dos tipos principales de pueblos: unos que se dedicaron principalmente a las tareas agrícolas, a la artesanía, al arte y al comercio, y otros que, probablemente más adelante, se separaron de éstos y se dedicaron predominantemente al pastoreo y la cría de animales —y quienes, quizás en conexión con las pautas psicológicas derivadas de la repetida práctica del sacrificio de los animales por todos los miembros de la comunidad, muy pronto desarrollaron el gusto por la rapacidad bélica, de la que hicieron objeto a sus vecinos—.05 Así pues, si bien la neolitización podría constituir el evento que la Biblia representa con la expulsión de la pareja primordial del Jardín del Edén, también se ha sugerido que la división de la humanidad en dos tipos principales de pueblos pudo haber sido el evento representado por la historia de Caín y Abel.

Trabajos como los de la arqueóloga Marija Gimbutas (cfr. por ejemplo Il linguaggio della dea. Mito e culto della dea madre nell’Europe neolitica)06 han comprobado concluyentemente la unidad cultural y religiosa de la totalidad de Europa, el Medio Oriente y el norte de la India (así como probablemente también de gran parte del Sudeste asiático continental y la actual Indonesia), durante la prehistoria y hasta fines del calcolítico o de la edad del cobre. Las civilizaciones de esa amplia región tenían un carácter predominantemente agrícola y pacífico; estaban dedicadas a las artes, la artesanía, la agricultura, la espiritualidad y la cultura, y no comprendían marcadas divisiones de clase.

Esta ausencia de marcadas divisiones de clase tiene que ver con el hecho de que, en el plano de la religión, la "caída" y la aparición de las divinidades no implicó la imposición y universalización de relaciones estrictamente verticales. Sucede que, además de servir de consuelo a los seres humanos "caídos" que tenían dificultades para resolver sus conflictos en el mundo, las divinidades de la amplia región en cuestión eran símbolos funcionales en una tradición mística que, todavía después de la "caída", permitía la comunión de los seres humanos en la vivencia de su naturaleza común (que es también la del resto del universo). Por ejemplo, el dios Shiva era Pashupati, el señor de los animales, y en general era una representación antropomórfica de la naturaleza y no una mera deidad del "más allá"; al mismo tiempo, Shiva era un símbolo de la verdadera condición de todos los seres humanos y del universo, cuya desocultación (aletheia) la mística shivaíta tenía la función de lograr. Del mismo modo, la antigua religión preindoeuropea no parece haber explicado el origen del mundo en términos de creación por una deidad supramundana, sino de la espontánea división de un "huevo cósmico" primordial.07

Ya en 1922, en su obra The Iranians and Greeks in South Russia, Rostovtzeff08 señalaba que, por lo menos hasta finales del Calcolítico y/o la Edad del Cobre, una cultura temprana de elevada espiritualidad se extendió desde el Mediterráneo, por lo menos hasta el valle del Ganges, y que la totalidad del Antiguo Oriente tiene tras de sí esta herencia común. Ananda K. Coomaraswami escribió:09

«"Mientras más aprendemos acerca de la Edad del Cobre", dice Rostovtzeff (en su obra The Iranians and Greeks in South Russia, Oxford, 1922), "se descubre que (aquélla) es más importante. Dicha época creó brillantes centros de vida culta por todo el mundo, especialmente en el Oriente. A los centros ya conocidos, Elam, Mesopotamia y Egipto, podemos agregar ahora el Turkestán y el Cáucaso norte". Y, finalmente, el valle del Indo. Se debe resaltar también que mientras más atrás vayamos en la historia, más cerca nos encontramos de un tipo cultural común, y mientras más avanzamos, más diferenciación encontramos. En todas partes, la cultura de las edades del cobre y el bronce se caracterizaba por el matriarcado y por el culto de los poderes productivos de la naturaleza y de una diosa madre, y por un mayor desarrollo de las artes del diseño. Ahora debemos entender que una cultura temprana de este tipo se extendió una vez desde el Mediterráneo hasta el valle del Ganges, y que la totalidad del Antiguo Oriente tiene tras de sí esta herencia común.»

"Matriarcado" podría no ser el término más preciso para indicar la organización social y familiar del período que nos interesa. Riane Eisler10 ha señalado que desde el punto de vista de los sexos o géneros, la cultura de esa amplia región era del tipo que ella ha designado como "gilania" —un término que ella acuñó combinando (a través del fonema "l", que evoca la idea de conexión por ser la inicial del vocablo inglés linking) los prefijos generalmente utilizados para significar lo femenino y lo masculino: "gi" (del griego gyné) y "an" (del griego anér).11

En cambio, los kurgos o kurganes, al igual que los semitas,12 se dedicaron originalmente al pastoreo y pronto desarrollaron una tremenda afición por las riquezas de los pueblos vecinos y las mujeres que formaban parte de éstos. En consecuencia, sus dioses parecen haber tenido sobre todo la función de justificar la agresión, la dominación y el sometimiento de otros individuos, de otros pueblos y de la naturaleza en general;13 aunque los dioses de los indoeuropeos eran personificaciones de los fenómenos naturales, los mismos, al igual que los dioses de los semitas, eran sobre todo fuerzas que reproducían las características de los individuos de dicho pueblo cuya ayuda se debía invocar a fin de resolver los problemas terrenales (y en particular a fin de obtener ayuda en la guerra), aunque al mismo tiempo eran personificaciones de lo sagrado como algo que se encuentra más allá y por encima del mundo "natural". Riane Eisler escribe con respecto a los kurgos o kurganes y los semitas:14

«Lo que todos ellos tenían en común era el modelo dominador de organización social: un sistema social en el cual el dominio masculino, la violencia masculina y una estructura social generalmente jerárquica y autoritaria eran la norma. Otro rasgo común era, en contraste con las sociedades (preindoeuropeas y presemitas)... la forma en que adquirieron riqueza material: no a través del desarrollo de tecnologías de producción, sino mediante tecnologías de destrucción más efectivas.»

Con respecto a los primeros semitas, en particular, ella escribe:15

«Al igual que los (kurganes) indoeuropeos, (los primeros semitas) trajeron consigo un feroz e iracundo dios de la guerra y las montañas (Jehová o Yavé). Y gradualmente, como leemos en la Biblia, también le impusieron gran parte de su ideología y estilo de vida a los pueblos de las tierras que conquistaron.»

Aunque en India los pandits brahmanes hayan insistido en que los indoeuropeos eran originarios de los Himalaya y en que fue la etnia en cuestión la que aportó a la India sus métodos místicos de liberación interior y su elevada cultura espiritual, ya en 1957 Will Durant16 reconocería que, contrariamente a lo afirmado en las fábulas brahmánicas, los indoeuropeos que conquistaron India no fueron otros que los kurgos o kurganes: los rústicos y violentos guerreros que, a partir de una pequeña región situada entre el Norte del mar Negro y una fracción del Oeste del mar Caspio, dominaron progresivamente Europa, el Medio Oriente y, finalmente, la India. En este último territorio, dichos invasores se impusieron a pueblos eran espiritual y culturalmente superiores, como los dravidianos que habitaban el valle del Indo y los tibetobirmanos (específicamente kuchanotibetanos) establecidos en las faldas de los Himalaya, de quienes provienen los métodos de liberación interior y la elevada cultura espiritual de la India. Coomaraswamy escribe con respecto a los elementos culturales y artísticos de la India:17

«Entre los elementos de origen dravidiano (Nota de E. C.: y/o de los otros pueblos que poblaban la India para el momento de la invasión indoeuropea) se encuentran probablemente el culto del falo, de las diosas-madres, de los naga, los yaksha y otros espíritus de la naturaleza; así como muchas de las artes.18 En efecto, si reconocemos en los dravidianos a una raza sureña, y en los arios (o indoeuropeos) a una norteña, podría muy bien argüirse que la victoria de la organización monárquica sobre la tribal, la recepción gradual en la religión ortodoxa (de los arios o indoeuropeos) del culto del falo y de las diosas-madres, y la transición del simbolismo abstracto a una iconografía antropomórfica en el período de los desarrollos teísta y bhakti, marcan la victoria final de los conquistados sobre los conquistadores.»

Todos los descubrimientos y las tesis mencionadas arriba fueron sintetizados en una interesante visión de la historia universal por Mauro Ceruti y Gianluca Bocchi en Origini di storie.19 Ellos escriben:

«La tradicional historia de la filosofía se va volviendo cada vez más injustificadamente parcial, porque toma en consideración los desarrollos de una sola rama de este universo cultural: la rama occidental. Ya no hay razón alguna para perpetuar este olvido de la India. Las primeras investigaciones comparativas indican hasta qué punto el estudio del pensamiento indio (clásico y moderno) puede dilatar útilmente nuestros puntos de vista sobre la filosofía y la ciencia de Occidente...20

«...la historia de las relaciones entre la India, el Asia Menor y Europa es mucho más antigua y profunda (de lo que generalmente se ha supuesto). En Ur, en la Mesopotamia, pero también en Omán y las islas de Bahrein y de Failaka en el Golfo Pérsico, se han encontrado los mismos sellos que los mercaderes de (las ciudades dravidianas de) Harappa y de Mohenjo-daro (en el valle del Indo) utilizaban para distinguir sus mercancías, junto con cerámicas y fragmentos de collares propios de la misma civilización. Se han reconstruido las rutas comerciales que comunicaban el valle del Indo con el Oriente Medio en los tiempos de Sargón de Acadia, hacia el 2.300 a.J.C., atravesando el golfo Pérsico y la parte oriental de la península Arábiga. En una casa de Terqa, ciudad a orillas del Éufrates de algún siglo después, hasta se ha hallado un recipiente que contenía clavos de olor. Probablemente los comercios de la Mesopotamia se extendían hasta las Indias Orientales (la actual Indonesia).

«Junto con Harappa y Höyuk Zatal, las excavaciones de los arqueólogos han desenterrado consonancias y disonancias entre la India prearia, la Anatolia neolítica y el mundo de la Diosa Madre. Bajo muchos aspectos en aquellos tiempos remotos los pobladores de una extensísima área euroasiática pertenecían a un universo cultural común. En todas las regiones de la India las excavaciones arqueológicas han traído a la luz imágenes de diosas madres muy parecidas a las de sus correspondientes divinidades europeas. Y, precisamente como el culto al (dios) Shiva, también el culto de las diosas de la fecundidad y del poder generador ha sobrevivido, en territorio indio, a la edad de las grandes invasiones.

«El mundo de la diosa madre tenía preferencia por los símbolos de la energía y del desarrollo: manantiales, árboles de la vida, vasijas, vientres grávidos, cuartos de luna, semicírculos, hachas. Dos símbolos de este universo son particularmente importantes, puesto que son omnipresentes en todo el espacio cultural que va de la Europa antigua a la India prearia, a través de la Anatolia y de la Mesopotamia sumeria y protosemítica. Se trata de la espiral y la doble hélice.»21

En lo que respecta a la religión de la amplia región en cuestión, en su obra Shiva y Dionisos Alain Daniélou22 ha mostrado la identidad entre el Shiva dravidiano, quien había sido eje de un culto fálico y de una mística celebradora del cuerpo y sus impulsos, y el Dionisos minoico (quienes resucitarían respectivamente en India y Grecia una vez que los pueblos conquistados civilizaran en cierta medida a los invasores indoeuropeos),23 y ha querido demostrar también la identidad entre estas dos deidades y el Osiris egipcio. Por su parte, quien esto escribe ha subrayado en distintas obras la identidad entre dos dioses que coinciden, tanto en su carácter hermafrodita como en su carácter de símbolos del espaciotiempo y la cognitividad indivisos: el Shiva dravidiano, uno de cuyos aspectos es Mahakala o "tiempo total", y el dios persa preindoeuropeo Zurván, quien personifica el tiempo y el espacio totales.

También en lo que respecta a las deidades femeninas, Daniélou ha mostrado la identidad de un amplio número de figuras de la India, el Medio Oriente y la totalidad de Europa, durante el neolítico, el calcolítico y la edad del cobre, y por lo menos hasta la invasión indoeuropea. Y, tal como sucedió con Dionisos en Grecia y con Shiva en India, muchas de dichas deidades se colaron en los panteones desarrollados por los indoeuropeos en los pueblos por ellos colonizados.

Los cultos de la fecundidad y del poder generador de lo femenino, por una parte, y del Shiva-lingam o falo de Shiva, por la otra, son índices de una religiosidad que, estando libre del dualismo que opone la mente a la materia, no podría hacer que la primera reprimiese o despreciase el cuerpo con sus impulsos y pasiones. De hecho, las versiones hinduistas del tantrismo que afloró en el mal llamado "Medioevo de la India" —el cual recurría a la relación erótica como vía a la comunión en la vivencia de la naturaleza común de todos los seres humanos y de todo el universo— eran todas shivaítas y parecen haber representado un resurgimiento parcial de las tradiciones preindoeuropeas.24

Tal como la agresiva y vertical actitud de los indoeuropeos y los semitas, representada por la espada, es indisociable del substancialismo y el dualismo de dichos pueblos, la buena vecindad preindoeuropea y presemítica, ilustrada por el cáliz, sólo puede haber resultado de la comunión que este último símbolo representa y que consiste en la vivencia de la naturaleza común de los dos lados del ilusorio dualismo mente-materia y de la aparente multiplicidad de almas y cuerpos (animados o no). Puesto que esta vivencia es el objetivo del misticismo no-dualista y no-substancialista que hoy en día atribuimos a las formas supremas de la religiosidad de la India, está claro que dicho misticismo debe ser de origen preindoeuropeo. En cambio, la religiosidad y la visión del mundo de los indoeuropeos tuvo como base un dualismo substancialista contrario a las doctrinas de los sistemas que actualmente consideramos como manifestaciones supremas de la religiosidad de la India.

De lo anterior también se sigue que las doctrinas que se presentan a sí mismas como no-dualistas, pero que implican represión de las pasiones y los impulsos vitales del organismo, no son plena y genuinamente no-dualistas, pues han sido contaminadas por el falso dualismo mente-cuerpo y por el antisomatismo que de él se deriva: ellas implican un dualismo moral en el cual esa parte del todo que es la conciencia humana rechaza esa otra parte del todo constituida por los impulsos vitales y las pasiones, a los que desprecia y considera negativos —y, como hemos visto, en la medida en que todo rechazo implica necesariamente la creencia en la existencia de algo ajeno a quien rechaza, este dualismo moral implica a su vez un dualismo ontológico, que tarde o temprano terminará por desarrollarse.25

Las doctrinas genuinamente no-dualistas de las antiguas tradiciones espirituales que nos conciernen habrían comprendido lo que los tibetanos designan como dzogchén26 (que en el budismo tibetano antiguo constituye el vehículo supremo, llamado atiyana o "vehículo primordial"), así como lo que, en base al término sánscrito tantra, se ha designado como tantrismo (lo cual en el budismo, que es donde a juicio de este autor ello se encuentra en su forma más pura, se conoce como vajrayana o "vehículo inmutable e indestructible"). El dzogchén, en particular, constituye la esencia misma de la antigua tradición y, tal como lo afirma el budismo tibetano antiguo o ñingmapa, es el vehículo más directo para permitir al individuo establecerse definitivamente en la patencia de la condición primordial caracterizada por la no-dualidad y la insubstancialidad.

Como lo han mostrado los estudios del maestro espiritual e investigador tibetano Chöguiel Namkhai Norbu Rinpoché, antes de la aparición del dzogchén budista la tradición espiritual indígena del Tíbet, conocida como bön, tuvo su propio dzogchén, conocido como la "transmisión oral del Zhang-zhung" y reintroducido alrededor del año 1800 a.C. por el tönpa Shenrab Miwoche. Sin embargo, este último era muy rudimentario en comparación con el dzogchén budista introducido más adelante por el tönpa Garab Dorlle, cuyas enseñanzas se hicieron con el pasar del tiempo todavía más sofisticadas y poderosas gracias a la incorporación de las instrucciones extraídas de su propia práctica por sucesivas generaciones de grandes adeptos, y fueron renovadas por las revelaciones de múltiples tertön o "reveladores de tesoros espirituales (terma)".27

Aunque Giuseppe Tucci ha afirmado que el dzogchén bönpo tomó sus enseñanzas del shivaísmo de Cachemira,28 como bien ha señalado el maestro Namkhai Norbu Rinpoché, lo cierto es todo lo contrario, pues es la historia del shivaísmo la que afirma que su doctrina se originó en el Kailash, morada del dios Shiva, el cual se encuentra en el interior del Tíbet y adonde cada año centenares de shivaítas efectúan peregrinajes. En cambio, la "transmisión oral del dzogchén de Zhang-zhung" no afirma que la morada de sus maestros o deidades se haya encontrado fuera del territorio tibetano; por el contrario, fue en esa misma región del Monte Kailash donde transmitió sus enseñanzas Shenrab Miwoche. Como ya se ha señalado y como lo reconoció el mismo Tucci,29 dicha región fue un centro de convergencia e irradiación para tradiciones de distintos países: el shivaísmo de la India, el zurvanismo persa (o sea, la tradición prearia del actual Irán, el actual Afganistán y las actuales repúblicas exsoviéticas que colindan con estos países), el taoísmo chino y, más adelante, tradiciones esotéricas que se desarrollaron en el seno del islam tales como el ismaelismo (y según se infiere de fuentes del sufismo khajagan o naqsbandi, también esta última tradición).

De hecho, los textos más antiguos del bön afirman que Shenrab Miwoche tuvo importantes discípulos en Persia, Sumpa, India, China y Trom,30 lo cual podría muy bien significar que la enseñanza dzogchén de la transmisión oral del Zhang-zhung se infiltró —al menos parcialmente— en el shivaísmo,31 en el zurvanismo32 y en el taoísmo.33 A su vez, textos más recientes del bön parecen sugerir que las enseñanzas dzogchén puedan haberse infiltrado también en el ismaelismo34 (y, como acabamos de ver, según se infiere de otras fuentes, podrían haberlo hecho también en alguna tradición sufí).35

La tradición espiritual bön,36 que imperó en la zona del monte Kailash, parece haber prevalecido por lo menos desde el valle de Kabul en Afganistán, a través de toda la región kuchanotibetana (incluyendo el norte del actual Pakistán y la Cachemira india), hasta la región cuyo centro era el monte Kailash —y, más al norte, quizás incluso hasta el Turkestán oriental.

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