La destrucción del orden medioeval en Europa: nuevos desarrollos de la ocultación y la desocultación


Ya se señaló que la Reforma implicó una exacerbación de los dualismos; esta transformación estuvo íntimamente relacionada con el hecho de que, como ha señalado Erich Fromm,61 los reformadores hayan impulsado el retorno a una mentalidad y una actitud de corte patriarcal similar a la que había imperado entre los hebreos (actitud que, como he señalado en el libro Individuo, sociedad, ecosistema,62 impulsaría el proyecto de dominio de la naturaleza), eliminando los elementos femeninos que había incorporado la religión católica.

Cabe señalar también que, puesto que la Iglesia católica condenaba el afán de enriquecimiento personal, el proyecto secular de dominio de la naturaleza por medio del "progreso" y de enriquecimiento personal a ultranza no podría desarrollarse hasta que la Reforma de Lutero no introdujese nuevos elementos doctrinales. Es bien sabido que según Max Weber el desarrollo de la mentalidad capitalista estuvo relacionado con la aparición de la idea de que los fieles tenían una misión terrenal y la obligación moral de cumplir el propio deber en los asuntos mundanos, introducidos por Lutero y la Reforma. Los puritanos, en particular, consideraron la actividad mundana y las recompensas materiales que resultaban del trabajo industrioso como signo de predestinación divina. Puesto que los puritanos sólo permitían un consumo frugal, su doctrina sancionaba la acumulación de riqueza, siempre y cuando ésta estuviese combinada con una carrera industriosa. Por esto, según Weber, los valores y motivaciones religiosos del calvinismo aportaron el impulso y la energía para el rápido desarrollo del capitalismo.

Una condición de lo anterior y, en general, de la obliteración de todos los valores que hasta entonces habían caracterizado a la religión cristiana, fue la división por Lutero del continuo de la vida en dos campos separados e independientes: el reino celestial, en el cual la razón no constituía un criterio válido, y el reino terrenal, en el cual la prostituta del Diablo —como Lutero llamó a la razón— representaba el criterio de la verdad y la guía de la acción. Con ello el hombre que aborrecía la razón le dio a ésta un campo que podía regir de forma autónoma, sin depender de la religión. Por otra parte, con la primera dieta de Speyer encargó a los príncipes territoriales la responsabilidad de conducir la Reforma, poniendo en cierta medida el reino celestial bajo el dominio del terrenal. Dotada de un campo privado que regir de acuerdo con su propio criterio y teniendo la posibilidad de invadir, por medio de la influencia de los príncipes, el reino que debería permanecer fuera de su ámbito, la razón fue extendiendo su reino a todos los campos, hasta usurpar el mando en el reino celestial que le estaba vedado.

Aunque por un lado es sumamente positivo que la Reforma haya referido a los seres humanos a su propia conciencia para la interpretación de las Escrituras y la toma de decisiones morales, con ello promovió la actitud individualista propia de fines de la Era de la Oscuridad. Y, lo que es aún más importante (y que tiene mucho más que ver con el plano del arte y de la estética, que es el tema de este libro), como señaló Aldous Huxley:63

«Los protestantes desaprobaban la experiencia visionaria y le atribuían una virtud mágica a la palabra impresa. En una iglesia con ventanas transparentes (en vez de vitrales extatogénicos) los fieles podían leer sus Biblias y libros de oración y no se sentían tentados a escapar del sermón hacia el otro mundo (de la experiencia visionaria).»

 

Aboliendo todos los elementos extatogénicos de la liturgia, la Reforma hizo lo posible por impedir que los seres humanos mantuvieran aunque fuera un mínimo contacto con una realidad superior a la de su propia razón lineal y aparentemente separada. En consecuencia, fue muy fácil para éstos negar más adelante la existencia misma de una realidad superior cuyo orden debiera ser respetado, e intentar imponer al mundo el orden que concebía su propia razón lineal y fragmentaria.

Ahora bien, incluso antes de que se negase abiertamente la existencia de una realidad y un orden superiores a los que percibe y concibe el intelecto lineal y fragmentario, la interpretación dualista de las enseñanzas judeocristianas común a católicos y protestantes había probado su idoneidad para sustentar las ideologías desarrollistas de progreso técnico y dominio de la naturaleza producidas por los aprendices de brujo que dieron vida al Gólem tecnológico. Francis Bacon escribió en su obra de 1603 El nacimiento masculino del tiempo, o la gran instauración del dominio del hombre sobre el universo:64

«Vengo en verdad trayendo a vosotros la Naturaleza con todos sus hijos, para sujetarla a vuestro servicio y hacerla vuestra esclava... de modo que pueda realizar mi único deseo terrenal, que es el de estirar los límites deplorablemente estrechos del dominio del hombre sobre el universo a sus fronteras prometidas.»

Lo mismo sucedió, quizás de manera aun más notoria, con la ideología que, en la primera mitad del siglo XVII, desarrolló René Descartes (a quien Heidegger llamó "el padre de la bomba atómica"). Según Descartes, en el universo había dos sustancias creadas,65 que eran la res cogitans o "cosa pensante" (la conciencia entendida como sustancia no espacial) y la res extensa o "cosa extensa" (el universo físico entendido como sustancia espacial, que comprendía las pasiones). La primera debía someter a la segunda, y —para expresarlo en términos de la famosa frase del ilustre pensador francés— "el hombre debía ser amo y señor de la naturaleza". Así, pues, la vieja relación instrumental de la interpretación popular de las enseñanzas judeocristianas había sido modificada para servir de base al nuevo proyecto científico-tecnológico que sería adoptado por la burguesía emergente en su lucha por el poder.

Esta ideología implicaba, no sólo que los seres humanos deberían relacionarse instrumentalmente con su medio ambiente y, por medio de la ciencia y la tecnología, habrían de dominarlo y someterlo a sus designios, sino también que las relaciones internas de los individuos deberían ser instrumentales y de dominio. En términos del esquema freudiano, el "superyó" debía controlar al "ello" a fin de producir y mantener un "yo" bien adaptado capaz de controlar en la medida de lo posible las pasiones y los instintos que lo afectaban; en otras palabras, los mecanismos "subconscientes" debían permitir en la medida de lo posible al "consciente" controlar el "inconsciente", impidiendo que los "impulsos" asociados a este último dirigiesen la conducta del individuo, haciéndolo traicionar sus aspiraciones, ideales y objetivos "conscientes". En términos sartreanos, diríamos más bien que, por medio del autoengaño o "mala fe", la conciencia debía darse a sí misma la impresión de que las pasiones eran algo ajeno a ella que la afectaba y de que, por medio de una lucha tenaz, ella lograba un cierto grado de dominio sobre aquéllas.66

La amalgama de todo lo anterior podría haber influido de manera determinante en la decadencia del arte europeo. Si tomamos la pintura como un indicador de la evolución del arte occidental, tendremos que concluir que, a partir de Rafael y hasta la irrupción del arte de las artes de ruptura del siglo XIX (en particular, el Impresionismo y el Prerrafaelismo), buena parte del arte Occidental no hizo más que imitar la naturaleza y las producciones de la técnica. Ahora bien, como señaló Gregory Bateson, "sin embargo lo hermoso persiste": durante el período en cuestión aparecieron grandes obras de arte visionario y primordial, entre las cuales quiero subrayar las grandes pinturas de El Greco, ciertas obras de Rembrandt, así como otras de Goya y Delacroix, las pinturas de William Blake y el resto de las obras que todavía me impulsan a visitar, en los grandes museos de Europa, las colecciones de arte del período en cuestión.

Los pintores revolucionarios del siglo XIX y muchos de pintores del siglo XX lograron devolverle su valor poiético a la pintura, pero luego la trivialización de la actividad artística por la búsqueda de la novedad como tal y la implantación de modas a las que todos debían adaptarse ocultó en mucho mayor medida el tao o lógos. Como ya vimos, esto produjo una decadencia creciente que en muchos casos hizo pasar por logro de originalidad poiética lo que no era más que banalidad, falta de inspiración y sed de notoriedad.

En gran medida y durante largo tiempo en Occidente, el arte dejó de ser un activador de la experiencia visionaria y un mapa del Sendero de Iluminación, y —como ya hemos visto— luego fue en gran parte reducido a un medio para obtener fama y dinero a través de la adaptación a modas huecas que constituyen la muerte del arte verdadero. Sin embargo, en varias civilizaciones Orientales, las tradiciones indígenas de sabiduría mantuvieron viva la verdadera naturaleza del arte y, cada una a su manera, siguieron produciendo obras maestras con el poder de alterar profundamente la experiencia humana y de servir fundamentalmente como una ayuda en el Sendero de Despertar o Iluminación.

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