Transitoriedad de Hoy, Evidencia de Mañana
Los salones y las llamadas bienales de arte, que constituyen habitualmente los medios de comunicación natural de las artes plásticas, ofrecen en nuestro país, en la actualidad, un marco de verificación muy diferente al que conocimos los artistas y críticos de la década de los sesenta. Por supuesto que es un marco problemático en el cual se inserta también la vieja preocupación acerca de si llenan aún los salones una función o si debe suprimírselos, tal como la crisis permanente de los lenguajes artísticos aconseja; si deben ser sustituidos por otras formas de estímulo y competencia.
Por lo pronto, se observa entre nosotros un hecho positivo que aboga por la continuidad de este antiguo instrumento de promoción que son los salones. Se trata de una especie de descentralización del poder que viene a proporcionar a las ciudades de provincia un rol protagónico nunca antes conocido, no sólo en materia de productividad, sino también de escenario y expectativas. Hasta hace poco el centro vector para cuantos significara promoción, distribución y valoración de las artes plásticas se hallaba concentrado en la capital del país. Desde Caracas partían las directrices, se programaba y se oficiaba todo aquello que era presentado como objeto de consumo a la provincia sin darle mayor importancia o privando de su razón de ser a lo que cada región podía aportar de suyo. Se buscaba con la cultura, incluídos los salones de arte, confirmar lo que la metrópoli ya había aprobado.
Los desplazamientos culturales hacia la provincia eran siempre una manera de ejercer y proyectar el poder central.
Pero, lamentablemente, a partir de 1980, ocurre que estamos presenciando una dispersión de los focos de interés cultural que comienza a alimentarse de las ofertas generadas por manifestaciones que, como en el caso de los salones, tenía en principio como propósito confrontar experiencias y voluntades a un nivel sólo regional. Algunas ciudades del país que venían sirviendo de asiento a tradiciones locales y donde trabajaban artistas que iban ganando más y más terreno del reservado a los creadores de la capital, se desarrollaron urbanísticamente produciendo a la par condiciones para la creatividad que era, por un lado, más cosmopolitas respecto al resto del país y, por otro, más autónomas respecto a la hegemonía de la capital. Es así como han venido formándose polos de atracción en ciudades que, coincidencialmente, se encuentran demasiado separadas geográficamente entre sí como para interferir, rivalizar y colindar en sus actividades. Esos polos de atracción han evolucionado con el crecimiento urbano y poblacional arrastrando tras sí una conciencia artística representada por mayores niveles de conocimiento, de exigencia y profesionalismo que los que podía ofrecer la museología de los años setenta.
De hecho, no queremos decir que nos aproximamos a un plano ideal y competente en las relaciones de productividad y difusión artísticas tal como éstas relaciones son asumidas desde la provincia. Pero se va por buen camino en el marco de lo que se puede entender como un espíritu renovador, desplazado de la capital, que tiene a ciertas ciudades como Maracaibo, Barquisimeto, Ciudad Bolívar, Cumaná y, últimamente Mérida, nuevos centros de actividad viva que se hace necesario tener en cuenta. Es en este contexto, considerando la urgencia de crear otras reglas de juego para la provincia, donde precisa entender esa situación nueva en la cual se inscribe un evento recapitulador como la Primera Bienal Nacional de Artes Plásticas de Mérida. No nos resulta fácil prever el éxito de una empresa planteada sobre bases tan ambiciosas (como es el caso de esta bienal) sin tratar de clarificar el reto que implica su realización tras vencer sus organizadores los innumerables problemas que han debido afrontar cuando decidieron imprimirles a sus bases una escala y una perspectiva que supera, conceptual y físicamente, todo lo que en materia de salones se había hecho hasta ahora en el interior del país. El reto que esta bienal encara consiste en plantarse no sólo como una confrontación, sino como una reflexión sobre los movimientos artísticos que han ocupado la última década y que, por consiguiente, se hayan comprometidos con la crisis misma que están viviendo los salones, en el curso de una operación que involucra por igual a creadores, críticos, marchands, galerías, organizadores, instituciones promotoras mismas.
Es encomiable, por otra parte, que la Bienal de Mérida haya inscrito entre sus objetivos el servir de plataforma de apoyo al crecimiento del Museo de Arte de la ciudad, mediante el recurso de trasladar a las colecciones de esta institución las obras que se hayan hecho merecedoras de la premiación más generosa en montos económicos de que se tenga Conocimiento en la historia de nuestros salones, al recurso atribuye a la Bienal de Mérida una función integradora que rescata frente al carácter efímero y pasivo del salón tradicional un sentido trascendente vinculado estrechamente a la vida, la cultura y él destino, de la ciudad.
Para el porvenir del arte toda confrontación que promete el ejercicio constructivo de ¡a crítica es un hecho suficientemente estimulante como para no brindarle apoyo. La Bienal de Mérida puede proporcionarle al amplio sector de las artes plásticas una buena noticia si de sus resultados pueden extraerse conclusiones operativas susceptibles de aplicarse a toda la estructura difusora del arte. Si estas conclusiones son también satisfactorias para la ciudad sede, en vías de transformarse, gracias a los propósitos de este evento, en un centro artístico internacional, entonces podría esperarse de ella que los resultados transitorios de hoy se conviertan en las evidencias de mañana.
Juan Calzadilla