Marco Conceptual

En consideración al escenario expuesto el Ministerio de Ciencia y Tecnología decidió impulsar operaciones que apunten al diagnóstico más integral posible de la gestión del riesgo, para proceder al diseño de herramientas científico tecnológicas que permitan mejorarla.

Para iniciar esta labor se ha  visto la conveniencia de entender al riesgo como un problema de gestión política y clasificar las acciones que pueden ser adoptadas en función del mismo. En este sentido se ha catalogado la gestión del riesgo en tres grandes vertientes:

a.- Gestión de emergencias:

Comprende un conjunto de actividades dirigidas a atender aquellos eventos adversos que, sin embargo,  ocurren de modo cotidiano en nuestras ciudades (accidentes de tránsito, emergencias médicas, incendios, etc.). La gestión de emergencias se vuelca hacia la conformación y mantenimiento de un aparato institucional que es representado por los organismos bomberiles, grupos de rescate, e instituciones afines que, en su conjunto, conforman la capacidad de respuesta que tiene una comunidad para atender todas aquellas situaciones cotidianas y no deseadas que en ella se suscitan.

b.- Gestión de desastres:

Algunos eventos adversos extraordinarios, a los que también estamos expuestos, se caracterizan por exceder la capacidad de respuesta de los sistemas de gestión de emergencias, lo cual los convierte en desastres que tienden a producir bastos y prolongados efectos en los grupos humanos. Ante estas circunstancias excepcionales, la gestión de emergencias no es suficiente y se hace necesaria una respuesta coordinada y coherente que involucre activamente tanto a instituciones no vinculadas directamente en la atención de emergencias (ejército, transporte, sistema de salud, atención médica, universidades, bancos, comercios, etc., etc.), como a la población en general.

La clave para el logro de esta respuesta coordinada pareciera centrarse en la existencia de una postura social e institucional en la que el conocimiento de las amenazas, el manejo de los elementos técnicos que nos permitan mitigar los riesgos y el nivel de preparación que nos permita optimizar la respuesta a la hora de un desastre, se conformen en parte de nuestra cultura,[1] y este objetivo amerita la existencia de programas permanentes orientados tanto a conocer y divulgar los escenarios de riesgo a que estamos expuestos, como a formar a las personas e instituciones para que aprendan a convivir con los mismos.

c.- Gestión de sociedad de riesgos:

Las fuentes de la vulnerabilidad se asocian a la existencia de prácticas de urbanización, producción, consumo, vivienda, políticas de desarrollos, etc., divorciadas del contexto ambiental e ignorantes del riesgo que las mismas implican. Sin embargo, antes de descargar toda la responsabilidad del riesgo en el individuo que construye en un terreno precario, una casa precaria, es necesario considerar una serie de circunstancias económicas, sociales, culturales, idiosincrásicas, educativas, etc. que aparecen en el marco del modelo de desarrollo que nos caracteriza y que, de distintos modos, propician la existencia de estas prácticas.

¿Cómo hacer para que un individuo no ejecute acciones que incrementen su nivel de vulnerabilidad?, ¿Cómo hacer para que no habite en el rancho que esta a punto de colapsar y se vaya a vivir en una zona más segura?. Las respuestas a estas interrogantes son complejas. Lo mas probable es que ese ciudadano habite en tales circunstancias por carecer de los medios o educación que le permitan acceder a una fuente de trabajo y a una vida mas digna en un lugar más seguro.

Todas estas carencias son también vulnerabilidades, pero son vulnerabilidades difíciles de cambiar en el corto y mediano plazo y que, en caso de poder ser intervenidas, competirían a ámbitos que están totalmente fuera del alcance de una organización nacional o regional destinada a la gestión de los desastres.

Las vulnerabilidades a que nos referimos ameritan eliminar la pobreza, acabar con la marginalidad, elevar el nivel educativo de la población, invertir el proceso de migración urbana, etc., labores que sin duda harán a nuestra sociedad mucho mas segura en el futuro, pero que por ahora parecieran conformar valores en nuestra ecuación del riesgo, que estamos forzados a asumir como constantes restrictivas.

La importancia de entender estos tres modos de gestión del riesgo es fundamental a la hora de invertir esfuerzos en programas destinados a reducir el impacto de los desastres en nuestras sociedades. El punto critico está que dentro del marco de la gestión de riesgos existe un número casi ilimitado de propuesta de intervención justificable desde algún punto de vista particular como un elemento que redundara, en la disminución de los niveles de vulnerabilidad.

 A fin de acotar el problema, creemos fundamental entender que la prioridad de una política dirigida a reducir los efectos de los desastres debe estar primordialmente orientada hacia lo que definimos como GESTIÓN DE DESASTRES. La compra de ambulancias, equipos de rescate, hospitales de campaña, etc., aún cuando mejoran las capacidades locales de respuesta, constituyen acciones que refuerzan la GESTIÓN DE EMERGENCIAS y obvian la gestión de desastres como problema central; por otra parte, el desarrollo de actividades destinadas a consolidar una adecuada gestión de sociedad de riesgos, aun cuando consideramos que es la solución de fondo para el problema, no es una vía que permite resultados a corto ni mediano plazo y, por otro lado, es un ámbito que se escapa al de una política de reducción de desastres y pasa al ámbito de lo que somos como país.



[1] Una cultura preventiva frente al riesgo y los desastres pretende propiciar una conducta similar a la que hoy  mantenemos con relación a la amenaza de la delincuencia. Ante el riego de ser asesinados, robados o hurtados mantenemos una conducta preventiva (aseguramos nuestros bienes, colocamos protección en nuestras casas, evitamos callejones obscuros, solitarios, evaluamos escenarios de peligro, etc.), sin que por ello asumamos una postura neurótica y amarga que imposibilite vivir plenamente el día a día.