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Historiografía del Arte Venezolano

6 bytes añadidos, 17:59 23 nov 2015
Diccionario de Artistas Venezolanos
En esta bibliografía faltaba, sin embargo, un cuerpo de noticias referidas a nuestros artistas y presentando con carácter de diccionario o guía de información abreviada para un vasto público. Si exceptuamos el trabajo preliminar sobre la materia redactado para el apéndice del libro ya mencionado, El Arte en Venezuela, no tenemos noticias de la existencia de un trabajo de la extensión y la importancia del que presentamos aquí.
 
Es evidente que la carencia de un diccionario de artistas se debía no tanto a la falta de interés editorial como al hecho de que no se disponía de información básica sobre buen número de artistas que trabajaron durante el siglo pasado y a comienzos del presente, y acerca de los cuales se ignoraba, en muchos casos, hasta el año de su nacimiento. Actualmente la crítica se encuentra mejor capacitada para llenar esas lagunas, gracias al interés que existe hoy por la investigación histórica relacionada con las artes plásticas. No es menos cierto el hecho de que hay artistas venezolanos cuya biografía ha podido ser establecida, a pesar de que de ellos sólo hayan llegado hasta nosotros una o dos obras de toda su producción, como sucede, por ejemplo, con Antonio José Carranza o, para citar uno de los casos más dramáticos, con Carmelo Fernández, autor de unas memorias que no contienen casi ninguna alusión a sus actividades artísticas y de quien no se han conservado pinturas al óleo, o sea, obras mayores. En otros casos, veremos que algunos autores, al resumir la biografía de nuestros pintores, se limitaban a consignar datos falsos tomados de otros autores, sin cuidarse de verificarlos. Trabajar con la información biográfica suministrada por otros autores es un recurso al que acude con frecuencia el crítico que se ve precisado a utilizar los métodos del investigador histórico, ya que su objetivo lo constituye el análisis y la valorización de las obras.
 
Tanto como en el diario o la revista, y a veces aún más, el catálogo es un testimonio de gran prevalencia en la cultura artística de hoy. Se supone que contiene toda la información precisa de interés para el público de una exposición y la relacionada con el autor y la obra.
En este sentido el catálogo es una modalidad de monografía sintética en donde podrá encontrarse, basicamente, un curriculum vitae, ilustraciones de la obra, y, cuando es posible, un breve o extenso (según la importancia de la exposición) comentario o análisis de la trayectoria o de una etapa del artista. La evolución del catálogo da idea del grado de avance de los medios de información que se emplean en el moderno arte. A fines del siglo, para referirnos a Venezuela, el catálogo o programa consistía en una sencilla hoja impresa por un lado con la lista numerada de las obras que se exhibían. Este patrón no varió en las primeras décadas del siglo XX, a despecho de que entre 1919 y 1930 se experimentó en Caracas un notable auge artístico. Pero después de 1940, sobre todo a raíz de la creación del Museo de Bellas Artes en 1938, los catálogos comienzan a ser objeto de interés para críticos y coleccionistas. La década del cincuenta establece los patrones de catálogo exhaustivo tal como lo practicamos hoy en día. Se ha dicho así que vivimos en la cultura del catálogo y, en lo que compete al arte, esto es en gran medida una verdad. De cualquier modo, nos interesa decir aquí que los catálogos ─desde la hoja impresa hasta el lujoso libro publicado para servir de marco a una exposición─ han sido un elemento de consulta indispensable sin el cual hubiera sido mucho más difícil la tarea de elaborar para este Diccionario las fichas correspondientes al período más reciente del arte venezolano.
3. ===Siglos XIX y XX===
Los diversos intentos hechos hasta ahora para abarcar históricamente, en libros y las monografías, el desarrollo de las artes plásticas en Venezuela, habían dejado de lado, como hemos dicho, la redacción de un diccionario de artistas para el cual la bibliografía ofrece ya abundante información. Esta misma carencia justifica la publicación de un trabajo como el que aquí se entrega, en un momento en que, después del creativo período de los últimos cincuenta años, el hecho de comprender y explicar se ha vuelto más urgente que realizar. De allí que, con seguridad, este Diccionario de Artistas vendría a llenar el papel que sus especiales características le confieren en aquel campo en que se hace más perentorio disponer de trabajos de su naturaleza: la pedagogía.
Encargada como le fue la comisión especialmente nombrada por el INCIBA para redactarla, es la obra de un equipo de personas que trabajó por el espacio de casi dos años, para darle término. De ningún modo fue tarea fácil. Dado que el proyecto inicial aconsejaba la inclusión de los artistas de la actualidad necesariamente hubo que basar gran parte de la información en testimonios personales suministrados por los propios artistas, aún en los casos en que había literatura impresa, como libros y notas de periódicos, sobre ellos. La práctica nos dice que hay que desconfiar incluso de los datos impresos, por lo cual se hace imprescindible confrontar y verificar a cada momento la información de que se dispone.
 
Uno de los primeros problemas surgidos, al comenzar su trabajo la Comisión, fue si debía estar incluida en el Diccionario la parte relativa a la Colonia. Es obvio que el carácter anónimo prevaleciente en la producción artística colonial deja por sentado el hecho de que el arte de ese período tuvo un marcado sentido colectivo.
Pensando que la meta para tratar el periodo colonial debía ser distinta al propósito de reunir una colección de biografías, se prefirió hacer omisión de esta vasta e importante etapa del arte nacional en beneficio de un tratado que estuviese consagrado, por lo menos en su primer volumen, a los artistas de los siglos XIX y XX. Así se hizo. Salta a la vista que con la Independencia del país aparece netamente definida la individualidad artística, como eje de la obra, en tanto que las motivaciones, no encontrando ya un sostén en la fe religiosa, resultan predominantemente civiles e históricas. Antes de este periodo, es decir, durante la Colonia, importan las escuelas, los artesanos y gremios, no los artistas en función de tales. La centuria pasada es a las nacionalidades latinoamericanas lo que, en arte, el siglo XV es a Italia.
Sin embargo, el siglo XIX no ofrece siempre continuidad histórica en materia de arte. Los primeros cincuenta años se pierden en tanteo, como correspondía a un período oscuro y tumultuoso de nuestra historia civil. Aunque el panorama político, con su secuela de revoluciones, no varía en los próximos cincuenta años, podemos al menos hablar de artistas y estilos, lo cual ocurre por primera vez en nuestra historia después de 1850. Se comprende que el país se enrumba hacia el establecimiento de una tradición artística desde 1869 aproximadamente, cuando Tovar y Tovar daba lecciones de pintura en la Academia de Pintura de Caracas, y comenzaba a destacarse un grupo de grabadores, dibujantes e ilustradores de valía. Las últimas tres décadas del siglo XIX son suficientemente conocidas y pertenecen a la época moderna. No obstante, surge un inconveniente relativo al conocimiento de varios artistas meritorios, de obligada mención en nuestra historia plástica, pero de los cuales nos han llegado tan escasas noticias como obras. En tal sentido gran parte de nuestra información sobre un período que va desde 1850 a 1900 ─dejando de lado, nombres como los de Tovar y Tovar, Herrera del Toro, Cristóbal Rojas, Michelena y otros─ se ve constreñida a apoyarse en fuentes puramente históricas o referenciales, dado que carecemos de suficientes testimonios relacionados con más o menos una veintena de pintores. Los libros de Don Ramón de la Plaza, a falta de textos más autorizados, han sido materiales de consulta obligada. Fue particularmente importante el trabajo desarrollado por un grupo de artistas extranjeros a lo largo de todo el siglo XIX. Dadas las condiciones del país, en el que faltaban centros de enseñanza y tradición, la obra de estos artistas allegados debió contribuir en cierta medida a crear un ambiente favorable a la creación y al gusto por la conservación de las obras de arte. Con la sola excepción de Camille Pissarro, que estuvo en Venezuela en 1852, se trató de artista menores, generalmente aficionados a las ciencias naturales o de tránsito en el país donde trataban de ganarse la vida como retratistas o profesores de pintura. Algunos, como Lewis Adams, arraigaron en Venezuela; otros sin quererlo, le hicieron al país un gran daño, como James Mudie Spence, quien llevó consigo a Inglaterra una notable colección de obras que había logrado reunir durante su permanencia en Caracas y exhibida en esta misma cuidad en 1872. Esta colección desapareció completamente.
 
El siglo XX, por supuesto, presenta menos problemas, si bien existen algunas lagunas, difíciles de llenar; en las dos primeras décadas, cuando aún la pintura era oficio demasiado heroico y abnegado y la escultura casi no existía. En más de un caso nos encontramos con artistas cuya obra, como sucede normalmente en el siglo XIX, ha desaparecido casi íntegramente. La información ha de basarse, también aquí en la literatura. No ocurre lo mismo de 1930 en adelante, el período más fértil de nuestra historia, cuando la tradición de estilos, movimientos y grupos no sólo se asienta, sino para lograr articularse coherentemente para ofrecer una evolución sostenida, por la vía de una creciente internacionalización de las búsquedas.
Era necesario, por último, aplicar para la redacción del Diccionario de Artistas un criterio objetivo, vista la naturaleza del propósito. Las fichas, en cada caso, debían resumir el mayor número de datos importantes relacionados con la obra y las actividades, privadas o públicas del artista, en la forma siguiente, tal como se ha hecho:
Revisión: Juan calzadilla
Coordinación general: Fanny B. De Llerandi
 
 
==Presentación y justificación==

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