El artista ante su tela. Picasso

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Picasso.

Pablo Neruda.

 

En Vallauris en cada casa

tienen un prisionero.

Es el mismo siempre.

Es el humo.

A veces lo vigilan

padres de cejas blancas,

muchachas de color de avena.

 

Cuando tú pasas

notas que los guardianes

del humo

se han dormido,

y por los techos, entre vasijas rotas,

una conversación azul

entre el cielo y el humo.

 

Pero en el sitio donde trabaja

en libertad el fuego,

y el humo es una rosa de alquitrán

que ha teñido de negro las paredes,

allí Picasso,

entre las líneas y el infierno,

con su pan de barro,

cociéndolo,

puliéndolo, rompiéndolo

hasta que el barro se ha vuelto cintura,

pétalo de sirena,

guitarra de oro húmedo.

Y entonces con un pincel lo lame,

y el océano viene

o la vendimia.

El barro entrega su racimo oculto

y al fin inmoviliza su cadera calcárea.

Después Picasso vuelve a su taller.

 

Los pequeños centauros que lo esperan

crecen, galopan.

El silencio ha nacido

en las ubres

de la cabra de hierro.

Y otra vez Picasso en su gruta

entre o sale dejando

paredes arañadas,

estalactitas rojas

o huellas genitales.

 

Y durante las horas que siguen

habla con el barbero.

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"Yo no elijo consciente mente la forma, la forma se elige ella sola, dentro de mí"

Wassily Kandinsky.

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