Visión estética de Aristóteles en la “moral a Eudemo”
Ana Soto
Introducción
En ningún texto aristotélico se presenta de manera explícita su concepción y percepción de belleza. No obstante, a partir del estudio detenido de algunas de sus obras se puede inferir su opinión sobre dicho tema, y eso es lo que se pretende en la presente investigación, a saber, acercarse a la teoría estética implícita en la obra Moral a Eudemo.
Aristóteles plantea en Moral a Eudemo lo que él considera son los principios que deben tomarse en cuenta para alcanzar el más preciado de los bienes: la felicidad. De esta manera, realiza una exploración detallada de las emociones y estados de ánimo que intervienen de diversas maneras, en el proceso de lograr ser una persona feliz.
Como es de esperarse, Aristóteles plantea que la felicidad sólo puede encontrarse junto al bien absoluto. Es bien sabido que para Aristóteles el bien absoluto es la causa final de todo lo existente, y todo ente se mueve hacia dicho final. Sólo en busca de ese bien absoluto, y estando en armonía con él, es que se puede llegar a ser realmente feliz.
Para lograr este fin, Aristóteles hace referencia a estados de ánimo que deben buscarse o evitarse y, al mismo tiempo, desarrolla temas sobre aquellas virtudes que son dignas de admiración y aquellas características humanas que son confundidas con verdaderas virtudes pero que son, en realidad, una especie de farsa o medio para conseguir un determinado fin.
La manera en la cual Aristóteles se refiere a todos estos aspectos, calificándolos a unos de bellos y a otros sólo de buenos o útiles, es lo que va a servir de punto de partida para descifrar, dentro de esa clasificación y jerarquización de las virtudes, a qué le atribuye este filósofo el don de la belleza, y qué implica este don. Es allí precisamente de donde se extrae la enorme carga de teoría estética presente en este tratado aristotélico que, como se verá, es bastante aproximada a nuestra concepción actual de belleza.
Una vez establecida la intención de la presente, se procede entonces a analizar los distintos fragmentos en los cuales se hace referencia a lo bello, para comenzar a deducir qué factores son los que para Aristóteles, determinan dicha belleza.
Lo bello como aquello que es bueno por si mismo
En Aristóteles, la belleza se vincula a lo bueno y al placer. Lo bueno, como ya hemos señalado, es la causa final, y ésta es el ente absoluto al que todo se dirige. Se dice que todo lo que es bueno puede serlo de dos formas: bueno para conseguir algo determinado (así como la medicina es buena para la salud) o bueno sin un fin aparente. Es en este último caso cuando se dice que es bueno por sí mismo o de cara a sí mismo (todo aquello que nos resulta difícil determinar por qué es bueno, como por ejemplo sonreír).
Aquello que sólo es bueno de cara a un fin determinado lo es sólo mientras se busque ese fin; sin embargo, si no es el fin lo que se persigue, lo que antes era considerado bueno deja de serlo, y sólo vuelve a su condición inicial cuando nuevamente se persiguen sus resultados. Todo esto quiere decir que la cualidad de bueno de este tipo de cosas es relativa, y por lo tanto no es absoluta y esto la aleja un poco de la causa final, de lo verdaderamente bueno.
Entre éstas cosas están el dinero, el poder, la gloria; Aristóteles las denomina “naturalmente buenas” y dice que muchas veces estas cosas son confundidas con aquellas que son verdaderamente buenas, y aclara que lo verdaderamente bueno lo es no para conseguir cierto resultado sino porque sí, porque su naturaleza así lo determina y esto no depende de nada, ni siquiera de una explicación.
A estas cosas que son verdaderamente buenas; o sea, buenas por sí mismas, les da el adjetivo de “bellas”, y resulta importante mencionar que sólo a este tipo de cosas les dice bellas: a las que son buenas por sí mismas.
“Es uno moralmente bello y virtuoso, es decir, perfecto hombre de bien, cuando sólo busca los bienes bellos por sí mismos, y practica las bellas acciones exclusivamente porque son bellas, entendiendo por acciones bellas la virtud y los actos que la virtud inspira “. (pp. 232-233)
Pero hay otra disposición moral que gobierna a veces las ciudades, y de la que conviene aquí hacer mención… Esta disposición moral consiste en creer que si es indispensable tener la virtud, es únicamente con la mira de éstos bienes, que son bienes naturales. Esta convicción forma, ciertamente, hombres virtuosos, porque poseen los bienes según la naturaleza; pero no puede decirse que tengan belleza moral en toda su perfección.
No tienen las virtudes que son bellas esencialmente y en sí; no frutan de ser bellos moralmente, al mismo tiempo que virtuosos. Y no sólo son incompletos bajo este concepto, sino que, además, las cosas que no son naturalmente bellas y que sólo son naturalmente buenas, se convierten a sus ojos en bellas.
Nótese la enorme carga de teoría estética implícita en estos fragmentos:
I. Utiliza “bello y virtuoso” como sinónimo de “perfecto hombre de bien”. Si “virtuoso” es el sinónimo de “hombre de bien” sólo queda pensar que “bello” es utilizado en este caso como sinónimo de “perfecto”, estableciéndose una relación directa entre belleza y perfección que será tratada más adelante con mayor detalle.
II. El hombre se considera moralmente bello cuando busca los bienes bellos por sí mismos y practica las bellas acciones sólo porque son bellas. A esto se debe que, más adelante en el fragmento, nos diga que no es lo mismo un “hombre virtuoso” que un “hombre moralmente bello”. Entiéndase que virtuoso sería aquel que posee la virtud con una finalidad, mientras que moralmente bello sería el que posee la virtud sólo porque ésta es bella, y sólo eso la justifica.
III. La siguiente frase resulta de fundamental importancia: “Las cosas que no son naturalmente bellas, y que sólo son naturalmente buenas…” Además de decir que lo naturalmente bueno (que ya hemos dicho, es aquello que es bueno con una finalidad específica) no es lo mismo que lo naturalmente bello, dice que lo naturalmente bello es mejor que lo naturalmente bueno, ya que al hacer la comparación, se refiere a lo que no es naturalmente bello como “sólo sería naturalmente bueno”.
El placer en lo bello
Hay varios pasajes de la Moral a Eudemo que muestran una estrecha relación entre lo bello y lo placentero; y, aunque veremos que no todo lo placentero es bello, sí puede decirse que lo bello siempre produce placer, que la experiencia ante la belleza es de goce:
“Absorbido únicamente por el placer de ver estas cosas bellas” (p. 171)
(Los animales) “no gozan ni de la armonía de los sonidos, ni de la belleza de las formas. No hay entre ellos uno que goce al contemplar las cosas bellas…“(p. 71)
Aristóteles hace ver que las cosas bellas producen placer, y estar ante ellas es una experiencia de goce. Llama la atención que en la segunda cita manifiesta el percibir la belleza como una facultad puramente humana; las posibles explicaciones a esto serán expuestas mas adelante, por ahora, valga notarlo.
Ahora bien, el placer puede ser percibido por ciertos sentidos, y dependiendo de cuáles sean éstos se dice que el placer es en mayor o menor grado bueno.
El placer que producen los preceptos visuales y auditivos no es considerado un placer dañino, por el contrario, es de los más elevados a los que el hombre puede tener acceso. Sin embargo, los placeres proporcionados por el gusto y el tacto son de naturaleza poco elevada; muestra de esto es el placer que perciben los animales a través de estos dos sentidos:
“Si alguno, contemplando una bella estatua, un precioso caballo o un hombre hermoso, u oyendo cantos armoniosos, llegase a dejar de sentir el deseo de comer y beber y todas las necesidades sensuales, absorbido únicamente por el placer de ver estas cosas bellas y oír estos admirables cantos, no pasaría ciertamente por un hombre intemperante… La intemperancia sólo se dirige a estos dos géneros de sensaciones, porque se dejan dominar igualmente todos los animales dotados del privilegio de la sensibilidad y en las que se encuentra placer o pena, es decir, las del gusto y el tacto. En cuanto a las otras sensaciones agradables, los animales son casi insensibles respecto de ellas…” (p.171).
De esto se entiende que:
I. Las cosas bellas producen placer y el hombre que se deja llevar por este placer no es intemperante; por ende, el placer de las cosas bellas no es dañino, ya que el placer dañino es el que lleva a la intemperancia.
II El placer que se obtiene a través del gusto y del tacto se encuentra lejos de lo bueno, ya que hasta los animales se dejan llevar por él, por eso el hombre debe moderarlo para no ser intemperante.
La explicación de esto reside en la autonomía que Aristóteles reconoce en lo bello, de esta manera, los placeres del gusto y del tacto son agradables de cara a un fin determinado: satisfacer el hambre, por ejemplo. Pero el placer de lo agradable visual o auditivamente lo es, por lo general, de cara a sí mismo e inútil de cara al mundo. Es decir, lo que marca la diferencia no es tanto el sentido que percibe el placer sino el fin con el que se percibe (si éste placer remite a otra cosa o se queda en él mismo).
El placer de degustar la comida nace de la necesidad biológica de alimentarse, mientras que la “necesidad” de escuchar una bella melodía no es biológica y por lo tanto es injustificable de cara al mundo, y es precisamente esto lo que la hace bella.
A partir de lo expuesto puede explicarse el fenómeno de la percepción de la belleza como una facultad puramente humana: los animales, dentro de la concepción aristotélica, sólo están interesados en sobrevivir, y no manifiestan interés alguno hacia las cosas que no son útiles de cara al mundo. La belleza no, es herramienta de supervivencia en estado natural.
Lo bello como perfecto, y lo perfecto como algo que no está en reposo
Para Aristóteles, “bello” no sólo implica “agradable a la vista”, implica también un estado de perfección que “obliga” a lo bello a ser agradable en todos los aspectos. Por ejemplo, siempre que se va a referir a un hombre con un físico agradable utiliza el adjetivo “hermoso” (p.171)
“una bella estatua, un precioso caballo o un hombre hermoso”. (p.171)
Sin embargo la estatua sí recibe el adjetivo de “bella”. Siendo la única naturaleza de la estatua una naturaleza física, se entiende que si es agradable físicamente es agradable en todos los aspectos que la estatua comprende, y sólo entonces es bella; mientras que el hombre en su naturaleza abarca varios aspectos entre ellos el físico, y si es bueno en éste no necesariamente es bueno en los demás, por lo que no sería bueno del todo y por ende no sería bello. Como consecuencia de esto, se entiende como una cualidad de lo bello ser bueno completamente; que es lo mismo decir, ser perfecto.
También hay que considerar que la estatua se encuentra en estado de reposo, mientras que el hombre está en constante movimiento. La ausencia de movimiento implica la ausencia de cambio, y el cambio en Aristóteles está relacionado con la causa final, con el moverse hacia el bien absoluto. Sólo aquello que ha alcanzado la perfección (el bien absoluto) puede dejar de moverse. Por esto, el reposo es señal de perfección, y es más fácil que a lo que está en reposo se le atribuya belleza. “Lo bello y el bien se encuentran en las cosas inmóviles más bien que en ninguna otra parte… “(p. 129)
Es poco probable que Aristóteles negara la belleza en aquello que estuviera dotado de movimiento, sin embargo, sí resulta factible que considerara más fácil hallar la belleza en lo inmóvil más bien que en lo móvil. Esto quizás porque es más fácil descubrir la perfección en lo inmóvil que en lo móvil. Resulta interesante tomar en cuenta la opinión de Aristóteles, respecto al mismo asunto, en la metafísica: “Mientras que lo bello se encuentra en los seres inmóviles, y el bien es relativo a las acciones”. (Metafísica 1O78 31)
También hay que entender que en lo inmóvil puede haber un bien en sí mismo mientras que en lo que obra (lo móvil) suele haber un bien práctico. Probablemente por eso la estatua esté más cerca de la belleza; porque el bien de la estatua es un bien en sí mismo, mientras que el bien práctico de una acción es bien sólo en relación al resultado que se busca conseguir.
Cuando se realiza una buena acción no por su resultado sino sólo por ser buena, entonces se habla de una acción “moralmente bella” (acción buena por sí misma). Cuando un hombre practica estas acciones se le denomina “moralmente bello “, es decir que es bello por lo menos en el aspecto moral, absteniéndose Aristóteles de llamarle “hombre bello” por considerar que esto implicaría belleza en todos los aspecto que abarca el ente del hombre, calificándolo de perfecto.
Se tiene entonces que sólo lo bueno por sí mismo lo es de manera completa, y que sólo lo que es bueno de manera completa es perfecto. Si aquello que es bueno por sí mismo es bello, lo bello será entonces perfecto.
La “inutilidad” de lo bello
Aristóteles se refiere a la amistad cuando dice:
“es una de las virtudes más bellas” (p. 185)
“La primera y suprema amistad es una elección recíproca de cosas absolutamente bellas y agradables, que se buscan únicamente porque son bellas y agradables en sí” (p. 194)
“Puede preguntarse si en el caso de que alguno sea absolutamente independiente y se baste a sí mismo en todo, podrá aún tener un amigo, si es cierto que sólo por necesidad se busca un amigo. Pero si el hombre de bien es el más independiente de todos los hombres, y si la virtud es la única condición de la felicidad, ¿qué necesidad tiene aquél de ningún amigo? El ser que se basta plenamente a sí mismo no tiene necesidad ni de gentes que le sean útiles, ni de los que sean benévolos con él, ni de la vida en común, puesto que puede ampliamente vivir solo y a solas consigo mismo.” (p.2l8)
“Resulta con toda evidencia que no debe buscarse al amigo por el uso que pueda hacerse de él, ni por el provecho que pueda sacarse, sino que el único verdadero amigo es el que lo es por virtud.” (p.2l9)
Se dice entonces de la amistad que:
I. Es una de las virtudes más bellas. La califica como bella.
II. No es necesaria, puesto que para llegar a ser un hombre completo no se necesita de ella. Un hombre completo se vale a sí mismo y no necesita de una relación con otro para obtener ayuda o provecho, puesto que al ser completo se basta y satisface solo.
III. No debe buscarse por el provecho que puede obtenerse. Esto indica que tiene un fin de cara a sí misma, que no necesita ser justificada ante el mundo ni encajar dentro de la lógica del mundo, porque siendo innecesaria es, sin embargo, una de las más bellas, y de las más codiciadas (como se verá más adelante).
Aristóteles también plantea que el hombre no tiene la amistad por un impulso de la razón, sino más bien por un impulso de otra naturaleza. Esto induce a pensar que lo bello obedece a sí mismo y no a la razón. Es algo no necesario de cara al mundo y por lo tanto no razonable, pero que place y es bueno:
“Por esta razón el amor se parece tanto a la amistad El amante desea siempre vivir con aquel a quien ama, no ciertamente como quiere la razón que se viva en común, sino tan sólo para satisfacer las exigencias de los sentidos de la pasión…” (pp. 220-221)
No queda muy claro por qué dice que la amistad y el amor (ambos bellos) son atribuidos “únicamente” a los sentidos y la pasión, sin embargo queda claro que el filósofo intuye que no se explican por la razón sino por algo de otra naturaleza y que, sin embargo, no es opuesto a lo bueno sino que, por el contrario, forma parte de su belleza.
“Pero es una felicidad mucho mayor el disfrutar juntos placeres más elevados y más divinos… La sociedad de los hombres eminentes, unidos por la amistad, es la cosa más grata del mundo. Consagrarse juntos a estas nobles contemplaciones o a estos delicados goces, tal es el fin de estas amistades; mientras que reunirse para comer en común o satisfacer las necesidades que la naturaleza nos impone es sólo un grosero placer… Es preciso confesar, pues, que el hombre está hecho para vivir en sociedad con sus semejantes, que realmente todos los hombres buscan la vida común, y que el hombre más dichoso y el mejor de todos es el que la busca con más empeño. ” (p.221)
Si el hombre más dichoso y mejor de todos es el que busca este tipo de vida en común con más empeño, definitivamente plantea a la amistad como la más bella de las virtudes, ya que no es necesaria y se busca por sí misma. Además, en ella se goza de los “delicados placeres” que, como ya se ha visto, son aquellos que no surgen como una necesidad natural sino con un fin en si mismos.
Es de notar que el último fragmento citado no es más que un intento de Aristóteles de justificar lo injustificable; a saber, que el hombre está hecho para conseguir algo que es innecesario. Habría que decir: innecesario sólo dentro de la realidad del mundo, mas no dentro de la realidad interna del ser humano, de la naturaleza humana, del alma humana.
Conclusiones
Lo bello ¿como causa final?
“…el bien absoluto y el placer absoluto son una sola y misma cosa, y marchan siempre juntos… “(p.192)
“Hemos probado que las cosas absolutamente agradables son también bellas, y que las cosas absolutamente buenas son igualmente agradables “. (p.213).
Si lo absolutamente bello es absolutamente agradable, y lo absolutamente agradable es lo absolutamente bueno, bello y bueno absolutamente es lo mismo, y lo son siendo agradables de manera absoluta porque no puede ser de otra manera, ya que a hacia esto se mueve todo lo existente.
“El fin, en cuya vista se hace todo lo demás, es en tanto que fin el bien supremo; es la causa de todos los demás bienes clasificados bajo él, y es anterior a todos. Por consiguiente, puede decirse que el bien en sí es únicamente el fin último de todas las acciones del hombre “. (p. 130)
Parece que Aristóteles concibe el fin último, hacia lo cual todo se mueve, como un fin de belleza absoluta que implicaría placer y bondad absolutos (estado de perfección). Al mismo tiempo, como se observa en la cita anterior, presenta el fin último de todas las acciones del hombre como un fin bueno absolutamente, al que persiguen las acciones bellas moralmente.
Esto es sólo una percepción personal, pero de ser así sería bastante comprensible puesto que para que las acciones humanas sean “perfectas” tendrían que estar, por su misma naturaleza de acción, acordes a la lógica del mundo puesto que, aunque éstas deban realizarse sin ningún interés en las posibles consecuencias provechosas, sería caótico que se realizaran de espaldas al mundo y de cara a cada individuo.
Si Aristóteles quiere presentar normas para el correcto convivir y actuar del hombre, no puede presentar lo absolutamente bueno como aquello que existe de cara a si mismo, ya que aunque así lo intuya, una acción es siempre causa de una consecuencia, y por lo tanto aunque se haga sin interés personal debe hacerse consciente de su efecto en el mundo, implicando esto un funcionamiento acorde a la lógica del mundo.
Todo esto no impide que encontremos reconocimientos implícitos de la autonomía de lo bello en su obra, como tampoco borra de nuestra vista el marcado vínculo existente entre perfección, belleza, bien absoluto y placer absoluto.
Si lo bello está por encima de lo bueno o no es irrelevante, lo que sí es importante es que Aristóteles no subordina lo bello a lo bueno, sino que lo coloca siempre al lado, acompañando a lo bueno para lograr la idea de perfección, estando consciente de que lo bello no es explicable ni conceptual.
No desprecia lo bello por ser aconceptual, sino que reconoce que el “subsistir” sin explicación de las cosas bellas como las estatuas o la música o la amistad las enaltece, y les da algo que legítimamente le pertenece sólo a la belleza: el don de explicarse sin explicación sino sólo con su mera existencia.
Ser esencial sin justificar su existencia le da una autonomía cercana sólo a la que tiene el absoluto, indispensable e injustificable. Ella no encajan en la lógica del mundo, pero cuando estamos frente a ella algo dentro de nosotros tampoco lo hace, y es esto precisamente lo que quizás nos dice Aristóteles entre letras cuando nos habla de la belleza en la “Moral a Eudemo”.
Referencias Bibliográficas
Aristóteles. (1976). Moral: la gran moral, moral a Eudemo. Sexta edición Madrid: Espasa- Calpe, S.A.
Aristóteles. (2000). Metafísica. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.