Moraleja de la belleza
Gunnar Murzi
Y cuando cayó la noche, se cerraron las puertas. Linternas refulgentes adornaban los árboles, iluminando los gigantescos gatos, que con sus cadenas de oro, se paseaban por las orillas del lago.
Los edictos de paz habrían consolado a todos; descansaron los frágiles puentes y muros. Las ventanas coloridas de los templos suspiraban de alivio.
Pero el ataque era inminente e irrevocable; mientras los toros susurraban en el mosaico, las ninfas de bronce se lamentaban en sus fuentes, despidiéndose tristemente de los sauces floridos. En suspenso esperaban su saqueo las artes todas.
¿Y quién saludaría a los grandes leones de piedra?, a ellos quienes con paciencia y constancia miraban el tiempo correr; o a los grifos del jardín con sus expresiones arrugadas de alabastro.
En un balcón de jade también lloraba la doncella, quien orgullosa había rechazado al guerrero, y se sabía culpable de la invasión que habrían de sufrir.
En los linos empedrados de gemas, enmarcados en cobre y perlas; acicalados con el corazón compungido y la mente nublada, con ágiles movimientos, recogió ella la falda mirando el cielo. Tomó tres pasos de impulso y saltó desde la torre.
Aquella caída marcó de rojo el mármol blanco del suelo; con la frente coronada de sangre y el cráneo abierto, miraba aún fijamente el profundo azul de la noche.
Y al macabro cuadro cantaron los búhos, al trofeo estropeado. Asombradas las ninfas, los toros y las ventanas del templo, se llenaron así de orgullo por sí mismas y suspiraron de alivio.
“Mi pintura es en realidad un examen de consciencia y un intento de comprender mis relaciones con la existencia. Es por tanto, una forma de egoísmo, pero espero conseguir, gracias a ella, ayudar a los demás a ver mejor…”
E. Munch.