Juan Félix Sánchez
Juanita Incoronato
Impactante momento de majestuosidad, entre el lubricante amanecer, donde el alba empieza poco a poco a tocar las montañas con sus acostumbrados rayos dorados. Se siente todavía la nubosidad del amanecer, que abraza como tela de araña a la cueva. En el vientre fecundo de la madre montaña, en una estalactita de riguroso segmento se esta formando un peculiar ser.
Un trabajo impetuoso, un dolor construido de amor. Susurros se escuchaban entre las montañas, describiendo la encarnada formación vuelta humana, del centro de su vientre. En aquel esplendoroso día nace un niño. Entre susurros y cuchicheos la montaña madre comenta, con voz majestuosa como si tratara de alcanzar cada rincón:
-Lo llamaremos Juan por los peregrinos de esta tierra, y Félix por la sonrisa amable de su tierna carita.
Recién llegado al mundo, Juan Félix entre hierba y rocío, se bañaba de sol.
El paso del tiempo, entre paisajes merideños, nos lleva a la ventana del Tisure. A lo lejos, en la profundidad del camino, se ve una figura fuerte, robusta, con pasos llenos de tranquilidad. Sus pies calzados con alpargatas, que dejan ver las huellas hechas por los años; una ruana desteñida y un viejo sombrero que le acompañaba desde épocas memorables. Se acercó a nosotros, hacia la laguna, y pausadamente se sentó frente al agua.
Un peculiar ser en forma de pájaro voló hasta su brazo y se posó en él. Aquel raro espécimen, difícilmente visto en aquellas montañas, era casi parecido a un duende: pico largo, cabeza gorda, patas flacas y largas, y una extraña combinación de colores. Este lo saludó amablemente:
-Juan tanto tiempo sin verte por aquí.
Y el viejo con tristeza le respondió:
-El pueblo ha cambiado mucho. Hace tanto que no deja de sufrir… No me hallo en otro lugar que no sea en estas montañas, donde busco la paz. Hace poco me encontraba contemplando un atardecer en el Tisure….recuerdo cada una de aquellas piedras.
Va cayendo el recuerdo. Otro día, otro sol y Juan Félix va caminando siempre de espalda, a lo lejos se ve la construcción de la iglesia. De repente, mientras camina, su corazón siente una conmoción que no sabe de dónde proviene. Mira a los lados como logrando descubrir cual es la fuerza que lo atrae a aquel lugar. De pronto sus ojos quedan atrapados por una piedra. La toma entre sus manos y empieza a sentir sensaciones como si la piedra le trasmitiera sus sentimientos. Él ve como la piedra sonríe y se acomoda en sus fuertes manos, se la lleva y empieza a colocarla en la iglesia que esta construyendo.
Mientras coloca la piedra, las demás se van recostando unas sobre las otras, como si se acomodaran en el sitio justo que él quería. Cada piedra va adoptando una personalidad diferente. De repente, Juan toca una, se ríe y todas ellas le responden.
Juan se encuentra de nuevo en la laguna, sentado en la piedra, y el pájaro sigue en su brazo muy atento escuchándolo:
-Son muchas las historias que ellas cuentan de tí, y de cómo a través del tiempo las has cuidado.
-Sí, son como mis hijas, porque adornan el corazón de la montaña.
El silencio deja pasar al viento. Juan se levanta con el pájaro en el hombro y caminando desaparece entre la niebla del páramo.
“El coloquio con la naturaleza sigue siendo, para el artista la conditio sine qua non. El artista es hombre, él mismo es naturaleza, fragmento de la naturaleza en el ámbito de la naturaleza”
Paúl Klee, 1923