Imágenes religiosas
Ana T. Silva
Escultura religiosa
“¡Más no! Máscara es sólo, mentido decorado, ese rostro que luce un mohín exquisito. Y contémplalo de cerca; atrozmente crispados, la autentica cabeza, el rostro más real, se ocultan al amparo de la cara que miente.”
Charles Baudelaire
¿Qué es una imagen?… ¿Cuanto puede transmitir un rostro?; dolor, resignación, sufrimiento, paz,… sentimientos profundos que sólo la boca, los ojos, las manos… el cuerpo, pueden expresar aún hallándose estáticos.
Son las imágenes religiosas el elemento perfecto para mantener vivas las emociones, protagonizadas por aquellos seres celestiales a quienes se supone debemos seguir. Es por medio de ellas que el observador siente de un modo veraz y sin intermediarios, toda la historia que envuelve a los personajes que forman parte vital de sus creencias.
No en todos los casos se logra transmitir la esencia de un sentimiento, ya que es muy común que el mensaje inicial sea transformado por el creyente. Sin embargo, una imagen habla por sí sola y va más allá de las intenciones primarias de su creador; es capaz de cobrar vida propia y de ser reconocida por lo que es ella en sí. ¿Quién no reconocería a María con sólo ver sus ojos llenos de felicidad y asombro mientras sostiene a Jesús?
Ahora bien, los antecedentes de la imaginería hispanoamericana de la colonia (siglos XVI, XVII, XVIII) se encuentran en la imaginería española, esta parte de la escultura cristiana medieval, época en la cual el quehacer artístico se ve favorecido por las ordenes monásticas, que se sirven de las imágenes como medio divulgativo para impartir los dogmas y enseñanzas de la religión cristiana.
En su desarrollo la imaginería recibe influencias de otras fuentes y estilos, que enriquecen su repertorio iconográfico y las técnicas de su expresión; durante los siglos XVI y XV se señala la influencia alemana, borgoñesa e islámica.
Particularmente, en el siglo XVI recibe aportes de las formas del Renacimiento italiano; a partir de este siglo y a lo largo del siguiente, la imaginería cobra un nuevo impulso propiciado por la difusión religiosa que sigue a la conquista de Granada y a la conquista del Nuevo Continente.
Entonces, desde que se inicia la ocupación y establecimiento de nuevos territorios, el arte de la imaginería se difunde ampliamente, al servicio de la misión evangelizadora emprendida por los frailes misioneros, por medio de un selecto repertorio de imágenes sagradas que se impone dentro de los intereses y necesidades del programa de adoctrinamiento.
Esto impulsa a España intensificar la actividad artística de la imaginería; en centros como Sevilla y Granada, en Andalucía, en Valladolid y Burgos, en Castilla, Galicia y Murcia. El repertorio iconográfico se amplía a través de advocaciones de la Virgen, santos, místicos recién canonizados, escenas de la pasión para la liturgia profesional y otras imágenes, en las que se incorporan elementos tales como ojos, lagrimas, cabellera e indumentaria de telas (santos de vestir).
Para satisfacer la demanda de imágenes, se hace necesaria la importación de obras de los talleres peninsulares, pero también se inician las producciones locales, en las que participan, en un principio, algunos misioneros o artistas venidos de España; se valen de los recursos y mano de obra disponibles, dando lugar así a una imaginería que, al combinar los aportes de dos tradiciones escultóricas y pictóricas distintas, irá adquiriendo sus características propias.
El surgimiento de los centros de actividad artística, en diversos lugares de Hispanoamérica, se debe a tres factores fundamentales: en principio, la importación de esculturas (en particular de talleres de la Escuela Sevillana). Luego, la influencia ejercida por las realizaciones de artistas de origen peninsular, que se establecen o que transitan por las colonias y, finalmente, la producción a nivel local de imagineros nativos formados por europeos.
Más tarde, la actividad comercial permitirá el intercambio de obras entre los virreinatos americanos y también se llevarán obras de las colonias para Europa.
En la imaginería hispanoamericana se utiliza con preferencia la madera para la realización de imágenes de bulto. Pero también abundan las obras talladas en marfil, en piedra o vaciadas en metal.
Una de las características de la imaginería en madera es la técnica empleada llamada estofado y encarnado. El estofado es la imitación de telas bordadas con relieves (estofados con algodón), en los que se emplean hilos de oro y plata; consiste en aplicar primero sobre la madera un “ensaye”, es decir, lo que los escultores Sevillanos llamaban aparejo o ensaye, de color blanco o amarillo; luego se aplicaba una segunda capa de plata muy gruesa, sobre la que se colocaba una capa de pintura roja o sisa; después se frotaba con ágata y se le aplicaban los panes de oro y sobre ellos el esmalte.
El encarnado consiste en pintar las “carnes” visibles de la figura. Los maestros encarnadores quiteños, luego de estucar las imágenes con yeso encolado, aplicaban la pintura y pulían luego la superficie, hasta lograr una policromía brillante. Estas técnicas son de influencia andaluza y muy en particular la Sevillana, las cuales fueron usadas frecuentemente en Hispanoamérica durante todo el periodo colonial.
El auge de estos siglos disminuye considerablemente en la medida en que avanza el siglo XVII, agotándose el espíritu creativo y reduciéndose la actividad y el número de los grandes maestros de este arte. A este decaimiento general contribuyen las tendencias clasicistas provenientes de Francia, a través de las Académias, que no favorecen el cultivo de la imaginería tradicional.
En el siglo XIX, la imaginería entra en un período de decadencia debido a la industrialización masiva de imágenes de yeso y otros materiales producida por otros centros europeos, los cuales desplazan la antigua tradición de la imaginería española.