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“Cada objeto creado es como el reflejo de las perfecciones divinas, como un signo natural y sensible de una verdad sobrenatural” Jules Le Bele.

El hombre necesita símbolos para entrar en el terreno de lo concreto, de lo palpable, ya que de otro modo no podría entenderse. Así, lo simbólico entra a formar parte del lenguaje cotidiano en el que siempre ha estado inmerso, y no es sino la naturaleza de su espíritu lo que lo ha llevado a comunicarse más allá del lenguaje de las palabras.

Hans Biedermann en su Diccionario de Símbolos nos anuncia el múltiple acervo de símbolos reunidos por los arqueólogos, historiadores, etnógrafos, heráldicos, folkloristas, religiosos y mitólogos.

Ahora bien, el símbolo de la piedra representa no sólo una homogénea realidad que apenas conocemos, sino que se encuentra identificada y relacionada con diversas concepciones de diferentes culturas: fuerzas misteriosas que se hallan presentes en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la suma divinidad. La piedra como símbolo de lo perdurable, lo imperecedero y lo divino, hoy día se encuentra muy ligado al símbolo del ser.

Su dureza y duración, afirma Juan Eduardo Cirlot, impresionaron a los hombres desde siempre, quienes vieron en la piedra lo contrario de lo biológico, lo que nunca se somete a las leyes del cambio, la decrepitud y la muerte. La piedra entera simbolizó la unidad y la fuerza, la piedra rota en muchos fragmentos simbolizaba el desmembramiento, la disgregación psíquica, la enfermedad, la muerte y la derrota. Las piedras caídas del cielo explicaron el origen de la vida.

En los volcanes, el aire se transformaba en fuego, éste en agua y el agua en piedra. Por eso, la piedra constituye la primera solidificación del ritmo creador.

En la Prehistoria, las piedras eran la materia prima en la fabricación de utensilios y armas, para lo cual se requerían evidentemente conocimientos referentes a la cualidad del material.

En el Antiguo Oriente era la piedra la señal de la presencia divina y se le hacían ofrendas líquidas o se le ungía con aceite y sangre. Con ello, la piedra se convertiría en altar. La valoración del bloque de piedra formado por la naturaleza se expresa en el Éxodo (20. 25), donde se dice: “si me alzas altar de piedras, no lo harás de piedras labradas, porque al levantar tu cincel sobre la piedra, las profanas”.

En el antiguo mito griego, una piedra asume el puesto de Dios: El dios primigenio Kronos (Saturno) temía ser destronado por sus hijos, de la misma forma que él mismo había castrado y expulsado a su padre Urano, y por ello devoró a sus hijos. Zeus, hijo de Kronos, sustituido por una roca tallada, se salva. Así, en el mito griego, la piedra se convierte en símbolo de salvación.

A las piedras se les atribuía la virtud de almacenar las fuerzas de la tierra y transmitirlas por contacto a las personas. La construcción funeraria con piedras, a menudo de gran tamaño, era una manifestación de perdurabilidad.

Algunos monumentos megalíticos arqueológicos son frecuentemente vinculados a cultos ancestrales, reuniones para observación de los astros, determinar la época favorable para la siembra de los cultivos y el pastoreo de los animales.

Es de resaltar que la importancia de la piedra como símbolo no reside en él mismo. Para el hombre religioso, el símbolo es un fenómeno en el que la idea de lo divino y absoluto se vuelve de tal manera inmanente que alcanza una expresión más clara por sí sola. Desde el punto de vista de la Creación, la piedra, como símbolo, es algo que expresa la unión inquebrantable entre el Creador y Su Creación.

Mastaba no. 17 de la Pirámide de Huni o Snefru, Dinastía III o IV (2637-2589 a.C.), Egipto

Moái en las laderas de la Cantera del Volcán Rano Raraku, Isla de Pascua pollinesia, Chile