Museo de Arte Moderno Juan Astorga Anta

El Nuevo Paisaje

Fue una idea muy generalizada en las décadas pasadas que el arte debía evolucionar sin tomar nada del pasado, bajo el supuesto de que la originalidad que debía ser su objeto negaba que pudiera repetirse algo hecho anteriormente. Esta convicción tan arraigada en los años cincuenta hacía creer que el arte progresaba continuamente, del mismo modo que las ciencias. Debido a esta creencia se hizo frecuente que los logros realizados por las generaciones anteriores, cuando no valía la pena tomar nada de ellos, fueran menospreciados y relegados en aras de la idea de evolución irreversible y de la búsqueda a toda costa de originalidad. Así pasó en Venezuela con relación al movimiento de los paisajistas del Círculo de Bellas Artes y sus inmediatos continuadores, contra quienes pesaba la condena de haber trabajado de espaldas a la historia. Hoy en día puede verse que la obra de esos pintores correspondió a su momento y que la contribución que ellos dieron no puede hacerse depender de su grado de aceptación del desarrollo de los conceptos de vanguardia, vigentes en su tiempo, sino por lo que de su obra puede ser valorado, como logro, por nuestra época.

Por eso, un replanteamiento de los temas del paisaje nacional en el punto en que hoy lo encontramos, y que hubiera sido sospechoso proponer treinta años atrás, no podría sorprendernos incluso en artistas plásticos que poco antes habían dado sus pasos quemando las etapas del arte moderno, desde el cubismo hasta la abstracción pura. El paisajismo volvió a ser retomado entre nosotros al iniciarse la década de los setenta, en el marco de un pluralismo que miraba hacia todos lados y que mostraba escaso interés por movimientos anteriores, como la nueva figuración, el informalismo, el abstraccionismo geométrico y el cinetismo. La pujanza de la generación del setenta no cobijó, por eso, a una sola tendencia, sino a una pluralidad de manifestaciones e intereses estéticos que sólo por momentos estableció asociaciones de grupo. La búsqueda dentro del paisajismo fue comenzada por los mismos artistas que antes habían disentido de él: Mateo Manaure y Ramón Vásquez Brito, quienes regresaban de la abstracción geométrica al arte figurativo al empezar la década del 60. Los primeros Suelos de mi tierra de Mateo Manaure datan de 1965. A ellos nos hemos referido más arriba al comentar los aportes del grupo los Disidentes. Los paisajes luminosos, basados en abundante presencia de texturas blancas que Vásquez Brito efectuara inspirado en las costas de Falcón y las salinas de Araya, como si se tratara de vistas aéreas donde cielo, mar y tierra se confunden en un horizonte uniforme, son de 1967 y 1968, y sirven de punto de partida para conformar su proposición actual. El paisaje de Vásquez Brito, siempre con vista al mar, consiste más que en una representación de la marina tradicional, en una síntesis abstracta de elementos esenciales del paisaje que permiten reconstruirlo como imagen autónoma en el cuadro. Fue después de 1970 cuando José Antonio Quintero, miembro de la nueva generación, abrió camino para un paisajismo despojado de intención conceptual y desprejuiciado respecto a la tradición y a los dogmas del progreso (ilus. n° 58). Su obra demostraba que el tema nunca pasará de ser un pretexto de la pintura y que en el fondo lo que el artista hace siempre es expresarse a sí mismo. Él partía de un expresionismo que le posibilitaba transformar el dato de la naturaleza, tal como lo intuía o lo memorizaba, sin necesidad de atarse a la observación del motivo. Más adelante, por una vía parecida a la que abrió Vásquez Brito, Carlos Hernández Guerra introdujo la diapositiva en color para una visión del paisaje del centro del país y de los llanos, en la cual se apreciaba que la síntesis y ubicación de los elementos de la naturaleza en bandas horizontales le servían de apoyo para construir un campo estático, monumental y de gran amplitud espacial, resuelto para las partes de vegetación con pinceladas muy gestuales que recordaban el paso de este pintor por el informalismo.

El neo-paisajismo de hoy, abundante en expresiones desde que Adrián Pujol le comunicó nuevo brío, identifica el hacer de los artistas de varias generaciones que voluntariamente se despojan de actitudes preconcebidas o mentales, y deciden enfrentarse a la naturaleza casi como si se identificaran sensorialmente con ella, y en modo alguno de una manera preconcebida, obedientes sólo a un impulso natural e instintivo.

Mateo Manaure ha pasado por varios períodos en su larga trayectoria de creador, si bien su obra de mayor aporte a la pintura venezolana pudiera ser la que está asociada a su producción abstracto-geométrica de los años 1950 a 1958. Los Suelos de mi tierra (ilus. n° 59) representan para algunos de sus críticos una de las tendencias en las que Manaure ha reflejado más auténticamente la visión onírica e intimista de un paisaje cuya atmósfera misteriosa procede en él de una vocación surrealista.

Hacia 1960 Ramón Vásquez Brito, después de dejar atrás el experimento geométrico, retornó a la pintura tradicional por la vía del paisaje, la misma con la que había iniciado su trayectoria estudiando en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas. Esto se tradujo en la vuelta al cuadro de caballete y en la lenta y gradual elaboración de una realidad distinta al paisaje observado en la realidad. Paisajes blancos, expansivos y amplios como el horizonte marino de su región, paisajes rutilantes como los de las costas de Falcón y de las salinas de Araya, que constituyeron en un comienzo de esta etapa su principal motivación (ilus. n° 60).