EN MEMORIA

Una completísima discoteca de más de 5.000 discos de vinilo en perfectas condiciones, seleccionada cuidadosamente para uso fruitivo y profesional de estudio de la historia de la música clásica. Unica en Venezuela en su época.

Una completísima discoteca de más de 5.000 discos de vinilo en perfectas condiciones, seleccionada cuidadosamente para uso fruitivo y profesional de estudio de la historia de la música clásica. Unica en Venezuela en su época.

(España 1914 - Venezuela 1982) Profesor universitario de diferentes universidades en España, Ecuador y Venezuela. Fundador del Dpto. de Historia del Arte de la Universidad de los Andes en Mérida (www.ula.ve) y Fundador del Museo de Arte Moderno de Merida que lleva su nombre. Melómano.

(España 1914 – Venezuela 1982) Profesor universitario de diferentes universidades en España, Ecuador y Venezuela. Fundador del Dpto. de Historia del Arte de la Universidad de los Andes en Mérida (www.ula.ve) y Fundador del Museo de Arte Moderno de Merida que lleva su nombre. Melómano.

Durante los más de veinte años que Juan Astorga Anta vivió en Mérida, nació y anidó en él una afición por la música que lo llevó, de manera progresiva, a dedicarle cada vez más tiempo y convertirla en una verdadera pasión melómana. Alrededor de este mundo interior, tan propio de la gente tocada por el rayo sonoro, una serie de eventos  emergieron, como la lectura ordenada de textos sobre apreciación  de los estilos, historia, y estética de la música y una sistemática actividad de escucha que condujo al refinamiento creciente de la sensibilidad auditiva, fundamentada en un oído absoluto muy fino, sin duda de origen genético desarrollado espontáneamente,  tardíamente y sin educar profesionalmente. Otros emprendimientos fueron, la incorporación de asignaturas sobre historia de la música en el programa de la Licenciatura en Historia del Arte de la cual era su fundador, el impulso a la creación de orquestas locales y a los músicos académicos que vivían o visitaban Mérida, y la inspiración y asesoría en la realización de un gran festival de música de escala internacional, realizado el año de 1968, por la Universidad de Los Andes, que marcó hito en la ciudad y, sin duda, en el país.

Y además, para su propio disfrute, esta pasión lo llevó acumulativamente, siguiendo su espíritu de coleccionista de arte, a crear una soberbia discoteca de discos de vinilo, formada por más de cinco mil vinilos de larga duración (33 rpm, Long Plays), seleccionados uno a uno por catálogo y traídos directamente por las casas disqueras  importadoras de Caracas, en lotes embalados y precintados de centenares de acetatos que le llegaban directa y regularmente desde  los sellos disqueros más prestigiosos del mundo.

La colección, abarcaba la historia de la Música Occidental desde los monódicos cantos llanos gregorianos, tradicionales de las liturgias cristianas, oficializados por el rito romano; hasta las últimas grabaciones de los músicos electroacústicos, electrónicos y concretos de los años setenta en que la música culta llegó literalmente al ruido, impulsada por una desbordada pasión innovadora de fuerte carácter teoricista, errando en la devastada cultura que dejó tras de si los tremebundos acontecimientos bélicos del siglo XX.

La organización general de la discoteca Astorga, en especial el conjunto mayor constituido de música clásica, se disponía en estanterías horizontales en secuencia cronológica de izquierda a derecha, entre los extremos mencionados. A la Música Renacentista, la sucedía el Estilo Barroco, representada por la colorida música italiana y con una nutrida colección de Juan Sebastián Bach, y sus hijos; después, el Estilo Clásico, bien representado en Georg Friedrich Händel, muy completo en Wolfgang Amadeus Mozart– como se sabe poseedor de extensa obra contando con el repertorio de su obra operática- y sobretodo exhaustivo con Ludwig van Beethoven: de este último la mayor parte de las grabaciones importantes desde los años cuarenta hasta los setenta, obras sinfónicas, religiosas, concertistas, de cámara y su soberbia y definitiva obra pianística de la cual forman parte las 32 sonatas, que marcaron la literatura para piano de todos los tiempos. Solamente de la obra pianística de este compositor se podían contar decenas de discos con las versiones de una docena de pianistas reconocidos de todas las nacionalidades.

De seguidas,  el grupo de músicos románticos, que abrió caudaloso el cauce Beethoveniano, en especial Johannes Brahms, quien según algunos críticos, como Hans von Bülow, completa el tercio (las celebérrimas tres B) del núcleo duro de la tradición musical de occidente: Bach, Beethoven y Brahms. Según esta reducción, el  recorrido que va desde la excelsa polifonía más elaborada de Bach, pasando por la conmovedora y potente tradición melódica clásica de Beethoven, para integrarse en la arquitectura sonora de la grandilocuente y egregia música sinfónica romántica de Brahms, es indispensable para la completa comprensión de la historia de las formas musicales occidentales.

Para poner un  ejemplo, de cómo dentro de ese criterio estaba concebida y constituida la colección discográfica, podemos referirnos al concierto para violín en re mayor, op. 77, compuesto por Johannes Brahms en 1878. (dedicado a su amigo violinista Joseph Joachim, quien lo estreno el 1 de enero de 1879 con el compositor dirigiendo a la orquesta de la Gewandhaus de Leipzig),  cuya belleza y dificultad lo ha convertido en legendario, y se ha convertido en prueba de fin de curso en muchas escuelas de violín del mundo entero: Pues bien,  en la colección Astorga se disponía de quince versiones que juntaban violinistas, directores y orquestas en una especie de panorama combinatorio de las posibilidades interpretativas de la obra, forma apropiada para su deleite comparativo y atento, así como para su estudio.

La música de la Era Moderna, más difícil de organizar por su división  ramificada e intercalada en escuelas nacionales, post románticas, seriales (como los dodecafónicos)  y atonales, la configuraba una equilibrada selección de discos donde todos los compositores estaban representados con sus obras más conspicuas. Y por último, pero no menos representado, el conjunto conformado por la Música Contemporánea, siguiendo el criterio de clasificación de las artes plásticas de datarlo a partir de la segunda postguerra europea. Una investigación bien documentada, y sobretodo actualizada, le permitió a Juan Astorga Anta abarcar la dispar multiplicidad de propuestas experimentales, de esa época musical tan hermética y difícil a la comprensión del gran público, quien en pleno siglo XXI todavía asiste a escuchar devotamente el gran repertorio de la llamada, en amplio sentido, música clásica: recordando, – trayendo al corazón una y otra vez – los emocionantes motivos musicales que se elevan hasta la altísima cima que significa la impregnación de la magna obra de Beethoven para la cultura humana, que para dar una muestra curiosa de su aplastante presencia  ni siquiera permitió que compositor alguno posterior, compusiera mayor número de sus nueve sinfonías, con la necesaria excepción de la regla: el músico ruso Dimitri Shostakóvich, quien compuso quince.

La completaban, la discoteca Astorga, selecciones de otras músicas del mundo, organizadas por continentes o bien grupos por autores: interpretes o virtuosos destacados que ameritan un lugar aparte por su rareza o porque su discografía era muy numerosa.

Este acervo lo puso su hacedor al acceso de muchos músicos profesionales que venían regularmente a escuchar música en largas tenidas de concentrada y silenciosa audición. Era además el manantial  que nutría espiritualmente su vida cotidiana y la de su familia acostumbrados a escuchar permanente el sonido de su equipo de sonido conformado por un plato Thorens TD124 color crema, cartucho Shure V15-III, (ver foto abajo) un amplificador valvular integrado SCOTT 299D y un par de cornetas horizontales marca Jensen modelo TF4, que curiosamente estaban dispuestas juntas (una sobre la otra) proporcionado una sola fuente de emisión del sonido. Para cualquier conocedor audiófilo esta cadena de sonido no es nada extraordinaria. Son aparatos de marcas con estándar de buena calidad de un hogar norteamericano promedio de  los años sesenta; con excepción del plato TD124, obra de maestría artesanal y precisión de la ingeniería suiza, de calidad profesional, ajustado a las exigencias de estudios de sonido, y uno de los mejores tocadiscos de todos los tiempos. Como se comprenderá esta pieza constitutiva del equipo de sonido, el tocadiscos o bandeja fonográfica,  es clave a la hora de reproducir una cantidad considerable de discos de acetato.

“Un brillante ejemplo de ingeniería suiza de precisión, al mismo tiempo que  una obra de arte, el TD 124 (1957- 65) ofrece el mejor desempeño nunca antes alcanzado en un tocadiscos, cumpliendo son las mas exigentes demandas técnicas de la industria profesional de radiodifusión. Su durabilidad y especificaciones técnicas exceden los estándares exigidos para equipos profesionales  de estudios de grabación” (http://www.vinylengine.com)
“Un brillante ejemplo de ingeniería suiza de precisión, al mismo tiempo que una obra de arte, el TD 124 (1957- 65) ofrece el mejor desempeño nunca antes alcanzado en un tocadiscos, cumpliendo son las mas exigentes demandas técnicas de la industria profesional de radiodifusión. Su durabilidad y especificaciones técnicas exceden los estándares exigidos para equipos profesionales de estudios de grabación” (http://www.vinylengine.com)

En esos primeros años, del florecimiento del milagro técnico-psíquico de la alta fidelidad (High Fidelity), ya existían aparatos del tipo que se denomina High End, es decir el tope superior de la calidad en reproducción del sonido, lo más parecido al sonido natural de los instrumentos y voces humanas. Sin embargo, los puristas todavía cuestionaban la innovación del artilugio del sonido estereofónico que mandaba el sonido de las dos manos del pianista a los extremos opuestos de la habitación de escucha y obligaba a oír en un solo punto central del espacio:  el tan buscado y gozado por los audiófilos “punto dulce”, unificación musical perfecta del sonido ambiental en formato estéreo. Pero para alguien como Juan Astorga Anta, dotado de un privilegiado oído excepcionalmente puro, las cualidades acústicas logradas percibiendo el “ruido rosa” de manera intuitiva, en el gran salón de escucha de su biblioteca-discoteca de sesenta metros cuadrados, enriquecido intelectualmente y acústicamente con una soberbia biblioteca, una pinacoteca, un noble techo totalmente de madera de caoba y un ventanal hacia el jardín,  construían una sinergia cuya ecualización era totalmente equilibrada y lo sumergía de forma homogénea convirtiéndolo -por usar el mismo adjetivo- en un “salón dulce”, pleno de un sonido de gran pureza acústica  y al mismo tiempo de ricos coloridos, tanto instrumentales como armónicos.

A veces cuando estaba disfrutando de sus atesorados momentos melómanos aparecía sin avisar algún amigo -no iniciado en la melomanía- y se ponía a conversar, distrayéndolo de su escucha. Me pedía entonces que cambiara el disco que estaba escuchando y  que le pusiera la extensa, didáctica, complejamente polifónica y técnicamente sublime obra conocida como  “El Arte de la Fuga” de J.S. Bach, en honor del amigo intruso y, si el invitado seguía hablando solo, él lo siseaba con el dedo en la boca y señalaba  al mismo tiempo los altavoces, instándolo a callar y oír la música. Transcurridos algunos minutos el invitado de marras invariablemente se despedía y se iba. Al salir, mi padre preguntaba: ¿Le tomaste el tiempo? ¿ En cuánto se “fugó”?

—¿Y tu padre? —preguntó Cynthia.
—Murió.
—Pero nuestros padres están cerca de nosotros durante toda la vida
—dijo—. Tu padre seguirá contigo hasta el día en que te mueras”
WALTER MOSLEY, Matar a Johnny Fry.

Juan Astorga Junquera, Mérida, marzo 2014